Blogia
RAMIRO SANCHEZ NAVARRO

El Trágico Amor de Inka Ripak

El Trágico amor de Inka Rípak.Relatos Prehispánicos

El Trágico amor de Inka Rípak.Relatos Prehispánicos

Autor: Ramiro Sánchez Navarro

La conquista del reino chachapuya había resultado crudelísima y en extremo sangrienta por la porfiada resistencia de sus heroicos defensores frente a la formidable arremetida del ejército invasor incaico. Túpac Yupanqui había tomado la firme determinación de no dar marcha atrás en la empresa conquistadora.

El saldo de aquella guerra aciaga y fratricida estaba a la vista: montones de cadáveres yacían regados por doquier. Innumerables heridos de ambos bandos, se quejaban de su desdicha y clamaban ayuda.

Los sitiados chachapuyas sabían de antemano, que la suerte la tenían echada ante el peligro inminente de la invasión de los orejones cusqueños, porque para ese entonces no contarían con más ayuda y auxilio que el de sus propias fuerzas. El ejército imperial incaico, en su arrollador avance, había subyugado a muchos pueblos del norte, los cuales pasaron a formar parte de la región incaica del Chinchaysuyo.

Aunque en franco retroceso, allí estaban los bravos chachapuyas combatiendo, exhibiendo sus menguadas y raleadas fuerzas.

- ¿Rendirse? Eso nunca! - preferible era morir combatiendo antes que perder la libertad. Es la idea - fuerza que domina a los más jóvenes, que, ante el empuje del adversario, se ven obligados a dejar sus emplazamientos, y escapar de las sitiadas fortalezas, para luego ir a ocupar otros pucaras o fuertes, que se hallan más al interior del reino.

En cambio, los más sensatos optan por la rendición y éstos son también los más maduros, de más edad, que han sacado provechosas enseñanzas de los avatares de la vida. Estaban convencidos que una guerra así sólo les traería la total destrucción.

Tras largos meses de lucha sangrienta, la guerra concluyó con el total sometimiento de los chachapuyas, quienes se habían hecho fuertes en la ciudad - fortaleza de Kuélap, la cual fue tomada al asalto por el ejército incaico.

Este último reducto, estaba considerado por los invasores, como el mayor campo de atrincheramiento de los sitiados y vencidos lugareños. Dentro y fuera de sus pétricos muros habíase registrado una crecida mortandad. Un sin número de cadáveres se hallaban en las más disímiles posiciones, en grandes charcos de sangre, con los cráneos destrozados y los sesos dispersos, con las lanzas y las flechas incrustadas en abdómenes y espaldas; o en su defecto, los rostros, geométricos y broncíneos horriblemente desfigurados por los golpes de las porras, de las macanas o las hachas. Negras aves de rapiña sobrevolaban, a baja altura, el tétrico lugar, donde la muerte se había ensañado y seguía ensañándose con los agónicos heridos, que clamaban ayuda y pedían agua, con la voz débil, para refrescar sus resecas gargantas.

Para Túpac Inca Yupanqui, aquella victoria era el resultado de una homérica proeza. En esa bravía región, el avance de su ejército tornóse sumamente penoso a causa de los abruptos caminos, con profundos abismos; el bloqueo de los pasos estrechos en los ríspidos desfiladeros, así como a las muchas fortalezas erigidas en sitios estratégicos y fuertes, desde donde se podía otear al enemigo.

Fueron numerosos los soldados incaicos que encontraron espantosa y horrible muerte al ser arrollados y arrojados hacía los tenebrosos abismos por súbitas galgadas de piedras y de igual modo cuando se desguindaban desde elevados precipicios, debido a la fragilidad de los suelos por las torrenciales lluvias, que los convertían en resbaladizos jabones.

Inca Rípac, el príncipe guerrero, de la mirada dulce y apacible, con su corta carrera militar había sobrellevado la dura campaña al lado de su poderoso padre, el Inca Túpac Yupanqui.

No obstante su mocedad, había dado suficientes muestras de audacia y arrojo en los combates. Al frente de sus hombres le tocó asumir un papel relevante en la derrota de los bravos huacrachucos. Ahora debía guerrear contra los belicosos chachapuyas; siendo de los primeros en lanzarse a la conquista de este último reino, cuyos primeros pueblos, del lado sur, conocieron la fuerza de sus armas y de su bravura en la batalla, pero también de su clemencia y generosidad con los vencidos. Los pueblos de Pías, Condormarca, Bambamarca, Cajamarquilla y Papamarca, fueron los primeros en resistir la invasión, en la zona sur de sus fronteras, convirtiéndose así en el foco principal de la resistencia y en el teatro principal de las bélicas operaciones.

El noble príncipe, prosiguiendo con la guerra de conquista, que su padre había desencadenado en aquella áspera y brava región, le tocó realizar una larga y penosa marcha. Por ironías del destino y gajes del oficio resultó gravemente herido, justo cuando la guerra estaba a punto de terminar con el asalto a Kuélap. Un flechazo en el brazo izquierdo y algunos porrazos propinados en diferentes partes del cuerpo, le habían colocado en estado de coma y al borde de la muerte. Por ello, se vió obligado a guardar reposo absoluto durante dos meses. En este lapso, su quebrantada salud quedó bajo los cuidados intensivos del curandero del Inca, el hampicamayoc Willca Cura, quien era secundado en su abnegada labor por un grupo de mujeres chachapuyas ganadas a la causa del Inca. Se caracterizaban por sus grandes atractivos físicos y por la especial dedicación que ponían en la curación de los heridos. De todas ellas, sobresalía una joven mujer, de larga cabellera y cuerpo esbelto. Se pasaba las horas al lado de sus pacientes, velando a cada instante por sus prontas mejorías. Inca Rípac habíase acostumbrado a tales compañías. Con seguridad disipaban su soledad y al mismo tiempo mitigaban su dolor. A los dos meses de haberse producido la batalla, los pacientes ya habían alcanzado cierta mejoría. Inca Rípac al despertar cierta mañana se llevó una amarga como desagradable sorpresa: las mujeres chachapuyas ya no estaban! En su lecho de enfermo encontrábanse únicamente el Willca Cura y Mama Suncu. Una honda pena se adueñó de su ser y por más preguntas que hiciera sobre el destino de aquel personal femenino, a su servicio, sólo había recibido respuestas confusas y contradictorias.

Tratando de disipar sus sombras de amargura y de pesar, pidió a sus ayudantes que lo llevaran en andas hacía uno de los cerros circundantes. Estando en la cima de uno de ellos, les pidió que lo dejaran sólo en compañía de su perro Illapa. A partir de aquel día, pasaba las horas en la cima del vistoso mirador, del Urcu pawana. El amplio y atractivo panorama, expresión típica de una naturaleza virgen y salvaje, le produjeron toda una gama de nuevas emociones, y sensaciones que en contínuas oleadas se fueron agolpando en su recio pecho. Eran días de sol radiante, esplendoroso, y reverberante, bajo un cielo profundamente azulado, salpicado de una que otra nívea nubecilla; cual blancos vellones de lana de llama, moteaban la opalina bóveda.

No podía menos que extasiarse contemplando el magnífico paisaje. Allí experimentó los cambiantes fenómenos de la naturaleza como las nevadas que deprimían y enfurecían a hombres y animales al bajar la temperatura y también los graciosos y violentos remolinos, como aquellos que, a ras del suelo, recorrieron en varías oportunidades, la sinuosa senda, alzando a su paso innumerables hojarascas y hojas arrancadas de los densos follajes de saúcos, chillcas y alisos, haciéndolos revolotear por los aires, con incierto destino. El inusual espectáculo lo encontraba siempre muy divertido y en forma inconsciente se veía recorriendo, con la mirada, el abrupto sendero que, entre líneas rectas, curvas y zig-zags, trepaba el lomo de los cerros para luego desaparecer tras los lejanos y enormes peñascos negro-azulados.

A lo lejos, muy a lo lejos, sobre unos elevados picachos, muchas aves de rapiña: buitres y gallinazos remontaban las alturas describiendo círculos concéntricos. Alargaban de contínuo los desnudos cuellos, como tratando de descubrir a sus presas, las cuales no eran otras que los cadáveres insepultos de quienes habían sucumbido en la batalla de Kuélap.

