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RAMIRO SANCHEZ NAVARRO

La Guerra de los Chachas.Relatos prehispánicos

La Guerra de los Chachas.Relatos prehispánicos
 Autor: Ramiro Sánchez Navarro

La noche discurre clara y serena, iluminada por millares de estrellas que tachonan aquel cielo misterioso, en donde el disco rojizo de la luna hállase aprisionado por dos grandes círculos de arco iris.El Curaca Chuquillaja siente un vivo estremecimiento al contemplar aquel inusual espectáculo, pues cree que malos tiempos se están avecinando. Intrigado y desconcertado ingresa a su dormitorio, del cual ha salido minutos antes impulsado por ver el estado de la noche, que le dirá sí el día siguiente ha de ser bueno y promisorio, sin la presencia repentina de los aguaceros, que mojan los accidentados caminos convirtiéndolos en resbaladizos jabones.

 

El curaca sube al camastro, pero no puede conciliar el sueño. Le preocupa haber visto a la luna manchada de un rojo sanguinolento. Su cuerpo sufre un ligero estremecimiento al pensar en las posibles desgracias que le podrían sobrevenir a su pueblo. Y no es para menos, pues tantas cosas raras han ocurrido por aquellos días. El aullido monótono y dramático de los perros durante las noches pasadas, el furioso ulular de los vientos, los halcones cayéndose a tierra, luces misteriosas en el cielo y ahora la luna ensangrentada, son claros indicios de que algo malo, muy malo ha de suceder.

 

Se atormenta el Curaca Chuquillaja al tratar de identificar el posible mal que pudiera sobrevenir. Pues ¿qué mal podría ser aquel que no pudiera ser conjurado? Lluvias torrenciales o sequías que sólo traerían hambruna, pero que no le causan mayores zozobras, ya que en tales situaciones, la selva colindante les proveería del alimento indispensable. Además, la gente escarmentada con estos flagelos de la naturaleza toma sus precauciones y almacena alimentos para afrontar una amenaza como ésta. ¿Y si fueran epidemias? Se pregunta. Entonces él y su pueblo buscarían salvarse dispersándose por entre los montes. Las enfermedades son de temer, porque no siempre dan con la cura y por eso las gentes mueren. Si no son pestes, a lo mejor son temblores. ¿Qué otras cosas podría ser? ¿Tal vez guerra con los vecinos? No representan mayores amenazas para el pueblo y por lo tanto el Curaca puede librarse de las preocupaciones.

 

A medida que los días van pasando, deja de lado sus temores. La situación sigue normal. Más, de pronto, durante dos noches seguidas es asaltado por las pesadillas. En la primera noche aparece ante él una enorme serpiente, cuya hipnótica mirada lo deja alelado. Ante tales visiones, el curaca se siente impotente y atemorizado. Y aunque la serpiente es una deidad venerada por todos los moradores de su pueblo, la quiere matar, sabiendo del peligro que representa para su vida. Com mano trémula le arroja varias pedradas, pero ninguna de ellas la golpea. El enorme ofidio súbitamente desaparece tragado por la tierra y Chuquillaja queda preso de convulsiones epilépticas. Al día siguiente despierta cabizbajo y pensativo. Sin cruzar palabra con nadie se va a su chacra y allí pasa el resto del día ocupado en barbecharla con la ayuda de la chaquitaclla. En sus momentos de descanso chaccha su coca, sin poder apartar de su mente aquellas horribles visiones de la última noche.

 

La noche siguiente sueña que por el sector de Huampatén, una bandada de buitres aparece en raudo vuelo y luego de sobrevolar las numerosas aldeas, enrumban a Pirca Pirca, donde está la sede de su gobierno. Allí intentan aterrizar, sin dejar de graznar y aletear. Inicialmente intentan atacar a sus gentes. Luego, una lluvia de palos y piedras, lanzadas por su moradores, los obligan a huir por el sector de Llamactambo. El curaca no quiere contar a nadie de sus horribles sueños. Estas deidades de su pueblo, las plumíferas rapaces y las reptadoras serpientes, despiertan en él la curiosidad por saber el por qué se muestran tan enojadas y amenazadoras. Ha consultado su caso a una anciana vidente llamada Sagua Chuquichin. Ella le dice:

-      Seguro que en tus sueños se está revelando la guerra que están librado los chimúes con los orejones del Cuzco, quienes se hacen llamar Incas. Los que vienen del otro lado del Marañón, cuentan que esa gente, que es muy belicosa y numerosa, le viene ganado la guerra a nuestros vecinos.

 

Aunque las explicaciones de la anciana no dejan de ser alarmantes, de todos modos, el curaca cree que no hay motivo suficiente para preocuparse hasta la obsesión. Para él, esa guerra está distante y no significa amenaza alguna para su pueblo. De vez en cuando, a su comarca han llegado algunos mercaderes, trayendo como noticias que los sureños han sometido pacíficamente a los huamachucos, no habiendo sucedido lo mismo con los casamarcas con quienes han librado una guerra cruel. Cuando el curaca oye hablar de estos últimos, de sus fieras y encarnizadas luchas, luego de sus derrotas ante los llamados incas, se pone intranquilo y piensa en la suerte que pueden correr los suyos.

No cabe duda que hay una amenaza latente y ésta viene del otro lado del Marañón. Del pueblo de Balzas, arriba un mensajero, quien le asegura haber visto a unos indios extraños. Los foráneos, después de cruzar el río en embarcaciones, han seguido la ruta hacia el pueblo de Raimipampa, llevándose en forma sigilosa a varios lugareños.

 

El sometimiento de los casamarcas ha causado no poco estupor entre los pueblos chachapuyas. Esta mala noticia, cual reguero de pólvora, se extiende de un confín a otro. Los curacas sintiendo que el peligro se avecina, convocan a sus respectivos pueblos a sesiones de urgencia, a fin de tomar medidas de precaución. Sin embargo, cuando se tiene noticias que el ejército incaico, en su mayor parte, ha retornado al Cuzco, la calma retorna y se sienten aliviados.

 

Tiempo después, en un nuevo escenario de la conquista incaica, el día amanece radiante bajo un cielo azulino. Por entre los rijosos peñascos, el astro del día tímidamente hace su aparición. Atrás ha quedado el crudo invierno con sus lluvias torrenciales, sus densas neblinas a flor de tierra, sus negros nubarrones que por largos meses ha oscurecido el cielo de aquella comarca, áspera y brava, plagada de todo tipo de alimañas.

