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RAMIRO SANCHEZ NAVARRO

La Guayunga.Relatos Prehispánicos.

La Guayunga.Relatos Prehispánicos.

Autor:Ramiro Sánchez Navarro

Erguido sobre la loma de Linguima, Guaychao Piondo semejaba una estatua o mejor diríamos un monolito. Era un indio de aspecto noble y enigmática mirada. Su rostro broncíneo, surcado por ligeras y tempranas arrugas, estaba curtido por el sol, las lluvias y los vientos de las jalcas, de las quichuas y de los temples. Contemplaba absorto la gran quebrada, que parecía una boca riendo a carcajadas y por donde el río Chibani, al discurrir, semejaba una enorme serpiente; el cerro Cashurco, sobre cuyo pico sobrevolaban varias aves de rapiña, revoloteando los aires; las laderas de Ollapampa, por donde una bandada de loros irrumpieron chillando.

El runa de Uchucmarca experimentó un susto tras otro. La presencia de los buitres y gallinazos, graznando y agitando las alas, en el cielo de su comarca, le hicieron temer por la muerte de alguna llama. Pues cada vez que esto sucedía, la zona se veía invadida por estos pájaros, grandes, de oscuros plumajes y desnudos cuellos. Ahora sobrevolaban la quebrada de TU, las laderas de Ollate y la meseta de Shélape.

La bandada de loros le recordaron que las sementeras de maíz en choclo, requerían con urgencia de los loreteros. Porque de no ser así, las runas del lugar corrían el riesgo de perder las cosechas. Estas aves eran tan voraces y angurrientas que podían pasarse todo el santo día comiendo y aún así no satisfacer su hambre.

Preocupado por esta situación, Guaychao pensó marcharse ese mismo día a sus chacras de Amet, en donde sus maizales verdeaban y florecían, debido a la fecundidad del valle. En las temporadas de lluvia recibían el limo y los detritus de las laderas del cerro Ollapampa. Esos valiosos abonos llegaban con las corrientes de agua. En horas de la tarde, de aquel día, bajó al valle llevando por delante sus llamas. Antes de abandonar la loma, desde donde había divisado el paisaje, un shingo, pasando sobre su cabeza con una serpiente entre las garras, le hizo momentáneamente olvidar sus preocupaciones.

Entonces, por unos instantes, dejó de chacchar su coca, de calear y de golpear rítmicamente el pequeño ishcupuru sobre los huesudos nudos de su mano. Una alegre sonrisa se dibujó en su rostro. Le pareció cómico, muy chistoso, el espectáculo que presentaba el pajarraco, atravezando los cielos en desesperado y raudo vuelo. Temía por cierto que la sierpe escapara de sus garras. El hambriento rapaz, indiferente a la protesta del cautivo reptil, que se contorsionaba y agitaba como chicote, aceleraba el vuelo. Tras un largo recorrido, por sobre la quebrada del Gobalín y del valle de Amet al fin aterrizaba en la cima del cerro Ollapampa. Allí la engulló con gran rapidez.

Guaychao Piondo pasó algunas semanas cuidando su maíz. Armado de una waraka subía a las laderas de Ollapampa, donde apacentaba sus llamas. Desde allí, al grito de "a loro, a lorooo", solía arrojar piedras con la honda, cada vez que las bandadas de loros irrumpían en el diáfano cielo quichuino y amenazantes se acercaban a sus maizales.

Desde aquella falda, el fértil valle de Amet semejaba un damero. Las chacras estaban separadas, unas de otras, por las pircas. Pese a los crecidos y densos maizales eran hitos claramente visibles. Cuando los tallos del maíz comenzaron a secarse y sus granos a endurecerse los loros abandonaron definitivamente la zona. Lleno de gozo, el runa contrató varias mingas para la inminente cosecha.

Trabajando duro y parejo, de sol a sol, el recojo del maíz, de los frijoles, de los zapallos y chiclayos, le demandó una semana. En las chacras quedaban únicamente hojas y tallos secos, plomizos, convertidos en rastrojos. Tras la cosecha, vino el acarreo. A partir de entonces, el quebradizo sendero que conducía a la llacta de Uchucmarca se vió trajinado por esforzados runas y briosas llamas que, en constante ajetreo, subían al pueblo con sus cargas de maíz, de frijoles, de zapallos y chiclayos. Y aunque era verdad que junto al maíz y demás semillas, Guaychao había sembrado caiguas, estas últimas las había consumido, en sazón, ya que al madurar se secaban, dejando de ser comestibles.