El aspecto imponente, hierático, a la vez sombrío de esas inhóspitas montañas le sobrecogieron de un repentino y vago temor, pero al mismo tiempo de un venerable respeto. Eran sin duda, aquellos extraños parajes, la segura morada de los temibles dioses, como el cóndor o wamani de las altas cumbres, considerado el soberano de las elevadas montañas y de los lagos, de aguas iridiscentes y espejeantes.

En esos instantes de abstracción y recogimiento, se agolparon a su mente los dolorosos recuerdos por lo acontecido en el cerro Chirmacassa, en donde las deidades tutelares y telúricas habían cobrado un elevado tributo en vidas humanas, pues nada menos que 300 soldados exploradores, luego de morir congelados, habían sido sepultados por una avalancha de lodo y nieve. A la resistencia de los naturales, se había sumado la furia de la naturaleza, que ahora le cobraba un crecido tributo de sangre al Inca conquistador, obligándole a detenerse por varios días, en su temerario avance; soportando la hostilidad de su clima, helado y frígido, que los entumecía y agarrotaba, haciéndolos tiritar y quejarse.

La sierra chachapuya indudablemente era una tierra de grandes contrastes. En épocas de lluvias ofrecía cuadros verdaderamente dantescos, aterradores. Y todo el ejército imperial incaico, era testigo de ello. Lo había experimentado en carne propia. El período invernal era particularmente crudo. La atmósfera se cargaba de enormes cúmulos de electricidad, que en forma brusca e inesperada se descargaba con sordos rumores y cuya magnitud alcanzaba la grandiosidad de los cataclismos y de los vientos huracanados, dando lugar a que los ánimos, hasta de los más templados y valerosos guerreros, se vieran de pronto invadidos por el temor y el espanto. En tales circunstancias, la visión del agreste paisaje no podía ser peor. Los expedicionarios pasaron noches oscuras y lóbregas, con lluvias incesantes y en medio de infernales rayos y truenos, intermitentes.

El fulgor de los cegadores relámpagos iluminaban los dilatados espacios de la áspera y colosal serranía. Los truenos, a cual más resonantes, estremecían todos los ámbitos y daban la fugaz impresión de que, en un abrir y cerrar de ojos, los cielos se vendrían abajo, luego de una violenta y brusca ruptura. Y como si todo ello fuera poco, los vientos ululantes e impetuosos sacudían con furia el denso follaje de los árboles y de los crecidos pajonales. Muchos saúcos, quina- quinas, alisos (lambras) y andamarcas, a más de gemir por la impetuosa agitación de los vendavales, terminaban con el tallo tronchado y las ramas desnudas. Miles de hojas desgajadas de los árboles se perdían en la oscuridad de las noches misteriosas e insondables.

En esos inhóspitos y desolados parajes, Inca Rípac, y sus hombres, en forma ineludible, habían soportado aquellas fuertes y copiosas lluvias, con esos broncos estruendos, que semejaban algunas veces galgadas de piedras rodando por las escabrosas pendientes, y en otras, la violenta erupción de un volcán. Arriba, en el tenebroso y oscuro firmamento, el rayo describía zig-zags, acompañado siempre de un sordo y descomunal trueno, que también guardaba semejanza con el tropel de una desbocada manada de guanacos y vicuñas, cuyas hirsutas melenas eran agitadas por los vendavales, que mantenían activa presencia en las temporadas de verano e invierno.

La conquista del reino chachapuya, significó para el romántico y apasionado Inca Rípac la irrupción en un mundo totalmente nuevo, ignoto, hecho a base de grandes contrastes. Allí todo era fascinación. Ante sus asombrados ojos había surgido una nueva naturaleza, increíblemente bella, incluso hasta en sus horribles tempestades.

Allí, su corazón de guerrero, comenzó a latir con más fuerza que nunca y de un modo extraño, no ante un pronto y esperado combate, sino ante la hermosura de sus nativas mujeres. Se distinguían por sus cuerpos esbeltos y senos protuberantes, carnosos labios y fornidos como musculosos miembros, y además por sus delicadas y suaves pieles blanquecinas y ambarinas.

Su padre, el sapainca, Túpac Yupanqui, subyugado por la belleza de aquellas regnícolas, no había vacilado en tomar como concubina a una de ellas, matrona de Cassamarquilla, a la que llamó Chunca Palla, hija predilecta del curaca Chiguala. Mujer hermosa y de carácter enérgico y audaz, gozaba de buenos atributos físicos. Otras, como ella, se desposaron igualmente con la gran mayoría de los guerreros incaicos. De este modo, la suerte de muchas féminas, de aquella comarca fiera y salvaje, pasó a ligarse con el destino de los invasores quechuas. Asimismo, un buen grupo de mujeres vírgenes, adolescentes aún, por la expresa voluntad del Inca fueron destinadas a los acllahuasis del Cusco y a la capital del reino chachapuya, que en fecha reciente se había fundado con el nombre de Cochapampa.

-"Después de todas las penalidades y sacrificios que implica esta guerra bien vale la pena haber llegado hasta aquí" - pensó el noble orejón, recorriendo una vez más desde la cima del Urcu pawana, (cerro mirador), el largo y tortuoso camino, el cual había transitado desde que sus plantas hollaron el suelo de los chachapuyas en medio de encarnizadas batallas.

El haber caído gravemente herido en la sitiada fortaleza de Kuélap, con el consiguiente obligado reposo, había dado lugar al retraimiento de su espíritu. La soledad y el retiro eran los seguros refugios para su alma herida por las viscisitudes de la vida. Inca Rípac vivía de los recuerdos. Como nunca, su alma conturbada por lacerantes evocaciones anhelaba, ahora sí, el amor de una seductora chachapuya. Por eso, la subida a la cúspide del cerro tenía como propósito acariciar el más bello sueño el de un idilio a corto plazo, el cual sin duda lo reconfortaría cual bálsamo reparador, en medio de la nostalgia y de la contemplación del paisaje arrobador. El príncipe cusqueño se sumergía en un mar de frescas reminiscencias. En un primer plano de su afiebrada y exaltada imaginación surgía el coloso río Marañón o Jatun Mayo, con sus aguas discurriendo por el fondo de la gran quebrada, ora tranquilas, ora furiosas y raudas, formando trágicos remolinos.

Luego la fragosa y frígida cordillera, por donde saltaba un caprichoso sendero sirviendo de enlace a los pueblos de Pías y Condormarca. De nuevo, en forma de instantánea, surgía en la mente de Inca Rípac el camino Real, el Cápac Ñam, abriéndose en dos extensos brazos: uno de ellos, descendía por el ramal oriental de la susodicha cordillera hacia los pueblos de Pajatén, Guayabamba y Mayu. Por aquel intrincado sendero, su padre había remitido parte de su aguerrido ejército con el objeto de reducir y someter a los naturales. Más adelante, una nueva columna fraccionada, del grueso ejército, partía de Levanto a Moyobamba, para consolidar la conquista.

Inca Rípac optó por la ruta que se abría paralela a la del Pajatén, la cual semejaba el gigantesco lomo de un dinosaurio. Por allí enfiló lo más graneado del ejército imperial bajo la suprema jefatura de su padre, el sapa Inca. Era este camino, precisamente, el que le llenaba la mente y el corazón de amargos y dolorosos recuerdos, debido a la gran resistencia de los lugareños, que se tradujo en cuantiosas bajas a sus huestes. Por esta ruta se alzaba majestuosa la llamada Conga de Ulila, un espléndido mirador de toda la región.

Desde aquella natural atalaya, su padre y su Estado Mayor habían obtenido una mejor orientación para la buena marcha de la expedición militar. Arriba, en la cima de dicho cuello, se acordó que el valeroso Inca Rípac, tomando la delantera con los hombres a su mando, descendiera a la cuenca superior del río Utcubamba. Desde este último lugar, era posible amagar y dominar uno de los flancos del gran campo atrincherado de Kuélap, cuyo formidable fortín se erguía en uno de los márgenes de este río, cuyas aguas discurrían por entre los cerros y las llanuras como una gigantesca y argentífera boa. Inca Rípac y sus huestes, atacando por el lugar indicado, habían contribuído a la derrota de los sitiados defensores.

Para Inca Rípac significó una terrible decepción saber que por órdenes de su padre se había prescindido de los valiosos servicios del cuerpo de enfermeras chachapuyas.