 

Algunos  rayos rubios, de aquel sol madrugador, se han filtrado por las pétricas ventanas y la puerta de la suntuosa mansión que al inca sirve de cuartel general.

Está compuesta por espaciosas salas de cantería muy pulida, cuyo techo y cornisas extensas lucen un llamativo barniz rojo. Las azoteas y escaleras, hechas con buen gusto, también son de la mejor cantería. Las puertas, de aquel magnífico palacete, atestadas de celosos guardianes y diligentes camayos, están cubiertas con pieles de animales raros y cortinajes de finísimo cumpi. Por dentro, de sus pétricas paredes han sido decoradas con mullidos tapetes confeccionados con alas de murciélago; con mantas policromadas, hechas con fibra de vicuña y con dibujos de grecas, rollos y aspas. En los bordes de estas primorosas telas están pintados los caciques y los combatientes.

 

Braseros dorados saturan el ambiente con el agradable olor de las hierbas quemantes, de las gomas y resinas extraídas de las selvas vírgenes. Complementan el ornamento pequeños espejos de bruñida plata, hermosas y refulgentes tinajas, esmaltadas y caladas; aúreos copones y vajillas, cuyas formas desmesuradas y fantásticas, representan figuras de niños, de llamas y cóndores.

 

En los espaciosos compartimientos, muy cerca de las pétricas paredes, exhíbense resplandecientes taburetes y bancos bajos, de cóncavos espaldares, que imitan colas de aves o de monstruos marinos. Aúreas planchas portátiles con incrustación de pedrerías, figuras humanas en relieve, dragones, árboles y animales mitológicos, cubren los muros internos. Afuera, en los anchos corredores, hállanse agolpados los dignatarios, los auquis, los huamincas, los apus, los sinchis, los aucamayos y los curacas. Los edificios aledaños sirven de recámara a la servidumbre particular del soberano. Más allá, sobre una altipampa, erígense grandes almacenes y de allí para adelante, continúan las tropas, que se extienden dos leguas de largo a través del sinuoso valle huacrachuquino, pues desde allí proviene la amenaza sobre el reino chacha.

El inca, esbozando una alegre sonrisa, llena de satisfacción y orgullo, sale a saludar al astro del día. El intipchuri, ya en el espacioso patio, extiende sus brazos hercúleos y con una inclinación reverente lo saluda. Uno de los vasallos le alcanza dos vasos queros, de puro oro, conteniendo la rica chicha de maíz.

 

-                 Padre Sol, brindo contigo, porque esta campaña sea tan exitosa como las anteriores. Con tu ayuda ganaremos mayor número de súbditos, quienes serán adoradores tuyos. De unos cuantos sorbos apura el contenido del vaso que tiene en la diestra. Luego haciendo ademán de un segundo brindis, alza con la zurda el otro vaso destinado al Sol, cuyo contenido derrama en una botija de barro. Ingresa a su aposento. Allí están los miembros de su consejo, los generales y tíos suyos: Tilca Yupanqui, Auqui Yupanqui y Túpac Cápac.

-                 Mi padre el Sol me manda proseguir con la campaña. Ha comenzado el verano y la gente de socorro ya la tenemos. Considero que esta campaña no debe ser tan prolongada como las pasadas. A los 40 mil combatientes que vosotros yayas mandáis, se sumarán otros veinte mil más de nuestra plaza fuerte de Huánuco. Si los chachas no aceptan un sometimiento pacífico, lo conseguiremos mediante la fuerza de nuestras armas.

-                 Mucho me temo que esta campaña no ha de ser tan fácil, sino todo lo contrario. Allí tenemos el ejemplo de estos huacrachucos, a quienes con mucho esfuerzo y grandes sacrificios hemos conquistado. Estas pobres gentes son tan obstinadas y no entienden que nosotros venimos a sacarlos de sus bestialidades – Dijo con enfado Túpac Cápac.

La guerra librada entre los incas y los huacrachucos causó mucha alarma entre los chachapuyas, cuyos dilatados territorios se extendían de un confín a otro, abarcando los actuales departamentos de Amazonas, San Martín, así como las provincias de Patáz y Bolívar del departamento de La Libertad. El reino carecía de un gobierno centralizado en todo su ámbito, correspondiéndole a los curacas regir sus propios ayllus.

 

Desde mucho tiempo atrás, tanto el pueblo como sus autoridades estaban conscientes de la amenaza que significaba la expansión de los orejones cuzqueños, la cual se hizo patente, cuando sus vecinos los casamarcas, los chimúes y los huamachucos, no obstante ser pueblos pujantes, cayeron bajo su férula. Aún cuando una eventual guerra con los incas la consideraban distante en el tiempo y en el espacio, de todos modos se preocuparon por levantar muchas fortalezas en lugares de poca accesibilidad. Bloquearon los caminos en sus pasos estrechos. Acostumbrados como estaban a vivir arriba en los cerros y sus laderas, les pareció que mejores defensas no podían encontrar, porque desde lo alto era posible columbrar en cualquier dirección y en caso de guerra, oportunamente podían advertir la presencia del enemigo. Ellos lo sabían, mejor que nadie. Sus vidas hasta ese entonces, habían discurrido entre la paz y la esporádica guerra con sus vecinos debido a problemas de linderos, usurpación de tierras, robo de ganado auquénido y de productos de pan llevar, rapto de mujeres y de niños, entre otras causas.

 

-                  Señores – dijo el curaca Chuquipiondo de la llacta de Cunturmarca – los he convocado de urgencia, a todos ustedes para comunicarles que la guerra ha tocado ya nuestras  puertas. Si, señores, esa guerra que muchos de nosotros la veíamos lejana. Los llamados incas, se aproximan a nuestra frontera sur. - Luego de una pausa prosiguió: – los huacrachucos han sido totalmente derrotados. Y nosotros que, durante todo el tiempo que duró esa guerra, hemos permanecido de simples espectadores, ahora no tenemos otro socorro, otra ayuda que nuestras propias fuerzas y nuestro propio valor. En toda nuestra Nación se están llevando a cabo reuniones de urgencia para analizar la gravedad de la situación. Esta mala noticia es ya de dominio de todos los pueblos de nuestro reino gracias a nuestros esforzados mensajeros, quienes en sus idas y venidas traen el sentimiento unánime de luchar contra los invasores para conservar siempre nuestra libertad y nuestros territorios. Nosotros queremos vivir y morir con nuestras creencias, nuestras costumbres y modos de ser, como vivieron y murieron nuestros mayores.