Las cosechas de maíz no culminaban con el acarreo y puesto en casa. Continuaba con la selección de las mazorcas y el desgrane. En lugar aparte se iban colocando las mejores, las más graneadas; con ellas se formaban buenas guayungas, racimos de dos a tres mazorcas, atadas entre sí de sus pancas. Quedaban colgadas, a horcajadas, de varas aseguradas con sogas de ambos extremos, y que colgaban de las vigas del entretecho.

En otro rincón de su vivienda amontonaba el resto de mazorcas; las desgranaban, dejando en la tusa los granos de maíz podridos o comidos por los shiuris.

Posteriormente, se las arrojaba al patio o al huerto para alimento de los pájaros.

Formar guayungas y desgranar las mazorcas eran tareas que se acometían con mucho entusiasmo durante el día e incluso hasta horas avanzadas de la noche. Rodeado de una atmósfera alegre y festiva; Guaychao, con la ayuda de su mujer, de sus hijos y de sus mingas, efectuaba dicha labor, y en las noches, alumbrados únicamente por la luz pálida y mortecina del fogón. Desde tiempos inmemoriales existía la costumbre de realizar este tipo de faenas, estimulados por la rica chicha de jora, las lapas de cancha, de mote y por las raciones de coca.

Fiel a la tradición, y en su afán por mantener contenta a sus mingas, Guaychao se deshacía en obsequiosas atenciones. Por este motivo, Intai Chiquican, su hacendosa mujer, no se cansaba de cocinar el mote en grandes ollas de barro, o bien de tostar el maíz, en una callana, con la ayuda de la caigüina o tostador.

Con bastante cuidado, Intai iba removiendo los granos de maíz. Así se tostaban parejos y no caían al suelo. Sin embargo, muchos granos salían disparados del tiesto reventando como cohetecillos, y caían en distintas direcciones, resultando un espectáculo muy divertido. Y daba lugar a la competencia de los niños, quienes corrían en pos de los granos tostados y forcejeaban para atraparlos.

Al final de la jornada, a Guaychao se le iluminaba el rostro de puro contento. Las grandes rumas de maíz en mazorca quedaban reducidos a guayungas y a simples montones de granos sueltos. Otro tanto sucedía con las tusas o corontas, que servían de leña. Las ishcupas y las que eran picadas por los Shiuris, formaban un solo montón.

Una vez más, el año había resultado bueno para los sembríos ¡Que duda podía caber!. Pese a ser chacras shihuas, la fertilidad de las tierras, con el indispensable auxilio de las lluvias, habían posibilitado una abundante cosecha.

Pensando en la proximidad de las precipitaciones pluviales el curtido chacarero estimó necesario y conveniente reforzar sus cercas de piedra. Eran éstas verdaderas murallas con las que se protegían las chacras del valle, sobre todo, de aquellas moles que se desprendían de las húmedas rocas, al falsearse el terreno, con las lluvias torrenciales. Necesitaba además ampliar sus cultivos de maíz, y por eso aprovechaba el tiempo en el desempedrado de algunas chacras, con cuyas piedras formaba grandes lugures o montones, en algunos puntos de sus sementeras, semejando pirámides de cono truncado. Los huaycos y derrumbes representaban, asimismo, un grave peligro para los cultivos.

Aquel año, Guaychao puso especial empeño y esmero en fortificar sus chacras. No obstante el tiempo transcurrido, quedaba en la memoria del pueblo, fresco aún, el recuerdo de una horrorosa tragedia. Galgadas de piedras, dando botes y rebotes, fueron a caer sobre el techo de una cabaña, en cuyo interior dormían sus ocupantes, Yonán Liclic y Sonche Shetálo. La muerte les había sorprendido en una noche oscura y lóbrega, con menudo aguacero y en medio del ruido intermitente y ensordecedor de los truenos, que tornaban inaudible los rugidos del puma. Las luces cegadoras de los relámpagos y los rayos, iluminaban fugazmente el valle, en cuyo cielo los rayos describían caprichosos gringos o zig-zig.