Su padre las había dado de baja cuando, él, aún se hallaba en estado de convalecencia. El pérfido Dios del amor, Cupido, le había lanzado sus dardos amorosos, seductores pero al mismo tiempo torturantes. El príncipe cusqueño se encontraba perdidamente enamorado de aquella mujer chachapuya, que rezumaba gracia por todos los poros, con gran derroche de belleza y juventud, que ahora sólo le causaban tristezas y aflicciones inefables.

Se había enamorado en secreto y no podía ser de otro modo porque las leyes sociales de la época no permitían la unión marital de cónyuges provenientes de estratos sociales opuestos y tan marcados. Pero el amor, ciego e ignorante de las barreras sociales, intentaba unir a un hombre de la realeza cusqueña con una mujer salida del pueblo chachapuya.

Valiéndose de la complicidad de algunos chasquis, Inca Rípac se dió maña para averiguar el paradero de la mujer amada. Con varios pretextos, que ocultaban los verdaderos motivos e intenciones, fue buscada por los principales pueblos del reino como Tulipe, Manco, Pausamarca, Lucanas, Suta, en el propio Kuélap. También en Llámac, Chíbul, Chuquibamba, Timpuy, Ampuy, Tácac, Uchucmarca, Cajamarquilla, Condormarca y Pías. Aquel denodado esfuerzo había resultado vano ¡Nadie daba cuenta de su paradero!. Frente a esta esquiva realidad, el joven orejón, quedó perplejo. Un mar de conjeturas martillaron su mente. Aventurándose un poco, pensó en la posibilidad de que su padre la hubiera trasladado al Cusco, junto con el resto de sus compañeras, en calidad de mitmas. Con fines políticos, por aquellos tiempos, pueblos enteros eran trasladados de un lugar a otro. Muchos hombres y mujeres del reino chachapuya fueron enviados a la capital del imperio, al Cusco; en compensación, numerosas colonias de Huancas y Collas arribaron a la comarca, para instalarse en diferentes puntos de la región subyugada, como una forma de compensar la pérdida de sus pobladores a causa de la guerra, y de doblegar la rebeldía de aquellos regnícolas, cuyo sometimiento y pacificación le habían costado muchos dolores de cabeza al inca. Pero también dicha medida política debíase al deseo de homogenizar y unificar el imperio en los campos socio-económicos, políticos y culturales. Tras la derrota de los Chachapuyas, el Inca había decidido edificar la capital de la nueva provincia del Tahuantinsuyo. Con tal fin eligió la hermosa altiplanicie de Cochapampa, que gozaba de buen clima, pródigas tierras y aguas cristalinas, como aquellas que discurrían por los cauces del Challwa Cancha. Y por los canales subterráneos del pueblo. Con este motivo Túpac Yupanqui mandó reclutar mucha gente de todo el reino. La Jatun Llacta de Cochapampa, poco a poco, fue adquiriendo perfil propio. Suntuosos edificios de cantería labrada comenzaron a levantarse. Entre estas piezas arquitectónicas figuraban el templo solar, el acllahuasi, el tambo y muchos almacenes estatales y eclesiásticos, también grandes estanques de piedra para servir de criadero de peces.

Era de ver para creer! La flamante ciudad lucía hermosa, exhibiendo edificios de alta calidad y estructura. Había sido concebida a imagen y semejanza del Cusco y solamente Písac y Ollantaytambo podían rivalizar con ella en belleza de líneas y solidez de muros. Dentro y fuera de sus flamantes paredes de piedra, la vida de más de tres mil almas comenzaba a bullir. La bella urbe, tenía un inconfundible aire cosmopolita; compartiendo un común destino, convivían chimúes, casamarcas, huancas, collas y kichuas.

Inca Rípac, entusiasmado, había secundado a su padre en la construcción de la urbe capitalina. Sin embargo, cuando recordaba el dulce encanto de Nunkaim, no podía evitar las nubes de tristeza que pronto ensombrecían la adustez de su semblante. Todo parecía indicar que la duda, la incertidumbre y un gran sentimiento de pesar lo iban consumiendo por dentro. No saber nada de la mujer, a la que había comenzado a querer y amar en silencio, era poco menos que una tortura. Muchas veces, le inducía a rebelarse, a perder la compostura, para gritar a los cuatro vientos, la causa de su desventura. Continuamente el príncipe se sumía en amargos desconsuelos. Por otro lado, un gran sentimiento de impotencia se fue adueñando de su ser. No podía franquearse con su padre, tampoco rebelarse contra su autoridad, para hacer lo que más convenía a sus particulares inclinaciones y deseos.

Los días pasaban lentos e inexorables, motivando a que el joven príncipe se mostraba como un hombre amargado y además abúlico. Aquella tendencia hacia la soledad y el retiro no se había disipado. Por el contrario, le acompañaba con particular persistencia. En tal estado de ánimo, sólo admitía la compañía de su perro Illapa. Con él que pasaba largas horas sobre la cima del cerro Achil. Arriba, sobre la enhiesta cumbre, su espíritu dejaba la humana envoltura y volando en pensamiento acaparaba la seductora imagen de la inubicable joven chachapuya. Tal obsesión por el ser amado lo hacían prácticamente sentir como ausente del resto de los mortales.

Esta anómala situación en la vida del príncipe, con el paso de los días adquirido visos de notoriedad y hasta de preocupación colectiva. Su padre el Inca, pensando en una nueva campaña bélica, comenzó asimismo a mostrarse inquieto por la salud del hijo guerrero.

La gente que conocía al noble orejón no dejaba de inquietarse y de formularse la pregunta:

"-¿Qué le estará pasando?-" y esta interrogante quedaba sin respuesta, flotando en el ambiente como un velado misterio. El común de la gente tampoco hallaba explicación.

Una tarde en que Inca Rípac se hallaba en su habitual lugar de retiro, se le presentó un viejo chachapuya, de cuya magra figura no se habría percatado, de no haber sido por los oportunos ladridos de su perro Illapa.

En un gesto que desconcertó al atribulado orejón, Illapa, luego de ladrarlo en actitud amenazante, fue al encuentro del desconocido meneándole la cola alegremente, pegando saltitos a su alrededor como si se tratara de un viejo conocido suyo.

El extraño, sin inmutarse, siguió caminando, avanzando en dirección al príncipe. Al cabo de algunos instantes le dijo:

- Perdona, hermano príncipe, que haya venido a perturbar tu tranquilidad, pero si he tomado esta decisión es porque quiero ayudarte. Sé que una gran pena te está consumiendo por dentro. Sé perfectamente lo que es tener el alma entristecida, deprimida y apesadumbrada. Todos en algún momento de nuestras vidas hemos pasado por esos trances.

Un breve intervalo de silencio medió entre esos dos personajes de largas y negras cabelleras, curtidas teces y edades contrastantes.

- Pero antes de decirte en qué consistirá mi ayuda, permíteme presentarme, soy Taluchi Coploana y yo vengo desde un valle que está situado tras de aquellos cerros.

El forastero alargó su brazo derecho en dirección a unos peñascos blanquinegros. El noble cusqueño apenas levantó su mirada. Parecía no importarle gran cosa. Había en él mucha indiferencia e incredulidad. Taluchi Coploana sin siquiera tomar en cuenta este detalle, prosiguió:

- En la semana que llevo por estos lares, obedeciendo las órdenes de tu señor padre, he podido darme cuenta de tu conmovedor estado de ánimo, por eso no he dudado en venir hasta aquí, a tu presencia.

- ¡Gracias, hermano Taluchi Coploana! Agradezco tus buenos deseos, más mi pena es tan grande que difícilmente tú me podrías consolar.

- Te diré, noble príncipe, en honor a la verdad, que tras aquellos cerros, que te los vuelvo a señalar, hay igualmente una joven mujer llamada Nunkaim que vive muy triste y siempre habla de un valeroso jefe incaico, a quien ella cuidó en su lecho de enfermo. Nos contaba que cuando él apenas se hallaba en estado convaleciente, su padre, el Inca, prescindió de sus servicios y del resto de mujeres chachapuyas. Dice también que como premio y recompensa de sus valiosos servicios, en vez de mandarlas como mitimaes a extraños y lejanos lugares, prefirió reintegrarlas a sus respectivos ayllus.

Taluchi Coploana, por unos instantes, tragó saliva y reflexionó, para agregar:

- Tengo la plena seguridad que ese príncipe de quien habla tanto, con mucho calor y muy bien, eres tú!