-                  Si los incas quieren la guerra, pues ¡la tendrán! nosotros, los chachapuyas, estamos preparados para defender lo nuestro. Pelearemos por nuestra libertad, por nuestras tierras. Nadie nos despojará de nuestras heredades, tampoco nos harán sus vasallos. Muera el Inca y su gente – acotó Mallap gritando a voz en cuello.

-                  ¡Mueeraannn...! – Resonó el grito unánime de los congregados. La reunión concluyó tras varias horas de debate sobre la forma de preparar las defensas y de asumir responsabilidades en las mismas. Ya vieron los chachapuyas que la amenaza que se cernía sobre ellos era muy grande y por ello, sus rostros expresaban esa preocupación.

 

Una semana después Túpac Inca Yupanqui y sus 60 mil hombres, ubicados en las fronteras septentrionales de Huacrachuco, levantaban sus toldos blancos de campaña y vadeaban el Marañón por el sector de Calemar. El ejército incaico, con sus exploradores a la cabeza, ha incursionado en el territorio de los chachapuyas en forma sorpresiva y al comienzo, sin encontrar resistencia alguna de los lugareños. El servicio de centinela avanzada, de poco les ha servido; pues, los chachas se ven de pronto invadidos por una legión de guerreros Orejones.

En este ejército multinacional, van marchando en silencio y ordenada fila los canchis, cuyas frentes están ceñidas con listas rojas y negras; los canas y collas, con monteras de lona; los cuntis, chancas, charcas, tucmas y chilis, que exhiben gorros diversos y van premunidos de largas picas, banderas y grandes escudos y uniformes de colores; los huancas, llevan los cabellos trenzados y se calan gorros sujetados con cintas debajo del mentón; los antis y chunchos tienen los rostros pintados y las flechas envenenadas; los chinchas y los yungas, van premunidos de waracas, jubones y rodelas de algodón, mantas como rebozos y máscaras extravagantes, los huacrachucos con sus gorros rematados en cuerno de venado.

Casi a la retaguardia va el monarca, rodeado de aquello que constituye el núcleo de su ejército imperial, los hombres de su linaje, llamados incas Orejones, con sus clásicos llautos, cual anchos turbantes, redondos y embutidos zarcillos de oro, cascos y mazas de cobre, y sandalias muy adornadas. Ellos portan la efigie del dios Punchau y la piedra sagrada del cerro Huanacauri. Contra ellos ahora pelearán los chachas, quienes, cogidos de sorpresa y como un desesperado recurso defensivo, ante tan formidable amenaza optan por la huida. Todos los hombres y las mujeres, en edad viril, van subiendo de prisa a las montañas más altas, a los altos cerros, para luego atrincherarse en las fortalezas, que se yerguen solitarias y enhiestas, con sus cúpulas mirando al cielo azul, convertido en símbolo de una libertad sin límites.

En el pueblo fronterizo de Pías quedan únicamente algunos viejos y viejas acompañados de muchos niños. La guerra ha comenzado cruelmente por ambas partes:

 

-                  Um! Ya lo suponía... La cosa se está poniendo bastante fea. Esta gente nos está dando mucho trabajo. Han huido hacia sitios más fuertes y qué poco les importa los suyos, esos viejos, esas viejas y esos niños. Este pueblo de Pías ha quedado en el desamparo – Dijo el Inca a sus generales. Luego agregó: – quiero que traten con mucha clemencia a esta pobre gente. Les daremos de comer, de vestir y cuando quieran reunirse con los suyos les dejaremos ir.

 

En efecto así fue. Desde lo alto de las fortalezas y de las cumbres enhiestas, los atrincherados advierten el penoso ascenso de sus padres y demás parientes ancianos llevando a cuestas a los niños.

-                  ¡Caray! Esto si que se pone muy gracioso. Nuestros adversarios se han mostrado muy benévolos con los nuestros.

Sólo que esa generosidad nos acarreará problemas. Nuestras raciones ahora durarán menos y no hay manera alguna de proveernos de más víveres y pertrechos. Estamos rodeados. ¡Seguramente quieren que nos rindamos por hambre y por sed! Quieren que nuestros corazones se ablanden ante el llanto de nuestros hijos y de nuestros padres ¡Maldición! Estamos fregados. Nos quedan dos caminos: o salimos a pelear o simplemente nos rendimos? – Concluyó de hablar, inquiriendo a los suyos Daichap Chuilila, tras una reflexiva perorata. Las opiniones se dividieron.

-                  ¡Quisiera morir peleando y ahora mismo bajaré y los atacaré con mi honda y con mi lanza! - Exclamó, lleno de exaltación, el guerrero Tsuím Panchuy. De pronto él y un grupo de jóvenes guerreros, impulsados por el bélico ardor de la batalla, dejan la sitiada fortaleza y armados con sus lanzas y sus hondas corren a campo traviesa en busca del enemigo, que se halla parapetado y oculto entre los pajonales de aquella puna soledosa. Los gritos de uno y otro bando, amplificado por los ecos, se deja oír a varios metros a la redonda. Los pájaros Cargacha ante el ruido estridente huyen desesperadamente de sus escondrijos, dejando oír sus gritos característicos.

Las llamas, los guanacos y los venados huyen también a la desbandada, tomando direcciones diferentes. Por los aires cruzan raudas las piedras y las flechas y luego los hombres provistos de puntiagudas lanzas se acometen con furia. Tras el grito desaforado, la soledad y el silencio vuelven a apoderarse de la inmensidad de la puna, donde los verdes pajonales, agitados constantemente por el viento, emiten sonidos lúgubres y extraños.

-                  Nos quedan pocas provisiones – Exclama Cueta Choc, con una expresión de angustia y de dolor – Pronto ya no tendremos que comer. Moriremos irremediablemente si no nos rendimos. Nuestros hijos enferman y nuestros padres sufren lo indecible. Esta guerra es simplemente para nosotros un suicidio. Debemos hacer algo. Creo que es hora de pedirle clemencia al Inca. Sé que respetará nuestras vidas.