Cierta mañana en que Guaychao daba inicio a sus labores, recibió una extraña visita. De improviso se le presentó un anciano nunca antes visto en la comarca. Lucía una cushma a rayas. Ceñíase la entrecana y lacia cabellera con una vincha de lana; a la altura de su frente, remataba en dos blanquinegras plumas de ave. Para caminar se apoyaba en un rústico bastón de lloque. Plantándose frente a él le habló en tono profético:

- Soy Saracámac. He venido a premiar tu laboriosidad, esa gran virtud, esa gran joya, que adorna tu frente como diadema. También tu pueblo goza de tal virtud. Hizo una pausa y acotó:

- Este año tendrás varias cosechas de maíz, de caiguas, de frijoles, de zapallos y de chiclayos. En consecuencia, date por bien servido y satisfecho. No pasarán hambre en los años de sequía. Al decir esto, el misterioso Saracámac desapareció de su vista como una fugaz visión.Sin darle mayor importancia a tal encuentro, Guaychao retornó al pueblo de Uchucmarca, después que había concluído con sus ocupaciones de campo. Tras un período de duro e intenso trabajo sólo anhelaba tomarse un buen descanso. Al cabo de un mes, de haber concluído con las faenas agrícolas, tuvo un sueño muy extraño y revelador. Soñó que Saracámac volvía a visitarlo y le ordenaba:

- "Guaychao, baja a cosechar tu maíz y demás frutos". Al decir esto, Saracámac de nuevo desapareció- y como seguía soñando se vió en efecto cosechando dichos productos.Cuando despertó, la curiosidad y la duda se habían apoderado de su ser. El sueño había resultado bastante elocuente y persuasivo. Con la duda que corroía sus entrañas se preguntaba: "¿Será posible que eso ocurra en la vida real?" Quiso desengañarse. Como apenas rayó el día se levantó de la cama y luego de tomar un frugal desayuno, enrrumbó hacia el valle de Amet. Con gran sorpresa constató que en verdad una nueva y abundante cosecha le aguardaba. Era de ver y no creer. En las grandes sementeras, pujantes de fertilidad, los maizales, mostraban el tono plomizo de sus hojas secas. Desde lo más bajo de la nudosa caña hasta lo más alto del tallo, llenas y apiñadas, grandes y hermosas, se exhibían las mazorcas.

Guaychao, feliz de la vida, y convencido de que no se trataba de un sueño únicamente, convocó a sus mingas, quienes tipina en mano, dieron inicio a una nueva cosecha. A ella sucedieron otras más, de tal suerte que las pirúas y las colcas, los depósitos del pueblo, quedaron repletos, pletóricos. En sus chacras también depositó el resto de las cosechas; las fue amontonando en grandes y piramidales yulos. Guaychao y sus mingas experimentaban una sorpresa tras otra. Cuando les parecía estar realizando la última cosecha, de los rastrojos que iban quedando, surgían como por arte de magia y de encanto los tallos del maíz con sus mazorcas llenas, graneadas. Igual cosa sucedía con las demás mieses. Cansados de tanto cosechar y acarrear, decidieron tomar un descanso. Retornaron a la llacta de Uchucmarca, donde la noticia del raro prodigio corrió de boca en boca como un río de aguas torrentosas.

Las milagrosas cosechas, entre la gente del pueblo, causó inicialmente asombro, sorpresa, y después preocupación y alarma!. Pronto la superstición y la envidia tomaron forma. Se comenzó a decir que tales cosechas eran señales inequívocas de los malos tiempos que se avecinaban. Que el extraño fenómeno llamaba a la sequía, a la hambruna, y que era necesario conjurar esas amenazas dejándolas simplemente abandonadas en las mismas chacras para abono y alimento de los animales, principalmente de los pájaros.

Atemorizados por tales pronósticos, Guaychao resolvió acabar con la inusual bonanza. Con ese fin llegó una madrugada al valle de Amet. Y sin dárselo a saber a nadie por supuesto. Había llevado, colgando del hombro, una artística chuspa, con figuras de llamas y cóndores. De ella extrajo un puñado de yesca y dos pedernales. Después de entrechocarlas, de frotarlas entre sí, varias veces con trémulas manos, obtuvo el fuego requerido; lo transportó en una antorcha por diferentes puntos de sus chacras con el deliberado propósito de incendiarlas. Entonces, las llamaradas de candela, avivadas por el viento, surgieron en varios sitios del valle, voraces y abrazadoras. Desde una distancia prudencial, puesto a buen recaudo, el indio Guaychao contemplaba el siniestro con los ojos aterrados. Minutos después, el fuego avanzaba rugiendo por todas las chacras.