- ¡Oh! buen hombre. Al fin me has devuelto la alegría de vivir. Esa buena mujer es, hoy por hoy, la luz de mis ojos y es la única que hace palpitar aceleradamente mi corazón.

Ambos volvieron a sumirse en un conmovedor mutismo.

Meditaban. Inca Rípac, retomando el hilo de la palabra, añadió:

- Comprendo que ella nunca podría venir hacía mi por obvias razones - hablaba el príncipe con mucho sentimiento y con seguridad pensaba en el abismo social existente entre él y ella:-Tampoco podrá declararme su amor. En consecuencia, yo iré en busca de ella. Gracias buen hombre, te doy mis gracias de todo corazón. Que nuestros dioses premien tus buenas acciones.

De un momento a otro, Inca Rípac se sintió revitalizado con muchos deseos de volver a una vida pletórica de grandes acciones; pero, eso si, al lado de la mujer amada. Es decir de Nunkaím.

Taluchi Coploana, con la satisfacción de saberse un hombre útil, se alejó del príncipe, tras despedirse amablemente y desde aquella vez nunca más se volvieron a ver. Sin embargo, el noble orejón siempre le guardaba un gran sentimiento de gratitud, que perduró hasta el último momento de su violenta y gloriosa muerte.

Toda la tarde, de ese día inolvidable y también toda la noche, el joven guerrero cavilaba, tratando de encontrar una fórmula que le permitiera contar con la autorización de su padre. Y sin que éste llegara a sospecharlo siquiera y mucho menos a saberlo, le permitiera estar al lado de su joven amada.

Después de darle vueltas y más vueltas al complicado asunto, viendo todas sus aristas, creyó encontrar al fin la idea salvadora, la cual surgía como un destello de luz en medio de la más tenebrosa oscuridad.

Una mañana, muy de madrugada, en los momentos precisos en que el Inca permanecía sólo, en su flamante palacio, entregado a sus habituales meditaciones, recibió la inesperada visita de su valeroso hijo, quien llegaba en compañía de su fiel amigo Illapa. El Inca se sorprendió mucho de verlo ingresar. Pues, aunque se trataba de dos personajes afines como son padre e hijo, sin embargo, era muy cierto que pocas veces se habían reunido a solas para tratar sobre cuestiones personales o asuntos de familia. Problemas múltiples relacionados con la guerra y con la administración de las nuevas comarcas conquistadas, absorbían el tiempo de ambos.

- ¿Qué te trae por acá, hijo?- exclamó el Inca a modo de saludo, al tiempo que se incorporaba, dejando su trono, y con un ademán muy suyo, le ponía la mano derecha sobre el hombro respectivo.

- Vengo a pedirte, padre, que me permitas tomar un buen descanso. Necesito recuperar toda mi salud y por eso deseo estar a solas, libre de preocupaciones, que inquieten mi fatigado espíritu.

Después de las duras campañas, de las marchas forzadas, amén del intenso y agotador esfuerzo, mi cuerpo y mi espíritu se encuentran muy fatigados. A estas alturas, me caería muy bien dedicarme al pastoreo de nuestras llamas, seré un llamamichik. Me gustaría perderme una buena temporada con mi rebaño por los cerros y laderas de este reino, que tanto me ha impresionado. Esto es lo que más anhelo. Yo buscaría un lugar ideal para pastar. Tengo seguridad que aquí hay igualmente parajes muy similares a mi querida Chitapampa, al que yo añoro, porque allí solía pasar los días cuidando de nuestros hatos. No vacilaría en bautizar con el hermoso nombre de Chitapampa el sitio que me parezca apropiado.

El descanso que hoy te pido, buen padre, me servirá para cuidar mejor de nuestras llamas, que actualmente se encuentran muy menguadas en su número debido a las muchas ofrendas que tributamos a nuestros dioses tutelares luego de nuestra magnífica victoria en Kuélap.

¡Cuántas llamas mandamos al sacrificio! Ellas yacen dentro de aquel formidable bastión, último baluarte enemigo, en donde nuestros heroicos combatientes se cubrieron de gloria y se inmolaron.

Inca Rípac terminó de hablar con la exaltación y la emoción propias de su juventud. Era un hombre de convicciones y pasiones muy fuertes. Su padre, el Inca, que hasta aquellos momentos se había limitado a escucharlo con la atención debida, rompió con su silencio:

- Veo que no te falta razón en todo lo que has dicho. Por lo tanto, encuentro viable tu pedido. Bien, te concedo el permiso que tanto necesitas para que recobres tu salud y todas tus energías, pero a cambio de ello, deberás únicamente recordar una cosa: apenas nuestro glorioso ejército se ponga en campaña, deberás de inmediato hacerte presente. Tu concurso es muy indispensable a fin de proseguir con nuestras conquistas. ¿Me lo prometes?

- Si padre, te juro que regresaré de inmediato de cualquier parte que yo me encuentre.- Y fue así como el noble guerrero se alejó del lado de su padre por una buena temporada.

Cierto día, en horas de la mañana, Inca Rípac hizo su aparición por la Conga de Saucha. Hacía su arribo al idílico valle, al cual no vaciló en bautizarlo con el nombre de Chitapampa; cómodamente sentado en el anda dorada, la que descansaba sobre los fornidos hombros de seis indios cusqueños. Además le acompañaba una pequeña corte, cuyos integrantes no pasaban de una docena. Delante de su séquito, a una prudencial distancia, transitaban los nuevos senderos una veintena de llamas, conducidas por un llamamichick y el perro Illapa.

La presencia de tan noble personaje y su pequeña corte fue saludada de pronto con el estruendo de varios pututos y cornetas. La gente, entre curiosa y sorprendida, comenzó a afluir de todas partes. El joven cusqueño y su pequeña, pero sí vistosa comitiva, se vieron rodeados, en contados minutos, de una multitud de concurrentes.

El noble orejón no podía caber en si de contento. Con una alegría desbordante procedió a bajarse del anda. Abrió los brazos hercúleos, extendiéndolos como las alas de una ave de presa. Daba la impresión de querer abrazarlos a todos al mismo tiempo. De este modo, expresaba su agradecimiento por el recibimiento apoteósico que el pueblo chachapuya, de aquel hospitalario lugar, le tributaba.

- Hermanos chachapuyas - dijo el recién llegado y al instante el murmullo de voces quedó silenciado.- yo he venido hasta estos lares en busca de un poco de reposo para mi fatigado espíritu, harto de guerras. Queridos chachapuyas, no hay cosa más hermosa, que llevar una vida tranquila y sosegada, por este hermoso lugar que invita al descanso y a la reflexión. Por otro lado, hermanos aquí presentes, debo confesarme ante ustedes. Desde hace algunas semanas atrás mi corazón, atormentado por las guerras, ha comenzado a latir con fuerza por el amor de una mujer, que es de vuestra nación, y que por fortuna vive en este acogedor valle, al que yo he dado en llamarlo Chitapampa en memoria del mío, que existe allá, en el Cusco.

El orador cesó de hablar por breves momentos. Su acuciosa mirada la posó varias veces en el tumulto, que se hallaba pendiente de sus palabras:

- Mi mayor alegría -prosiguió-, y a la vez mi mayor ilusión será reencontrarme con ella. Quiero que sepan ustedes que he venido a testimoniarle el gran amor que siento por ella. Que su encantadora persona me inspira.

La ya numerosa concurrencia se quedó, por algunos momentos en suspenso, intercambiando miradas inquisitivas. Los hombres vanamente se esforzaban por descubrir a la elegida. Pues, ninguna de las jóvenes casaderas dábase por aludida. Una gran expectativa comenzó a reinar entre la concurrencia, la que no estaba exenta del suspenso. Repentinamente, del fondo de aquel grupo humano se fue abriendo paso una mujer, ricamente ataviada.

¡Era nada menos que Nunkaim! con pasos decididos fue avanzando por entre la compacta multitud que con tanta solicitud le fue franqueando el paso hacia el lugar en que se encontraba el joven guerrero, rodeado de su corte.

-¡Inca Rípac! Soy yo a quien tu buscabas. Fuí yo una de aquellas mujeres que por expreso mandato de tu señor padre me encargué de velar por tí cuando yacías grave y enfermo. Hoy ¡Oh noble príncipe! me tienes nuevamente a tus órdenes. Dispón de mi para lo que te fuera menester.