Mientras este tipo de propuestas surge en las sitiadas fortalezas, arriba en el despejado cielo, de opalino tul, un grupo de buitres revolotean los aires, describiendo círculos imaginarios y luego descienden a disputarse los despojos de los soldados muertos. Convencidos de su derrota, los rebeldes chachapuyas, de aquel lugar, toman el camino de la rendición. Y sin embargo, la situación sigue crítica para el ejército del Inca, porque si bien el verano ya ha comenzado, las altas montañas siguen pinceladas de blanca y refulgente nieve, que con el calor solar se van descongelando, produciendo sordas avalanchas de muerte y destrucción. Sobre aquellas enhiestas cumbres el viento impetuoso sopla con rabia, azotando el rostro curtido de los exploradores del Inca, quienes en su afán por descubrir y explorar el terreno, en número de 300 son sepultados sorpresivamente por aquellos aludes de nieve y lodo. Así, la naturaleza aparece como aliada de los regnícolas, obligando de paso a paralizar la acción del ejército invasor por varios días. En Condormarca, el curaca principal Chuquipiondo, manda publicar por bando dentro y fuera de su jurisdicción la noticia que el Inca ha huido ante el valor de sus hombres. La gente, con una mezcla de incredulidad y desconcierto, da finalmente por cierta la retirada del Inca.

Los días van transcurriendo sin prisa pero sin pausa y a medida que el tiempo va pasando la guerra deja de ser asunto de interés y todos se reincorporan a sus actividades habituales. En forma sorpresiva, el propio curaca Chuquipiondo vuelve a enviar mensajeros a los diferentes pueblos del interior comunicándoles que la amenaza sigue latente y que todos deben estar preparados para la lucha. Desde Pías, donde el Inca tiene su cuartel general, el ejército avanza en medio de grandes dificultades dado el carácter agreste de la geografía de la zona y de los ataques repentinos en los pasos estrechos y obligados perpetrados por los hombres del curaca Chuquipiondo. Galgas de piedras de pronto ruedan desde la cima de los cerros sembrando el pánico y la muerte entre los soldados del ejército imperial. Gritos de espanto y de dolor saturan el ambiente por algunos instantes y pese a ello el Inca continúa la marcha con la firme determinación de no volver atrás. Una determinación parecida hay igualmente  en el bando contrario, que están dispuestos a defender con sus vidas aquello que para ellos es vital, sus amadas libertades y sus tierras.

 

-                  Los Orejones de aquí no pasarán. Aquí morirán. Pagarán caro su osadía – Les promete a su gente Chumap Tupnimol, el jefe militar que comanda aquel sector del invadido territorio chachapuya y que ya ha dado muestras de gran valor, de gran táctico y estratega en pasadas guerras contra tribus vecinas de la selva colindante.

En efecto, Chumap y sus hombres entretienen la guerra durante varios días y tras varias escaramuzas, decide lanzar a todos sus hombres al campo de batalla. Es tal el ímpetu con que acometen que logran momentáneamente hacer retroceder a los contrarios. Temeroso el Inca de que el pánico se apodere de sus huestes ordena que todo el ejército, con sus reservas, salgan a combatir. La superioridad numérica, con sus reiteradas cargas y arremetidas logra doblegar la heroica resistencia de sus adversarios. Atravesado por una lanza enemiga, yace Chumap al igual que sus demás compañeros de armas.

 

Unas horas antes, previos al combate, cruzado de brazos y de pie sobre la cima de un cerro, había observado el avance enemigo. Luego, seguido de sus partidarios, se fue desplazando con la rapidez del lluichu por entre los pliegues de la cordillera; ora bajando a las quebradas, ora cruzando los descampados, para luego aparecer en la falda de otro cerro, por donde precisamente debían pasar sus enemigos. Unos tras otros, sus hombres se habían mantenido formando una larga columna. Por sobre las alturas de un picacho, un buitre agorero ha volado, deteniéndose para contemplar la fragosa tierra, ahora tan colmada de gente que está dispuesta a vender cara su vida. En el fragor de la lucha el curaca Chuquipiondo es tomado prisionero y conducido ante la presencia del inca.

 

Algunos sobrevivientes tratan de escapar de aquel campo infernal, envueltos en las sombras oscuras de la noche. Valiéndose de sus naturales instintos se van alejando. Se les ve temblorosos, rengos, mutilados, baldados, ciegos, con sus carnes magulladas y abiertas como rosas.

Conocedores de la aplastante derrota los curacas Chuquimanco de Pampamarca y Chiguala, de Cajamarquilla, se preparan para asumir la defensa de sus comarcas respectivas. Estiman que el invasor, pese a su superioridad, no debe obtener una victoria fácil.

 

 

El curaca Chiguala habla así a sus hombres:

-                  Amigos y hermanos míos: tras una heroica resistencia que ha durado varios días, las defensas de Cunturmarca han sido barridas por el adversario. Ahora tiene el camino expedito para continuar su avance. La derrota de nuestros hermanos de Cunturmarca la consideramos como nuestra. Lamentamos la muerte de todos sus defensores. Cayeron como pumas, pero también el invasor, que ha hollado con sus plantas nuestro sagrado suelo, ha sido golpeado duramente; muchos de sus hombres yacen regados en los campos, junto a los nuestros. Es cierto que hemos perdido esta gran batalla, pero aún no se ha perdido la guerra. Yo espero de ustedes un comportamiento heroico, pues ha llegado la hora de defender nuestra libertad, tan preciada y con ella nuestras creencias y nuestra tierra, de la que pretende despojarnos ese intruso llamado Túpac Yupanqui – Voces de adherencia por la causa patriota se escucha de la multitud, quienes en actitud retadora alzan sus lanzas por encima de sus negras e hirsutas cabezas, cuyos rostros fieros, están pintados de rojo, con achote.

El curaca satisfecho por el eco que ha encontrado su palabra en aquella congregación, prosigue:

-                  El curaca Chuquimanco en estos momentos se dispone a defender la porción que le corresponde. Pelearemos hasta morir, si la suerte nos es adversa.

De nuevo la guerra continúa cruel e implacable. Los hombres de ambos bandos se acometen con bravura y con desesperación por varios días.