Las ígneas lenguas, enormes, agigantadas, que se alzaban hasta el cielo, provocaban un clamoroso crepitar de los maíces, de los frijoles, de los zapallos y chiclayos y en sus gemidos parecían implorar del cielo, del Janan Pacha, un severo y ejemplar castigo para el autor de aquella criminal y execrable acción. El cielo, de ordinario azul, se encapotó de humo. De la catastrófica vorágine que, en toda la extensión y amplitud de las sementeras, causaba la desolación y la muerte, una guayunga de maíz y una vaina de frijol, se elevaron por los aires, buscando salvación. Guaychao las vió con mayúsculo asombro.

Tras remontar rápidamente las alturas, quedaron flotando por algunos instantes sobre las siniestradas chacras. Luego se desplazaron con dirección al cerro Ollapampa. Al llegar allí quedaron prendidas del techo de una roca.

Un buen rato el atribulado chacarero recorrió con la mirada todas sus chacras, cuyos maizales habían quedado reducidos a humo y cenizas. La tierra calcinada presentaba una tonalidad negro pardusca. El valle de Amet se mostraba desolado y triste. El aire era trágico y fúnebre. Los pájaros dejaron de trinar y los grillos de chillar. Sólo el sempiterno río Chibani dejaba oír el murmullo de sus aguas.

Arrepentido y conmovido por tan fatal determinación, sintió desfallecer. Se dejó caer pesadamente sobre una piedra. Con mucha amargura y desconsuelo hundió su rostro broncíneo entre las manos callosas para prorrumpir en un histérico y patético llanto. En esos instantes, Saracámac, el enigmático personaje, hizo de nuevo su aparición. Visiblemente enojado y colérico le increpó su conducta:

- Guaychao, mientras vivas, éstas tus chacras de Amet, ya no producirán maíz, frijol, caiguas, zapallos y chiclayos. ¡No producirán alimento alguno! Tuviste el corazón endurecido como la piedra. Te despojaste de todo sentimiento de humanidad, piedad y compasión!.Saracámac temblaba de cólera. Sus ojillos, negros como los choloques, fulguraban y parecían despedir fogatas. Al cabo de algunos momentos retomó la palabra:

- Te digo una vez más que estas chacras no volverán a producir -Saracámac extendió el brazo derecho hacia las sementeras, señalándolas- Ese será tu castigo!. Así lo hemos acordado la Pachamama y Yo!.Aquella divinidad creadora y protectora del maíz, desapareció. A partir de entonces, el valle de Amet se cubrió de abrojos y cascajos. Dejó de producir maíz y toda clase de plantas alimenticias.

Con el correr de los años, la guayunga y la vaina de frijol se transformaron en pétricas estalacticas y sirven de mudos testigos de aquella tragedia. Son visibles para los pasajeros que transitan por aquella senda, larga y ondulante; comprendida entre las ásperas laderas del cerro Ollapampa y el valle de Amet. Esta ha tomado el nombre de "La Guayunga", para su permanente recuerdo.

VOCABULARIO REGIONAL

AMET.- Nombre de un valle en el distrito de Uchucmarca, donde transcurren las acciones del relato.

CAIGÜINA.- Palitroque, instrumento que sirve para tostar el maíz (cancha).

CALEAR.- Acción de sazonar el bolo de coca con la cal.

COLCAS.- Depósitos, graneros, silos.

COCA.- Arbusto peruano cuyas hojas son masticadas. "Es un excelente recurso natural antifatigante, euforizante, antidepresivo, calmante del hambre y la sed, elevador de la glucosa, ayuda inapreciable para adaptarse a las grandes alturas, alivio de dolor y sensación del frío", según César Guardia Mayorga, autor del Diccionario "Kechua castellano".

CONDORES.- Aves rapaces diurnas que habitan en los Andes peruanos y americanos.

CORONTAS.- Carozos o partes leñosas de las mazorcas de maíz. Sinónimo: tusas.