Inca Rípac, con la emoción desbordada y lleno de gozo se echó en brazos de su amada. Como nunca antes, aquella mañana del felíz reencuentro, ella irradiaba belleza y sumo contento. Lucía un cuerpo esbelto, largas y negras cabelleras, que sobre sus espaldas descansaban y desde el cuello se partían en dos largas shimbas. Fueron momentos en que los ojos, de mirar tierno y dulce, de la joven doncella despedían destellos de radiante felicidad. La retuvo a su lado un buen rato. Entre tanto la concurrencia, en medio de la general algarabía, discurría alegre y bulliciosa, con muchos deseos de festejar el magno suceso. A esas horas del día, el taita inti, era un disco incandescente, que despedía destellos de aúrea luz bajo un cielo increíblemente azul y poco le faltaba para arribar a su cénit. Cerca al grupo de gentes, los pájaros, celebraban su propia fiesta. Las pichozas, saltando y volando entre el follaje de las chilcas y Tayangas; los zorzales haciendo lo propio entre las ramas de los saúcos; chillaban alegremente antes de engullir los frutos morados, que colgaban de sus racimos, como uvas apetitosas y los Cocoteros, volando de un sitio a otro, se mostraban indiferentes a la reyerta de algunos pájaros que se les cruzaban en el vuelo, y como borrachos pendencieros, se desplumaban y picoteaban causando de paso gran alboroto.

Alegres y festivas comenzaron a sonar las tonadas, con las que el ambiente se vió súbitamente saturado. Bajo los efluvios de la chicha, la gente se mostraba animosa y alegre. Y por cierto no faltaron quienes pidieran a gritos, que la joven pareja saliera al ruedo a danzar una alegre y al mismo tiempo conmovedora cashua.

El pedido no se hizo esperar. En la altipampa, alfombrada de verdes gramíneas, Inca Rípac quedó maravillado al contemplar el espléndido paisaje que a su vista se ofrecía desde la meseta de Saucha. Desde allí era posible divisar los dos valles colindantes: Uchucmarca y Chitapampa. En este último los cultivos de pan llevar florecían a lo largo y ancho de artísticas y caprichosas terrazas.

El joven amante había pasado algunos meses al lado de su compañera, y de paso compartiendo la vida que llevaban los hombres de Chitapampa. Su carácter alegre y jovial, amén de sus graciosas ocurrencias bastaron para granjearse el corazón de aquellas gentes de vida sencilla y laboriosa; que construían sus moradas en las laderas y cimas de los cerros para protegerse mejor de sus enemigos y de los flagelos de la naturaleza. Cuando estas chozas o cabañas se erigían en las partes altas de las zonas templadas, donde las fuentes de agua no estaban a la mano, solían entonces descender hasta las profundas quebradas de los valles, con el único fin de recoger el líquido vital en grandes urpos; con cuyos recipientes, cargados a la espalda, retornaban a sus moradas, ascendiendo por cuestas tan subidas y derechas como una pared hecha a plomaba, causando el asombro y la admiración de otras naciones avecindadas en la costa y en la sierra.

Varias veces, Inca Rípac, tuvo la oportunidad de presenciar cómo, sus amigos chachapuyas, subían y bajaban de sus viviendas, por aquellas paredes de roca viva y compacta, colocando los pies y las manos en unos huecos poco perceptibles, hechos de antemano. Un espectáculo de tal naturaleza para el cusqueño orejón resultaba divertidísimo, y más aún si lo realizaban con las tinajas de agua sobre la espalda. En cambio, a los chachapuyas les hacía mucha gracia ver correr al forastero con las sandalias en una mano, y la waraka en la otra, con la que intentaba dar caza a los patillos y a las guachuas, esas especies de gaviotas andinas, que siempre moraban en las lagunillas de la pampa de Líclic.

Como hombre de guerra, Inca Rípac gustaba de la caza; la cual era para él una saludable diversión. En compañía de varios guerreros de la zona incursionaba en las intrincadas florestas de Lanchihuayco, Llibán y Sara Sara, las cuales servían de habitat a todo tipo de animales, pero sobre todo a pumas, osos, venados y zorros. Para dichos menesteres se premunían con todo tipo de armas: macanas, arcos, warakas, porras, hachas, lanzas, pucunas y boleadoras. Acostumbrado, como estaba, a correr tras los enemigos en fuga, no vacilaba en hacer lo propio con los asustadizos venados; que, todas las tardes descendían de los matorrales y laderas hacia las quebradas, con el propósito de aplacar la sed en los riachuelos.

Los Lluichus montaraces, ante la presencia de los cazadores, echaban a correr a campo traviesa. Era entonces el momento en que Inca Rípac y su perro "Illapa" corrían tras ellos, poniendo a prueba sus destrezas. Finalmente, el infeliz ciervo, caía atrapado por acción de las boleadoras que se enredaban en sus miembros, o bien, Illapa les cogía del cuello. Luego eran conducidos al redil de las llamas, donde permanecían a la soga, hasta que lograban ser domesticados. Contando con tan buenos cazadores era de esperar una caza abundante. En efecto así era. Después de dos o tres días de ausencia los expedicionarios retornaban cargados de muchas piezas codiciables: pavas de monte (paujiles), carachupas (armadillos), shipipas (perdices), añaces (zorrillos), atoces (zorros), Iluichus (venados), ucumaris (osos) y pumas (leones).

Otras veces, Inca Rípac, iba acompañado únicamente de Illapa hacia las cumbres del valle, a la hermosa meseta de Ventana. Desde allí contemplaba el vuelo de las aves de rapiña: águilas, buitres, halcones y gallinazos. Entonces, no perdía ocasión de ensayarse en tiros al blanco. Su adiestramiento, lo efectuaba pensando en la proximidad de la campaña bélica. Con certeros warakasos derribaba a las volátiles, en los precisos instantes, en que éstas pasaban cerca de él; una ancha sonrisa de satisfacción y de triunfo se dibujaba en su rostro broncíneo. Claro, así derribaría a sus enemigos en los campos de batalla. Se dedicaba después a pastar sus llamas por las envolventes laderas del apacible valle, en las antiplanicies de Yumi Yumi, Pampa Verde, Puémbol y Pachíl. Cansado de tanto arrojar piedras con la honda, se entregaba a la contemplación del paisaje o bien a cantar y tocar la antara, la quena o la flauta. Repentinamente, la atmósfera del lugar se saturaba con las alegres notas musicales de la llamaya, la danza del pastoreo; la consabida cashua, el baile de la alegría y el galanteo, que salían de su quena o de su flauta, y también de su antara. O en su defecto, del bombo o wankara. En estos casos, su mejor fuente de inspiración la encontraba en su bella compañera, en la seductora Nunkaim, que siempre solía acompañarlo en este tipo de menesteres. A los sonidos de sus melífluas voces, o de sus armónicos instrumentos musicales, los cerros respondían con prolongados y resonantes ecos.

Después de varios meses de estancia en el valle de Chitapampa, Inca Rípac recibía por fin la visita de un chasqui, mensajero real de su padre, el sapainca. Le traía el recado del autor de su vida. Le pedía su inmediato retorno a la jatun llacta de Cochapampa. El chasqui le informó que el ejército imperial, por decisión del Inca, pronto entraría en campaña. Esta vez para someter a las numerosas tribus que habitaban en la región norte del Chinchaysuyo, entre las que figuraban los bravos cañaris, huancavilcas, caras, quitus, caranquis y pastos.

La orden real le llegaba en el momento menos esperado y pensado. Inca Rípac, se había acostumbrado a su nueva vida. A decir verdad, pocos deseos tenía de reincorporarse a su vida anterior, que ya parecía cosa del pasado, pues vivía entregado a los amores y complacencias de la hermosa chachapuya, de quien esperaba un hijo, producto de su tórrido romance, de su volcánico idilio. En ese fruto, aún en formación y que ya comenzaba a vibrar en el vientre de Nunkaim, Inca Rípac veía al futuro regente del reino chachapuya o bien a la compañera del curaca principal, que de todas maneras vendría a consolidar la anhelada unidad monolítica del imperio incaico.