Los hombres de Chuquimanco se lanzan al combate y se desprenden de la cumbre más alta. Atacan con la fuerza de la tierra o de letales rayos salidos de arriba, del cielo. Al grito atronador, que comienza a retumbar por las quebradas, acometen las primeras columnas con espantoso vocerío que hace retroceder a sus adversarios en completa confusión y desorden. Pero el monarca, que se mantiene vigilante del desarrollo de aquella batalla reñida e indecisa, opta por inclinarla a su favor, temeroso de una derrota que pudiera acabar con sus sueños y afanes imperiales.

 

El Inca vuelve a lanzar a todos sus hombres a los campos de batalla con el objeto de no prolongar la guerra. Esta vez, de nuevo, la apabullante superioridad se impone sobre el coraje de los chachapuyas. Hasta allí el saldo ya resulta aterrador, ¡escalofriante! porque una guerra así implica la casi total destrucción de los lugareños y las bajas cuantiosas en las filas del ejército incaico. Tras evaluar la situación, el Inca convoca a su Consejo, a quienes con la preocupación propia de un estadista les da su parecer:

-                  Si la guerra sigue así como hasta hoy, va a resultar catastrófica para ambos bandos, para nosotros y para ellos. Debemos recordar que nos trae una elevada misión, como es ganar adeptos para mi padre el Sol. Queremos más vasallos. Por eso es necesario ser más pacientes y tratar de ganar esta guerra valiéndonos de otros medios. Entre las medidas de urgencia que estoy tomando están aprovisionarlos de víveres, de alimentos. He dispuesto que a los curacas se les obsequie la mejor ropa fina, hecha con fibra de vicuña, con la Compi y para la gente común estarán destinadas las Ahuasca. De Cassamarca y demás lugares vendrán los alimentos que tanta falta les está haciendo.

-                  Esas medidas me parecen bastante atinadas y oportunas. Estoy convencido que con ello nos perderán el temor a ser castigados por su pertinacia y rebeldía – opinó el yaya Tilca Yupanqui.

-                  He dispuesto además que nuestros ingenieros les enseñen a construir acequias, estanques y andenes, allanando esos cerros y esas laderas con los cuales la producción de alimentos se incrementará y así no habrá que temer a las periódicas hambrunas – Dijo el Inca entusiasmado, apuntando con el índice derecho a los cerros vecinos.

Túpac Yupanqui está de pie ante los miembros de su Consejo, quienes le prestan toda la atención debida, sin quitarle la mirada de encima. El Inca retomó nuevamente la palabra:

-                  Este reino tiene hermosas mujeres como contrapartida a su agreste geografía, política de mis mayores siempre fue establecer alianzas matrimoniales con mujeres de los reinos conquistados. Fiel a esta línea, he decidido tomar como concubina a una de las hijas del curaca Chiguala; la cual, aparte de cautivarme con su hermosura, afianzará los lazos políticos y sociales de este reino con todo nuestro imperio y de paso será un factor que contribuirá a la pacificación. Ustedes y todos nuestros soldados podrán hacer lo propio. Por desgracia, o por ventura, a causa de esta guerra han quedado muchas mujeres viudas, las que verán con buenos ojos este tipo de alianzas con nuestros hombres, que andan sedientos de amor y cariño.

Entre las medidas complementarias he dispuesto asimismo el establecimiento de colonias chimúes, huancas y collas, las que por su adicción a nuestra causa contribuirán a la tranquilidad, el orden y el progreso material de este lugar. Esta pacificación se hará efectiva cuando se tenga que desterrar de por vida a quienes persistan en su rebeldía. Muchos de ellos irán al Cuzco y a otros lugares del sur. Bien, yayas, es todo cuanto he querido manifestarles en esta mañana. Espero ahora el sabio y oportuno consejo de ustedes.

 

Los aludidos entonces se miran unos a otros con un gesto de interrogación. Hay, sin embargo, en todos ellos una tácita aprobación. Interpretando el pensamiento de los demás, el general Huaman Achachi dice:

-                  Hay conformidad en nosotros por todo cuanto has dicho.

Uno a uno van saliendo de la fortaleza, denominada Pakarishka, los hombres de su Consejo para luego entregarse a sus actividades. Asentada sobre un enorme y rocoso peñón, el formidable Pucara parece elevarse al cielo. Al pie de su bases y arriba en sus plataformas, centinelas de rostros broncíneos y graníticos mantiénense impertérritos, armados de lanzas, arcos y flechas, macanas, hachas y porras. Rodeado de aquellos cerros dentados, oscuros y sombríos, semejando crestas de furiosos cóndores está la altiplanicie de Cusipampa, en donde la gente del pueblo concurre, con su curaca a la cabeza, a pasar momentos alegres. Pues allí se celebran las fiestas del pueblo. Se estrenan danzas diversas como las del venado, del oso, del zorro, del puma, de la carachupa [armadillo] de la sierpe y del cóndor. Pues, ellos son grandes adoradores de culebras y de cóndores. Por eso gustan disfrazarse de tales animales.

 

El Inca decide tomar por concubina a la hija del curaca, a la que llama Chunca Palla; una gran muchedumbre se congrega a presenciar el magno suceso; lo cual resulta de su total agrado.

Pues con esta alianza espera ver pronto sometido a todos sus moradores. En la anchurosa altipampa, alfombrada de verdes gramíneas, hállase la princesa exhibiendo una vistosa indumentaria, que ha sido obsequiada por el soberano. Cúbrese el cuerpo con una hermosa saya sedosa, su grácil cintura cíñese con una artística faja. Numerosas ajorcas y sartas de cascabeles, caprichosos y apretados brazaletes, abultan sus brazos y sus piernas, y le sirven de adorno. Sus negras mejillas ahora están arreboladas con el llimpi. Una corona de turquesas y esmeraldas ciñen su frente. Aquel día aparece suntuosa y relumbrante como un ídolo de preciado metal ante los admirados ojos de la concurrencia. De su grácil cuerpo, flexible como un junco y recio como el lloque emanan fraganciosos perfumes. Su hermosura ha eclipsado a las que poseen las otras féminas y ha cautivado el corazón del monarca.

 

En aquel harem real, su figura resalta clara y marfilina. Pues la gran mayoría son cetrinas como el lúcumo, doradas como la amarilla flor del amancae, leonadas como la fibra de una vicuña.