CUSHMA.- Especie de camisón, desprovisto de mangas que utilizan los indios del Perú. s. túnicas.

CHACCHAR.- Masticar la coca. s. coquear.

CHACRAS.- Huertos, sementeras, tierras de cultivo.

CHICLAYOS.- Calabazas.

CHICOTE.- Látigo, rebenque.

CHICHA DE JORA.- Bebida rubia de maíz fermentado, llamado jora.

CHOLOQUES.- Arbol silvestre de climas cálidos, cuyo fruto posee una cáscara negra muy compacta y resistente. Está cubierta por una capa gelatinosa que segrega una sustancia que sirve para lavar ropa (sapingos saponaria).

CHUSPA.- Bolso que utilizan los indios y que llevan colgado del hombro o adherido a la muñeca de la mano.

GALGADAS.- Pedrones que ruedan por las laderas de los cerros.

GOBALIN.- Nombre de un valle, ubicado al pie del pueblo y distrito de Uchucmarca.

GUAYUNGA.- Mazorcas de maíz, asidas entre sí de sus pancas, formando racimos y que cuelgan de las varandas, o canes de los techos.

GUAYCO.- Avalancha, alud // quebrada.

ISHCUPAS.- Granos de maíz podridos.

ISHCUPURO.- Poro calero / pequeño recipiente de calabaza que sirve para guardar la cal.

JALCAS.- Zonas de clima frígido.

LAPAS.- Depósitos y recipientes grandes y achatados hechos de calabaza, la cual es cortada por la mitad.

LUGURES.- Montes de piedra en las chacras.

LLACTA.- Pueblo, caserío, etc.

LLAMAS.- Camélidos andinos domésticos de la civilización andina.

LLOQUE.- Adj. Izquierdo // s. arbusto de la familia de las bixácias, cuya madera dura y nudosa se emplea en la chakitaclla, etc. y su corteza sirve para teñir. Abunda en la región de la sierra.

MINGAS.- Grupo de personas que realizan una tarea en común // Sistema de trabajo colectivo del incanato.

MOTE.- Maíz cocido.

OLLAPAMPA.- Nombre de un peñasco en el distrito de Uchucmarca.

Procede de las voces quechuas: Ullas = Gavilán, calvicie; pampa= llanura o terreno descubiero. Es decir terreno desnudo o terreno desnudo o terreno del gavilán. Ambas traducciones concuerdan con dicho lugar.

OLLATE.- Nombre de un lugar en el pueblo y distrito de Uchucmarca.

PACHAMAMA.- Diosa tutelar del Incanato representada por la madre tierra.

PANCAS.- Hoja que envuelve a la mazorca de maíz.

PEDERNALES.- Piedras que frotadas con otras o golpeadas con el eslabón y la yesca producen el fuego.

PIRCAS.- Paredes de piedra.

PIRUAS.- Graneros, silos.

PUMA.- León andino americano.

QUICHUAS.- Zonas de clima templado.

RUNAS.- Personas, gentes del pueblo.

SARACAMAC.- Divinidad protectora del maíz de las culturas andinas.

SHELAPE.- Pequeña meseta ubicada cerca al pueblo de Uchucmarca.

SHIGUAS.- Chacras, sementeras, tierras de cultivo, que han producido por muchos años.

SHINGO.- Cuervo, ave de rapiña.

SHIURIS.- Gusanos que se alimentan de maíz verde, llamado choclo.

TEMPLES.- Zonas de clima cálido.

TIPINA.- Instrumento delgado y puntiagudo de madera dura o de hueso que sirven para rasgar las pancas que cubren las mazorcas / s. tipidora.

TU.- Nombre de una quebrada en el pueblo y distrito de Uchucmarca.YULOS.- Montones, promontorios en forma de círculo.YESCA.- Médula de maguey que por su condición seca, fofa y ligera permite que las chispas de candela, ocasionadas por el pedernal y el eslabón, prendan en él y se haga fácilmente la lumbre o candela.(ramirosn@yahoo.es(

Nota.- Cabeza Clava al estilo de la cultura Chavin,encontrada en el sector de Shuenden,comprensión del Distrito de Uchucmarca,Provincia de Bolivar,República del Perú.Foto de John Servayge.

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