La sorpresiva visita del mensajero real, con su inesperada noticia, le había caído como un baldazo de agua helada. Una lucha sorda y titánica se desencadenó en su fuero interno. Tentado estuvo en desacatar la orden de su padre; pero, comprendió que tamaña desobediencia, con toda seguridad, le llegaría a costar la vida, porque en el Tahuantinsuyo no había lugar para quienes osaban infringir sus leyes o bien los mandatos del Inca, que eran la misma cosa, al final de cuentas. Las sanciones eran drásticas y se castigaban con severidad ejemplar, tanto así que, hasta los hermanos de su abuelo Pachacútec, llamados Cápac Yupanqui, Huayna Yupanqui habían encontrado la muerte al desacatar la orden real. Por lo menos, eso es lo que siempre oyó decir. Por otra parte, el propio Inca Rípac le había empeñado su palabra de honor. Y como dicen, lo prometido es deuda, estaba obligado a cumplir. Sin dudas ni murmuraciones debía emprender el inmediato retorno, sin importar el lugar en que se encontrara. Además, así lo demandaba la suprema autoridad, de suerte que el fogoso orejón no podía faltar a su palabra, más aún cuando de por medio estaba el alto concepto del honor y del deber normados por el código jurídico moral del ama quella (no seas ocioso), del ama sua (no robes), y del ama llulla (no mientas).

-¡Bella y amorosa Nunkaim, con el dolor de mi alma, de mi corazón y de todo mi ser, debo decirte que muy pronto me alejaré de tu lado. Me iré de esta tierra hospitalaria, y no sé por cuanto tiempo. Mi padre me llama. Dentro de algunos días su ejército se pondrá de nuevo en campaña. Sin embargo, debo confesarte, mi amada Numkaim, que al irme de aquí, de tu lado, me sentiré muy triste, porque dejo una parte de mi existencia contigo, y por eso debo regresar. Espero que nuestros dioses oigan mi súplica.

Con el semblante triste, demudado y la mirada perdida en la hilera de cerros lontanos reanudó aquella suerte de monólogo:

- Confío en que esta próxima campaña no sea muy prolongada. Mi padre ha mandado levantar mucha gente de guerra y siendo así, las nuevas conquistas serán rápidas, eso me dará la posibilidad de retornar a tu lado dentro de algunos meses. Si la suerte nos acompaña, con la venia de nuestros dioses, yo regresaré para vivir contigo, para toda la vida. ¿Qué más puedo pedir?. Sólo la muerte nos podría separar, aún así estoy seguro que nuestras almas se juntarán en el más allá.

Los ojos del guerrero se bañaron en lágrimas. Trabajo le había costado seguir hablando, porque la ñusta se hallaba sumida en un profundo mutismo. No obstante, el joven príncipe, recobrando la serenidad y la calma acotó:

- Cuida de nuestro rebaño de llamas. Tengo la plena seguridad que ellas fecundarán. El lugar se presta para ello. Además, quiero decirte que he tenido un sueño bastante revelador. He soñado al misterioso Taluchi Coploana, al hombre que hizo posible nuestro feliz encuentro, quien poniendo una mano sobre mi hombro me recordó que este sitio, llamado en otros tiempos Paripacucha está bajo los buenos augurios del Incaychu, del Illallama protectora, la que permitirá la fecundación de nuestras llamas. Tendrás muchas llamas que te serán de mucha utilidad. Las lágrimas afloraban en los ojos de la joven pareja; y entre furtivas y silenciosas, cual gotas de rocío, resbalaron por las demacradas mejillas de ambos para caer en el suelo sediento, que luego las bebió con avidez.

Inca Rípac partía del idílico valle de Chitapampa en compañía de su pequeña corte y de su perro Illapa, el cual iba adelante husmeando el camino. Atrás quedaba el mundo mágico, de dulces ensoñaciones y encantos: la amorosa y tierna Nunkaím y el pequeño hato de llamas, cuyos colores iban del blanco al negro pasando por el marrón.

Embargado por la pena y los recuerdos, el príncipe cusqueño parecía hundirse en el más profundo silencio. Acudía al llamado de su padre prácticamente contra su voluntad.

El noble orejón coronaba la Conga de Saucha sobre el anda dorada. Quienes fueron a despedirlo, tuvieron la oportunidad de verlo por última vez. Desde aquel mirador varias veces alzó la mano en señal de despedida. Luego vendría el descenso. Entonces la figura del noble orejón se fue empequeñeciendo para luego ya no ser vista; dejaba, si, la fugaz sensación de que la tierra lo devoraba con todo su séquito. Inca Rípac simplemente había transpuesto la enhiesta cumbre, y ahora descendía a paso ligero la senda que conducía al valle de Uchucmarca y de allí enrumbaría hacia Cochapampa.

El tiempo pasó y las noticias que llegaban muy de vez en vez al reino de los chachapuyas eran totalmente favorables a la causa del Inca. Se destacaba el arrojo y la bravura de sus soldados, así como el sometimiento de las belicosas tribus. Las noticias no podían ser más halagadoras. Nunkaím abrigaba la secreta esperanza de reencontrarse pronto con su amado príncipe. El tiempo fue transcurriendo, mas una mañana lluviosa y fría, recibió la visita de un mensajero real. El enviado de Túpac Yupanqui súbitamente apareció en el umbral de la puerta, en circunstancias en que ella y los suyos tomaban desayuno:

- Malas noticias te traigo buena mujer. El príncipe Inca Rípac ha ido a mejor vida, ha muerto en uno de los recios combates librados contra los Caranquis. Los enemigos han pagado muy caro su osadía. ¡Todos han sido pasados a cuchillo!. Ahora en sus cráneos toman chicha los vencedores- tras una breve pausa, el visitante, añadió:

- Sus últimos deseos, del príncipe moribundo, fueron que se te hiciera entrega de su chuspa y de sus ojotas. Aquí las tienes. También dejó dicho que cuides bien de su hijo, el que llevas aún en las entrañas, en tu vientre, que ya lo tienes abultado -el bolso y las sandalias, las recibió con trémulas manos, pues a Nunkaim le bastó saber de su muerte, para romper en un llanto amargo e histérico, desgarrador, que desembocó en una aguda crisis de nervios. Sus padres, y vecinos del lugar, acudieron presurosos a darle los auxilios del caso.

La muerte del joven guerrero fue muy sentida en todo el Tahuantinsuyo. El Inca decretó un mes de duelo, de riguroso luto. El cadáver de Inca Rípac se cubrió con la enseña imperial, la unancha, que llevaba los siete colores del arco iris, al cual llamaban Turu manya o cuichi. Mas, aquella unancha era el símbolo de la fraternal cooperación entre los hombres; ahora flameaba a media asta.

Después de cumplir con el recado, el mensajero real, aquel mismo día retornaba a la jatun llacta de Cochapampa. Mientras tanto, la desdichada Nunkaím permanecía en estado de inconsciencia. Pero, al cabo de algunas horas, había recobrado el conocimiento. Los días fueron pasando y no obstante, la terrible impresión de la trágica muerte, de su muy amado príncipe, seguía reflejado en su rostro pálido y demacrado. Había perdido además varios kilos de peso.

Embargada por una insondable tristeza, desde entonces buscó la soledad. En tan dolorosa como lastimosa situación sólo el llanto le servía para desahogar sus penas. Entretanto, el fruto de sus amores iba abultando su vientre, su gravidez crecía y pocas semanas quedaban para el parto, pero ¡oh desdicha! la de tropezar y rodar por una pequeña pendiente. Esa mañana aciaga y negra, prescindiendo de sus servidores, había ido por agua, hacia el puquio de la huequera. Al regresar con la tinaja sobre la espalda, una pisada en falso determinó no sólo magulladuras y golpes en todo el cuerpo sino que tuviera un parto prematuro; lo cual significó la tumba para madre e hijo. Después de dos días de velorio, ambos cuerpos inertes, fueron momificados siguiendo la vieja costumbre Chachapuya, cuando se trataba de gente noble.

Sus amores con el príncipe cusqueño la habían sacado del oscuro anonimato otorgándole una merecida fama. Muchos curacas del reino, los Apus Tomallaxa, Chuquillaja, Zuta y de otros reinos colindantes como el de Huacrachuco y Casamarca, sabedores de su fin trágico, se hicieron presentes en aquel inolvidable valle de Chitapampa. En memoria de la princesa muerta, Túpac Yupanqui ordenó, 30 días de duelo en todo el reino chachapuya. Los cadáveres momificados de madre e hijo fueron envueltos con el emblema de los siete colores del arco iris, para luego ser depositados en un sarcófago antropomorfo, hecho con lajas de piedra y pegado con arcilla. Por último, fue colocado en su última morada, el cerro Colpacucho, donde ella había pasado momentos gratos e inolvidables. La muerte inesperada de la joven fue muy sentida y no faltaron quienes en su afán de acompañarla en su viaje a la otra vida, del más allá, se suicidaran ahorcándose con sogas de chila o de cabuya.