En la altiplanicie ha surgido una nueva deidad: el Sol, representado en planchas de oro y que el Inca las ha mandado colocar en los cuatro costados de la alfombrada pampa. Mientras se efectúa la boda del Inca con aquella núbil doncella, de piel ambarina, largas y negras cabelleras, senos turgentes, que seguramente le han de provocar un deleite tras otro en el tálamo del amor; los demás pueblos, aún no sometidos, respiran una tensa calma y se aprestan a empuñar sus armas.

 

Testigo de cuanto le sucede a sus moradores es el nevado Cassamarquilla, que con su helada cabellera nívea enfría la atmósfera del lugar. Sobre su elevada cima, sobrevuelan los cóndores, disfrutando de una libertad que con seguridad los chachas envidian.

 

Alarmados por la cercana presencia del Inca y de su ejército, la gente de Papamarca y sus curacas se dan cita en la altiplanicie de Huampatén, adonde los mensajeros arriban con noticias alarmantes. El curaca Chuquillaja, adusto y grave, exhorta a su pueblo:

 

-                  Ya saben ustedes que los próximos en ser invadidos somos nosotros. Y aún cuando sabemos que el Inca viene haciendo las paces con quienes se le han sometido, nada nos garantiza que un sometimiento pacífico nuestro, ha de garantizar nuestros derechos. Así que, yo, por mi parte, estoy dispuesto a dar la pelea. Por fortuna, aunque viejo, todavía me quedan fuerzas para luchar; más aún, cuando de por medio está nuestra libertad y la libre posesión de estas tierras, que nos vieron nacer.

 

La figura del curaca aparece nítida en aquella multitud de guerreros que deliberan al aire libre. Sus pupilas negras como el carbón, adquieren un brillo especial cuando las fija en aquella muchedumbre de exaltados guerreros o en el azul del infinito. En sus amplias espaldas resaltan los músculos dorsales y trapeciales. De rato en rato levanta y agita los brazos, exhibiendo unos poderosos tríceps. Su mediana estatura irradia una fuerza subyugante; como aquella que, arrolladora, se desprende de la nieve del Kumullca o del Cashurco. Hay una firme determinación en su mirada, su frente cuadrada, enmarcada de negro y duro cabello, está ceñida con el arma distintiva de su pueblo: la waraka. Su nariz aguileña y sus pómulos ligeramente salientes le dan un atractivo especial.

 

Concluida la reunión, sube hacia la cumbre de un peñasco, desde donde contempla el medio circundante, con su larga hilera de cerros por donde presiente que de un momento a otro aparecerán sus adversarios. Luego, vuelve la mirada hacia los suyos; los ve con sus lanzas erizadas, con el grito unívoco que sale de sus gargantas y hace temblar la tierra. Algunos mueven pesadamente sus macanas de palo y otros tensan los arcos.

 

Los hombres de Papamarca, de la tierra de la papas, con vivas y aplausos aprueban la resolución del curaca. Al día siguiente, reciben la sorpresiva visita de un mensajero del Inca, quien les viene a pedir la paz o la guerra. Es el curaca Chuquillaja, quien hablando a título personal y a nombre de sus subordinados, le expresa categórico al ingrato visitante que él y su pueblo están dispuestos a luchar y si es preciso morir en defensa de sus libertades y de sus tierras, y que por nada del mundo están dispuestos a ser sus vasallos.

 

Oída la respuesta, por boca del chasqui, el Inca se lanza como una tromba a la conquista de Papamarca.

De la garganta del curaca Chuquillaja vuelve a surgir la voz de los discursos. Sus hombres lo escuchan atentamente, sus palabras son como un eco que se va repitiendo de oído en oído. Va tocando las fibras más sensibles de aquellos corazones enardecidos, mientras los ancianos ven con mucha simpatía el arrojo de los suyos y admiran el verbo elocuente del curaca. Hay un tenso compás de espera. Aquella multitud de guerreros chachas se sumergen en el canto y en la música épicos, que los alienta a la realización de memorables hazañas y son como una oración surgida del seno de la tierra y de la propia sangre. De rato en rato comen cancha y toman sendos potos de chicha, de aquella que parece quemar los estómagos y los predispone a la alegría y la acción.

De pronto, como paridos por la tierra, los soldados incaicos surgen por doquier. Por el largo sendero, plagado de vericuetos, que siempre se desliza por el lomo gris y amarillento de los cerros, aparecen en fila india miles de soldados invasores. En medio de la ensordecedora gritería de ambos bandos, los partidarios de Chuquillaja les salen al encuentro provistos de lanzas, de hondas y macanas y una vez más acometen con furor. Tras varias horas de porfiado combate y pese al innegable heroísmo de los lugareños, éstos van cediendo sus posiciones a los intrusos. Se cierra el cerco en torno a la fortaleza de Pirca-Pirca, en donde el propio curaca ha establecido su cuartel general. Chuquillaja insta a sus reservas a comenzar la lucha. Sobre la cima de su fortín se mantiene impertérrito, observando el arrollador avance del enemigo. Con gritos que sólo ellos entienden, les ordena atacar, a salir al encuentro del enemigo. Pasea su iracunda mirada por todo el campo y advierte que está ya cubierto de cuerpos destrozados y ensangrentados. Mas, entre esos cuerpos, ahora inmóviles, no sólo están los cadáveres de sus hombres, pues los enemigos están pagando caro su osadía.

Toda la pampa de Auchán, Cascapuy, Andul, Chilkahuayco, Huampatén, están regados de cuerpos destrozados, de sangre, de miembros mutilados. En este cuadro incomprensible, de lo dantesco y horrorífico yacen cabezas dislocadas de sus troncos, espaldas abiertas, piernas levantadas, cadáveres amontonados. Qué terrible hediondez se desatará dentro de muy poco en aquel lugar, si no los sepultan oportunamente.

 

Cuando advierte que casi todo está ya perdido y que con seguridad ha de ser hecho prisionero y hasta quizás muerto por su rebeldía, sale a campo abierto, armado con su chuqui. A través de un intérprete pide medir fuerzas y valor con el propio Inca, en duelo personal. Acompañado de sus ayudantes se dirige a las pampas de Auchán, donde cree ver al Inca, pero se equivoca, pues quienes están allí aguardándolo son los capitanes del soberano intruso. Dirigiéndose al de más edad vocifera:

-                  No tengo por qué ser vasallo tuyo. Amo demasiado mi libertad.