Con el devenir de los años la famosa pareja, ingresaba al campo de la leyenda. Los moradores del valle de Chitapampa juraban y rejuraban haber visto al príncipe Inca Rípac y a su amada Nunkaím, sentados muy juntos, en la ladera del acogedor paraje, en la tarea de pastar el rebaño de llamas. No faltaron también quienes decían haberlo visto algunas veces, sólo al príncipe, corriendo en las noches de plenilunio, a través de la pampa de Líclic, tras los patillos de la laguna. Pues tales visiones, ocurrían únicamente en aquellas noches de luna llena, cuando el astro nocturno bañaba a raudales con su luz plateada todo el valle de Chitapampa, así como las mesetas y cerros que lo circundaban.

-------------.--------------

GLOSARIO

(1) Bambamarca.- Pueblo y distrito de la provincia de Bolívar, Departamento de La Libertad (3555 mts.) Otro de los pueblos principales del reino chachapuya. Proviene de Pampamarca o "pueblo de la llanura".

(2) Blancas mujeres.-Pedro Cieza de León sostiene: "Son estos indios naturales de Chachapoyas (el nombre de todo el reino) los más blancos y agraciados de todos cuanto yo he visto en las Indias que he andado, y sus mujeres fueron tan hermosas que por sólo su gentileza muchas de ellas merecieron serlo de los Incas y ser llevadas a los templos del Sol; y así vemos hoy día que las indias que han quedado de este linaje son en extremo hermosas, porque son blancas y muchas muy dispuestas" (La Crónica del Perú, 1973, pág. 191).

(3) Cajamarquilla.- Nombre prehispánico con el que se conoció al actual pueblo y distrito de Bolívar, de la provincia del mismo nombre, Departamento de La Libertad (3100 m.) proviene de CASSAMARQUILLA. Inca Garcilaso de la Vega afirma: "En Cassamarquilla hubo mucha pelea por la mucha y muy beliciosa gente que el pueblo tenía, mas pasados algunos reencuentros en que los chachas conocieron la pujanza de los Incas, considerando que la mayor parte de su provincia estaba ya sujeta al Inca (Túpac Yupanqui) tuvieron por bien sujetarse ellos también" (Los Comentarios Reales, 1973, pág. 81).

(4) Cashua.- O cachua, baile alegre y festivo.

(5) Cochabamba.- Caserío o anexo actual del distrito de Chuquibamba, provincia de Chachapoyas, Departamento de Amazonas.

Tras el sometimiento del reino chachapuya, Túpac Yupanqui, en Cochabamba mandó erigir la capital política y administrativa. Allí los Incas construyeron grandes palacios, templos, viviendas; dotaron a la ciudad de agua que hicieron llegar en grandes canales desde "Las Lagunas Misha cucha, y chanchi. Durante la guerra civil, se sabe que fueron los propios chachas, quienes destruyeron la Jatun llacta o pueblo grande, porque albergaba a más de 4 mil almas.

En la actualidad quedan aún algunos restos pétreos de manufactura incaica. Es bueno anotar que esta ciudad o llacta no está consignada en los libros textos de historia oficial. Sin embargo, es el historiador Waldemar Espinoza Soriano, quien la ha rescatado del olvido. En su libro "Los Incas" (1990: 330) pero yerra al ubicarlo en el actual distrito de Leymebamba (Raimipampa).

Sobre el particular, el propio historiador nos habla que "una de las pruebas más fidedignas del espíritu y plan imperial y colonizador de la etnia Inca, que la sindica como un pueblo que conquistaba señoríos y reinos para dominarlos y controlarlos en forma permanente, es su programa de fundación de llactas. En dicho aspecto se comportan como insignes constructores de asentamientos humanos urbano-administrativos siguiendo la tradición Huari-puquina" (:330).

Más adelante, tras anunciar las numerosas llactas incaicas, aparte del Cusco, nos dice que "cada llacta regional representaba una réplica de la ciudad del Cusco, la que servía de modelo para delinear las otras". (pág. 330).

La revista Imágenes (1987) señala que "Cochabamba, por estrategia, era la ruta obligada por donde pasaba el camino Caxamarquilla-Raymipampa cruzando el Hatun Mayu (Río Grande), conocido hoy como el caudaloso río Marañón" (pág. 38).

Cochabamba es voz castellanizada, proviene de cuchapampa, que quiere decir laguna de la llanura (cucha=laguna; pampa=llano). En dicho lugar existe una hermosa laguna artificial.

(6) Condormarca.- Pueblo y distrito de la provincia de Bolívar, del Departamento de La Libertad (3420 mts.). Inca Garcilaso de la Vega dice: "En el pueblo de Kúntur Marca hicieron gran resistencia los naturales, que eran muchos; pelearon valerosamente y entretuvieron la guerra muchos días, mas como ya en aquellos tiempos la pujanza de los Incas era tanta que no había resistencia contra ella, ni los chachas tenían otro socorro sino el de su valor y esfuerzo, los ahogaron con la inundación que sobre ellos cargaron; de tal manera que les fue forzoso rendirse a voluntad del Inca. (Los Comentarios Reales 1973: 81).

(7) Conga de Saucha.- Cuello o desfiladero del cerro Saucha, desde donde se mira al pueblo de Uchucmarca y por donde se descuelga el camino que nos lleva. Saucha es un cerro acolinado, de suave pendiente, donde se ha establecido un caserío de igual nombre.

(8) Conga de Ulila.- Cuello del indicado cerro, el cual circunda al pueblo capitalino del distrito de Uchucmarca, en la provincia de Bolívar, Departamento de La Libertad. Por dicho cuello, el camino del Inca desciende a través de la famosa Grada del Inca, hacia Cochabamba.

(9) Chachapuya (Reino).- Perteneciente a la cultura de igual nombre, del intermedio tardío, Surgió como nación entre los años 1000 y 1500 de nuestra era. Sobresalieron por su belicosidad guerrera y amor a la libertad.Se extendió por los actuales Departamentos de Amazonas y San Martín, y las provincias de Pataz y Bolívar, del Departamento de La Libertad. Se establecieron de preferencia en la orilla derecha del río Marañón, siendo sus centros principales, Kuélap, Gran Pajatén, Leymebamba, Yaro, Llamachibáni, Cajamarquilla, etc.

Hacia 1475 fueron sometidos por el Inca Túpac Yupanqui. A esta cultura también se le conoce como chachapcolla, Sachapuyu o simplemente Chacha, y posiblemente Chachapoyas, viene del quechua Sacha-puyus: "montes con nubes". Inca Garcilaso de la Vega dice de esta cultura... "La cual pudiéramos llamar reino, porque tiene más de cincuenta leguas de largo y veinte de ancho, sin lo que entra hasta Muyupampa, que son otras 30 leguas de largo". (Los Comentarios Reales, pág. 80).

(10) Chirmacassa.- Nevado ubicado en el distrito de Bolívar, de la provincia de igual nombre, del Departamento de La Libertad (4200 mts.) Garcilaso de La Vega dice al respecto: "Del pueblo del Pías pasó adelante (Túpac Yupanqui) con su ejército, y en una abra o puerto de Sierra Nevada que ha por nombre Chirmac Cassa, que quiere decir puerto dañoso, por ser de mucho daño a la gente que por el pasa, se helaron trescientos soldados escogidos por el Inca" (Los Comentarios Reales, pág. 81). En la actualidad dicho nevado es conocido como Chirimoyacaja.

(11) Chitapampa.- Es el nombre de un valle ubicado en el distrito de Uchucmarca. Es zona productora de tubérculos, legumbres y cereales. Tiene clima abrigado. Chitapampa es voz quechua compuesta. Quiere decir "tierra del ganado", porque era una zona comunitaria, donde pastaban las ovejas y en épocas anteriores, llamas y alpacas. A Chitapampa también se le llama Shitapampa o Shitapamba.

(12) Chunca Palla.- J.V. Larrabure dice de la concubina de Túpac Yupanqui, refiriéndose al debelamiento del motín de los chachapuyas por Huayna Cápac"... y huyeron a los montes, quedando en los pueblos los viejos y las mujeres que no pudieron huir; entre estas vivía CHUNCA PALLA, noble y respetada matrona, que había sido una de las mujeres de Túpac Yupanqui. Toda la población fue a rogarle que saliera a ver al Inca (Huayna Cápac) antes que este llegase a la ciudad, y le implorase el perdón del pueblo, para que no fueran todos exterminados. ("Huayna Cápac, novela histórica", 1918: 76-77).

(13) Guayabamba.- Valle ubicado en la provincia de Rodríguez de Mendoza, Departamento de Amazonas. Antonio Raimondi dice de él que es "donde se fabrica azúcar (Chancaca) que se consume en el Departamento de Amazonas" (pág. 291) y que la población de Santa Rosa es la capital del distrito de Guayabamba. Observa que "sus habitantes no viven en los pueblos sino en las casitas diseminadas a cierta distancia una de otra, y donde tienen sus cultivos. Sólo en los días festivos van a la población" (El Perú, Huallapampa. 1956: 2929,T.I). Guayabamba es una corrupción de Huallapampa.

El capitán Gustavo Arboleda A., por su parte señala que los habitantes de este valle, los Guayas "han dejado vestigios propios de una civilización muy antigua y avanzada y como tal, procedente quizás, de los primitivos Antis que tomaron la región de la selva para defenderse mejor de las tribus numerosas que ocuparon la parte llana del Bajo Amazonas, consiguiendo dominar y afianzar. Monografía de la provincia de Bolívar, 1951:45).

(14) Hatun llacta.- Palabras quechuas, que significan: hatun=grande; llacta=pueblo. Es decir "pueblo grande". Cochabamba fue uno de esos pueblos grandes que los incas fundaron a lo largo y ancho de sus dilatados dominios.

(15) Huacrachucos.- Hombres pertenecientes a esta cultura, que se desarrolló en el actual pueblo y distrito de Huacrachuco, capital de la provincia del Marañón, Departamento de Huánuco. Inca Garcilaso de la Vega señala en sus Comentarios Reales (1973: 78), que tal nombre obedece a que llevaban como tocado y distintivo un sombrero de cuerno: llaman chuco al tocado de la cabeza, y huacra al cuerno.

Fueron sometidos por Inca Yupanqui, ya que "antes de la provincia chachapuya hay otra que llaman Huacrachucu; es grande y asperísima de sitio, y de gente en extremo feroz y beliciosa". Al Inca le era necesario conquistar primero aquella provincia Huacrachucu para pasar a la chachapuya; y así mandó enderezar su ejército a ella" (1973: 78).

(17) Incaychu.- Illa, Illamama "Pequeñas esculturas que representan alpacas, llamas u ovejas. Son de piedra, por lo general de cuarcita, basalto, granito u otras rocas de grano fino. Muchas son de origen precolombiano, de las que se conocen en forma difundida como CONOPA ("pastores de puna", 1977: 216).

(18) Kuélap.- Ayllu Chacha, donde existe una gran fortaleza de igual nombre. fue el mayor campo atrincherado con que contaron los bravos chachapuyas. Se ubica en el distrito de Tingo, provincia de Luya, Departamento de Amazonas.

(19) Levanto.- Distrito de la Provincia de Chachapoyas, Departamento de Amazonas. Levanto es voz castellanizada; proviene de Llahuantu, Garcilaso afirma que el ejército incaico partió de Suta a otro pueblo grande principal de la provincia de Chachapuya, el cual cedió como los demás de su nación, viendo que no se podían defender, y así quedó el Inca (Túpac Yupanqui) por señor de toda aquella gran provincia" (Los Comentarios Reales", pág. 82).

Francisco Izquierdo Ríos, refiriéndose a este pueblo, señala: "Los danzantes de Levanto son naturales del pueblo que llevan el nombre, y que se halla a dos leguas de Chachapoyas, al otro lado de la montaña de Puma-Urco, por el Sud-oeste". Agrega que "Lo más valioso de este afamado conjunto de bailarines es su música prehispánica, india, litúrgica, guerrera, que aflora cautivante, del fondo de los siglos, como la de otras zonas de la Sierra Peruana" ("Pueblo y Bosque, folklore amazónico" pág. 262).

(20) Llamamichik.- Pastor de llamas.

(21) Moyobamba.- ciudad, distrito, provincia del Departamento de San Martín. De este pueblo dice Garcilaso: "Desde Llahuantu envió el gran Túpac Yupanqui parte de su ejército a la conquista y reducción de una provincia llamada Muyupampa, por donde entró el valeroso Ancohuallo cuando desamparó sus estados por no reconocer superioridad a los Incas, como se dijo en la vida del Inca Wiracocha; la actual provincia está dentro de los Antis, y por confederación amigable o por sujeción de vasallaje, que no concuerdan en esto aquellos indios, reconocía superioridad a los chachas, y está casi treinta leguas de Llahuantu al Levante".

Los naturales de Muyupampa, habiendo sabido que toda la provincia chachapuya quedaba sujeta al Inca, se rindieron con facilidad y protestaron abrazar su idolatría y sus leyes y costumbres ("Los Comentarios Reales pág. 82-83).

(22) Pajatén.- Centro urbano principal del reino chachapuya, en la provincia Mariscal Cáceres, del Departamento de San Martín. Allí existe un importante Complejo arqueológico, descubierto en Agosto de 1963 por el entonces Alcalde de Pataz Carlos Tomás Torrealba. Pajatén es también el nombre de un río, afluente del Jelache.

(23) Papamarca.-

Nombre de los uno de  pueblos principales del reino chachapuya, que ya no existe. Se presume que dicho nombre correspondió a los ayllus vecinos de Llama y Chibani, que fueron los núcleos de la reducción de Uchucmarca, establecida en 1573, y que hoy es el pueblo y distrito de Uchucmarca, de la provincia de Bolívar, Departamento de La Libertad. Sobre el particular, Inca Garcilaso afirma: "De Cassamarquilla pasó a otro pueblo principal, llamado Papamarca, que quiere decir, pueblo de papas, porque son muy grandes las que allí se dan. El Inca ganó aquel pueblo como los pasados" (Los Comentarios Reales, pág. 82).

(24) Paripacucha.- Nombre supuesto de una quebrada o huequera en el valle de Chitapampa.

(25) Pías.- Pueblo y distrito de la provincia de Pataz, del Departamento de La Libertad (2700 metros), fue el primer pueblo chachapuya en ser ocupado por el ejército de Túpac Yupanqui.

(26) Pichozas.- Gorriones

(27) Sarcófago Antropomorfo.- El historiador Waldemar Espinosa Soriano refiere que: "en el ámbito chachapuya, a los nobles se les inhumaba en pintorescas urnas funerarias hechas de arcilla pero con apariencia de cuerpos humanos, incluyendo una cabeza. Urnas a las que instalábanlas en altas cuevas u oquedades, cuyas vías de acceso las destruían totalmente, para eludir su profanación. Enterrar a un noble bajo el suelo, entre los chachas, era signo de vilipendio" (Los Incas, pág. 479).

(28) Chimbas.- Trenzas

(29) Ulila (cerro) es uno de los picos del distrito de Uchucmarea, la provincia de Bolívar, llamada zona del Collaí o Collaos, en atención a su altura y los habitantes seguramente de origen colla que allí moraban, en calidad de mitmas.

(30) Unancha.- Bandera

(31) Urpos.- Tinajas, botijones.

(32) Utcubamba.- Río tributario del Marañón. Es también el nombre de la nueva provincia del Departamento de Amazonas, cuya capital es la ciudad y distrito de Bagua Grande. El indicado río sirve de lindero natural entre los pueblos y distritos de Cajaruro y Bagua Grande. Utcubamba es voz castellanizada, proviene del quechua utcu=algodón; pampa=llanura. Es decir "llanura del algodón", planta cultivada por los pueblos de dicha región en el período prehispánico.(ramirosn@yahoo.es)

Nota.- La foto es propiedad de John Servayge y corresponde a los sectores de Vira Vira y Las Quinuas de Ulila, en el Distrito de Uchucmarca,Provincia de Bolivar,Departamento de La Libertad,República del Perú.