Tú no tienes más autoridad que yo. Por eso Ancohuallo no te ha reconocido más jerarquía y ha preferido huir a nuestras selvas en compañía de los suyos. Si eres tan valiente, te desafío a pelear conmigo – Hay un brillo raro en los ojos del curaca, cuyas manos temblorosas se aferran a la lanza.

-                  Te equivocas. No soy el Inca. Pero si quieres hablar con él, ahora mismo te llevamos a su presencia – Quien habla así es el capitán Cori Mayta. El curaca, trémulo de ira, pero emocionado de poder verse cara a cara con quien ha sometido a naciones más poderosas que la suya, se deja conducir ladera abajo y luego por un sinuoso sendero hacia la altipampa de Llámac, donde se erige el Tampu real de Túpac Inca Yupanqui. Allí, además se alzan hacia el cielo, ahora sombrío, tres casas de piedra. En una de ellas mora el Inca y su Estado Mayor General. Hasta allí es conducido el viejo curaca. Túpac Yupanqui está descansando de sus fatigas guerreras. Un centinela le comunica que el curaca Chuquillaja, que ha sido derrotado y está como prisionero, desea verlo:

-                  Que pase – Es la orden real. El inca da un bostezo, alarga los brazos y luego se incorpora en su litera. Ingresa Chuquillaja sin su lanza y custodiado por dos soldados enemigos. El Inca al verlo se pone de pie, dejando momentáneamente su trono. Con gesto amable lo recibe. Le da un abrazo. Luego le invita a tomar asiento en un banco de piedra tallado primorosamente.

-                  A qué has venido, hermano curaca? – Le inquiere el soberano cuzqueño, quien tiene a su lado a un intérprete.

-                  Vengo a pedirte que nos dejes en paz, y que para evitar mayores sufrimientos a los nuestros, nos batamos en duelo tú y yo. Veo que eres bastante joven y fuerte... No te será difícil acabar conmigo, pero si he de morir, quiero una muerte gloriosa.

-                  No, hermano curaca. Ya no tengo por qué pelear contigo. Ustedes han sido derrotados y a ti te perdono la vida. Me gusta tu valentía, viejo. Tu te quedarás a gobernar a tu pueblo, como siempre lo has hecho y cooperarás con mis ministros y demás funcionarios para un mejor gobierno de tu nación.

Esto que hago contigo, también lo hice con los otros curacas, a quienes no les he privado de sus libertades, tampoco les he arrebatado un palmo de tierras. Por el contrario, de hoy en adelante vestirás mejor. Te regalaré buena ropa, de la fina y a tu pueblo también le daré bastante ropa y alimentos.

Mandaré construir acequias y todos los cerros, con sus laderas, estarán provistos de andenes para que puedan sembrar más y vivir mejor. Tus creencias y buenas costumbres serán respetadas y más bien ahora tendrás la oportunidad de adorar a mi padre el sol, que tanto beneficio nos da. Aprenderás además nuestra lengua, que es tan dulce y melodiosa como la tuya y para que veas que me gusta tu nación me he desposado con la hija del curaca Chiguala.

A tu pueblo también le he tomado mucho cariño. Qué hermosas y grandes se dan por aquí las papas, cuyo nombre de Papamarca, lo tiene bien merecido.

El curaca escucha con atención la disertación del Inca. Su semblante, inicialmente adusto, se va tornando amable y sereno. El Inca le alcanza un vaso de chicha, al tiempo que le dice:

-                  Brindemos, hermano curaca, por tu salud, por la mía y por la de tu nación.

Hoy comienza una nueva etapa para la historia de tu pueblo y el gran Tahuantinsuyo. De hoy en adelante serás un gran curaca. Tendrás autoridad sobre más ayllus, sobre el Huno de Cochapampa y Raimipampa. Toda esta gran comarca estará bajo tu mando, y como tu autoridad y poder ha crecido, ahora me acompañarás hasta Raimipampa. Aquí estará la sede de tu gobierno. Pronto los demás curacas de esta zona reconocerán tu autoridad y tu reinarás sobre todos ellos. Te regalaré más criados y más mujeres. A cambio de tu lealtad tendrás un palacio en la capital de mi gran nación, el Cusco. Tus hijos estudiarán allá y tú irás igualmente a participar de nuestras magnas fiestas. No ves que a pesar de la guerra tu suerte ha cambiado y para bien?

 

Chuquillaja ha quedado absorto escuchando hablar al inca. Y al cabo de un buen rato, retorna a su mansión de Pirca-Pirca, libre y convertido en jatuncuraca, por obra y gracia de su adversario, el Inca. Doña Sagua Epiquén lo esperaba con mucha ansiedad, pues ha temido por su vida. Ahora ella quiere conocer en detalle de aquel encuentro:

-                  Mira, como son las cosas. Yo me voy a desafiarlo a un duelo y el Inca me sale eligiéndo gran curaca de toda esta comarca. Mi poder y mi autoridad han aumentado con la sujeción de nuevos ayllus. Ahora los demás curacas de esta región me obedecerán y yo gobernaré hasta Raimipampa. Aunque mi poder ya no es absoluto. Tu y yo nos hemos convertido en unos súbditos más. Aquí estará la sede de mi gobierno...

Una semana después, el monarca parte en compañía del curaca hacia el sector de Leymebamba. Es el mes de junio y allá en el Cusco se festeja con toda solemnidad y pompa la fiesta del Inti Raymi. El Inca recordando aquel notable acontecimiento decide celebrarlo en aquel valle por el cual le llama Raimipampa.

 

Con el amanecer de un nuevo día, el Ejército incaico ha levantado sus toldos y cual hormigas arrieras van transitando el sendero que, de aquella fortaleza de Pirca-Pirca parte en diagonal por la ladera cubierta de ichus hacia el lomo de los cerros. Luego, el inca arrellanado en su litera, avanza con su séquito en lenta procesión. Al arribar al cuello del cerro Ulila se apea del anda y largo rato contempla el cielo infinito, cubierto de un tul azulino por donde las aves vuelan en distintas direcciones. Ante los ojos del monarca aparecen cerros y más cerros, valles estrechos y quebradas profundas, por las que discurren los ríos, de aguas cristalinas, con sus sordos rumores. Por el sector de Chíbul, Chuquibamba, Pomio y otros lugares, surgen densas humaredas, que en volutas espiraladas suben al cielo, donde se esfuman. El ruido monocorde de tambores, de caracolas y trompetas se comienza a oír, en una clara señal de que la guerra, con todas sus crueldades, está presente. Sin duda alguna, las avanzadas del numeroso y bien nutrido ejército incaico están  sostenido recios combates con los lugareños.

Y esas señales de humo son los anuncios de que en aquellos puntos, donde se alzan las humaredas, hay cruentos combates. Toda una gama de voces humanas se esparcen por todo el ámbito, confundidos con el sordo rumor de los ríos y chorreras.

Tras la hilera de cerros lontanos, en el pueblo de La Jalca, Chuquizuta, otro de los poderosos curacas del reino chacha, se apresta a defender su heredad. Después de reñidos combates es derrotado y hecho prisionero. Un cuantioso botín cae en poder de los invasores. Desde aquel reducto chacha, los chasquis se encargan de transmitirle la buena nueva al inca, quien exclama visiblemente preocupado:

-                  ¡La guerra, siempre la guerra! Y dirigiéndose a Chuquillaja: - Nosotros quisiéramos que ya no hubieran más muertes. Por eso he dado instrucciones a mis soldados para que traten con clemencia a los rendidos. Queremos brazos para el trabajo, para hacer de esta región, próspera y rica.

Chuquillaja, comprendiendo los propósitos del Inca, manda sus mensajeros, pidiendo la rendición de los demás pueblos para evitar inútiles derramamientos de sangre, que más van en desmedro de su nación, que el Inca les prometió respetar sus costumbres, sus tierras y libertades. Y por lo tanto no hay razón para seguir peleando hasta morir. Que no hay de dónde pedir socorro, porque todas las naciones que circundan a su reino están sometidas al Inca, que hasta el momento nada habían perdido y que por el contrario han mejorado en mucho.

 

El mensaje del curaca Chuquillaja es oído en los demás pueblos y aunque muchos no se resignan a la rendición, ya no pelean con la obstinación de quienes lo habían hecho en Pías, Condormarca, Bambamarca, Cajamarquilla y Papamarca. Cuando la guerra cesa por completo, el curaca deja de ver en sus sueños el enorme oficio y los buitres. Aquellas visiones oníricas y macabras, mensajeras de la muerte y la fatalidad, se han trocado por otras visiones gratas. Ahora sueña casi siempre con el cerro Churguanay, donde él ha hecho un alto en su viaje a Raimipampa, en compañía del Inca y su numerosa comitiva. En dicho cerro se ve casi siempre apostado, contemplando el paisaje circundante y el valle de Uchucmarca. De pronto, tras el escarpado cerro Cashurco se le aparece un sol rutilante, que le baña todo el cuerpo con su luz aún dorada y entonces él, convertido en nuevo Inca, saluda al astro diurno abriendo los brazos y postrándose. Otras veces se ve con ese mismo sol y en el mismo lugar bebiendo chicha de jora en los queros que el monarca le ha regalado.

Posteriormente, en nuevos sueños, muéstranse la luna, las estrellas. Algunas veces la luna surge ante él convertida en cuerno de plata sobre el cerro Colpacucho la ve salir y por último ve asombrado al Inca Túpac Yupanqui, como una gigantesca estatua, unas veces de pie sobre el cerro Cumullca y otras sobre el Cashurco.

Desde aquellas cimas, el soberano, convertido en un ser gigantesco, inclina su regia cabeza para verlo. Entonces el curaca levanta la suya hacia él, devolviéndole la mirada y el saludo. Algunas veces, el Inca le sonríe cariñosamente y en otras le da de palmadas sobre los hombros. Ese mismo Inca abre cuando quiere las compuertas de los torrentes de aguas cristalinas, que luego descienden raudas desde las enhiestas cumbres. Como estos sueños le acompañan casi siempre, hace traer hasta su palacete de Pirca-Pirca al brujo Chimal Valqui, famoso en toda la región por sus acertados vaticinios. Este le dice:

-                  Si tu ya no sueñas a la culebra y al buitre es porque han dejado de ser nuestras deidades. También significa que ya no tendremos guerra como la pasada. El sol que tu siempre ves en tus sueños, es nuestra nueva deidad, al que todos ahora le rendimos pleitesía. Nuestras deidades son también la luna y las estrellas. Y en cuanto al Inca, a quien tu vez como un gigante posado sobre el Cumullca y el Cashurco, eso nos quiere decir que es un ser muy poderoso, como en realidad lo es. Pues, ahora sus dominios son tan grandes que aunque te pares sobre el Cashurco y mires al horizonte más infinito, éstos van más allá. Si el Inca te sonríe y te da de palmadas, es porque te aprecia y te ha dispensado su amistad y confianza, a las que tu debes retribuir del mismo modo. Ahora él es dueño absoluto de las aguas y de las tierras y de todo cuanto existe. Todo lo tiene bajo su control y los da con generosidad para que nuestra nación disfrute de la prosperidad con los nuevos adelantos que nos ha traído.

El curaca ha quedado largo rato contemplado los cerros lontanos, por donde semanas atrás ha transitado en su viaje a Raimipampa.

    Cierra los ojos y se queda dormido sobre el camastro, quizás soñando con aquellas buenas visiones. En su atormentado cerebro aún resuenan las palabras del brujo.(ramirosn@yahoo.es) Nota.- La foto de John Servayge corresponde a un sector del distrito de Uchucmarca,provincia de Bolivar, Departamento de La Libertad,República del Perú.El sector en mención es Las Quinuas de Ulila,donde habitaron los antiguos habitantes de nuestra región.

3 comentarios

MANOLO BA´ZÁN -

Conocia esta historia, pero esta vez he tenido la oporunidad dettener un panorama más claro, favor amigo, si puede se comunica a mi correo, deseo mucho material para mi trabajo e investigaciòn, el cual sera plasmado en un libro, asi como por capitulo seran públicados en el impreso a editarse en Bolivar llamado MI BOLIVARIANO

CESAR VERGARAY ECHEVERRIA -

trabajo en huaraz, hace 28 años de muy niño sali de mi tierra uchucmarca, no sabe la alegria de encontrar en este medio virtual la historia, tradiciones, costumbres de mi pueblo, la verdad como añoro mi tierra, gracias por publicar este material

huacrachuco huanchay -

eh leido todo su relato y le felicito por enriquesernos de esta gran enseñanza acontecimientos, que sin lugar a dudas fue una gran realidad