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RAMIRO SANCHEZ NAVARRO

La Guayunga.Relatos Prehispánicos.

La Guayunga.Relatos Prehispánicos.

Autor:Ramiro Sánchez Navarro

Erguido sobre la loma de Linguima, Guaychao Piondo semejaba una estatua o mejor diríamos un monolito. Era un indio de aspecto noble y enigmática mirada. Su rostro broncíneo, surcado por ligeras y tempranas arrugas, estaba curtido por el sol, las lluvias y los vientos de las jalcas, de las quichuas y de los temples. Contemplaba absorto la gran quebrada, que parecía una boca riendo a carcajadas y por donde el río Chibani, al discurrir, semejaba una enorme serpiente; el cerro Cashurco, sobre cuyo pico sobrevolaban varias aves de rapiña, revoloteando los aires; las laderas de Ollapampa, por donde una bandada de loros irrumpieron chillando.

El runa de Uchucmarca experimentó un susto tras otro. La presencia de los buitres y gallinazos, graznando y agitando las alas, en el cielo de su comarca, le hicieron temer por la muerte de alguna llama. Pues cada vez que esto sucedía, la zona se veía invadida por estos pájaros, grandes, de oscuros plumajes y desnudos cuellos. Ahora sobrevolaban la quebrada de TU, las laderas de Ollate y la meseta de Shélape.

La bandada de loros le recordaron que las sementeras de maíz en choclo, requerían con urgencia de los loreteros. Porque de no ser así, las runas del lugar corrían el riesgo de perder las cosechas. Estas aves eran tan voraces y angurrientas que podían pasarse todo el santo día comiendo y aún así no satisfacer su hambre.

Preocupado por esta situación, Guaychao pensó marcharse ese mismo día a sus chacras de Amet, en donde sus maizales verdeaban y florecían, debido a la fecundidad del valle. En las temporadas de lluvia recibían el limo y los detritus de las laderas del cerro Ollapampa. Esos valiosos abonos llegaban con las corrientes de agua. En horas de la tarde, de aquel día, bajó al valle llevando por delante sus llamas. Antes de abandonar la loma, desde donde había divisado el paisaje, un shingo, pasando sobre su cabeza con una serpiente entre las garras, le hizo momentáneamente olvidar sus preocupaciones.

Entonces, por unos instantes, dejó de chacchar su coca, de calear y de golpear rítmicamente el pequeño ishcupuru sobre los huesudos nudos de su mano. Una alegre sonrisa se dibujó en su rostro. Le pareció cómico, muy chistoso, el espectáculo que presentaba el pajarraco, atravezando los cielos en desesperado y raudo vuelo. Temía por cierto que la sierpe escapara de sus garras. El hambriento rapaz, indiferente a la protesta del cautivo reptil, que se contorsionaba y agitaba como chicote, aceleraba el vuelo. Tras un largo recorrido, por sobre la quebrada del Gobalín y del valle de Amet al fin aterrizaba en la cima del cerro Ollapampa. Allí la engulló con gran rapidez.

Guaychao Piondo pasó algunas semanas cuidando su maíz. Armado de una waraka subía a las laderas de Ollapampa, donde apacentaba sus llamas. Desde allí, al grito de "a loro, a lorooo", solía arrojar piedras con la honda, cada vez que las bandadas de loros irrumpían en el diáfano cielo quichuino y amenazantes se acercaban a sus maizales.

Desde aquella falda, el fértil valle de Amet semejaba un damero. Las chacras estaban separadas, unas de otras, por las pircas. Pese a los crecidos y densos maizales eran hitos claramente visibles. Cuando los tallos del maíz comenzaron a secarse y sus granos a endurecerse los loros abandonaron definitivamente la zona. Lleno de gozo, el runa contrató varias mingas para la inminente cosecha.

Trabajando duro y parejo, de sol a sol, el recojo del maíz, de los frijoles, de los zapallos y chiclayos, le demandó una semana. En las chacras quedaban únicamente hojas y tallos secos, plomizos, convertidos en rastrojos. Tras la cosecha, vino el acarreo. A partir de entonces, el quebradizo sendero que conducía a la llacta de Uchucmarca se vió trajinado por esforzados runas y briosas llamas que, en constante ajetreo, subían al pueblo con sus cargas de maíz, de frijoles, de zapallos y chiclayos. Y aunque era verdad que junto al maíz y demás semillas, Guaychao había sembrado caiguas, estas últimas las había consumido, en sazón, ya que al madurar se secaban, dejando de ser comestibles.

Las cosechas de maíz no culminaban con el acarreo y puesto en casa. Continuaba con la selección de las mazorcas y el desgrane. En lugar aparte se iban colocando las mejores, las más graneadas; con ellas se formaban buenas guayungas, racimos de dos a tres mazorcas, atadas entre sí de sus pancas. Quedaban colgadas, a horcajadas, de varas aseguradas con sogas de ambos extremos, y que colgaban de las vigas del entretecho.

En otro rincón de su vivienda amontonaba el resto de mazorcas; las desgranaban, dejando en la tusa los granos de maíz podridos o comidos por los shiuris.

Posteriormente, se las arrojaba al patio o al huerto para alimento de los pájaros.

Formar guayungas y desgranar las mazorcas eran tareas que se acometían con mucho entusiasmo durante el día e incluso hasta horas avanzadas de la noche. Rodeado de una atmósfera alegre y festiva; Guaychao, con la ayuda de su mujer, de sus hijos y de sus mingas, efectuaba dicha labor, y en las noches, alumbrados únicamente por la luz pálida y mortecina del fogón. Desde tiempos inmemoriales existía la costumbre de realizar este tipo de faenas, estimulados por la rica chicha de jora, las lapas de cancha, de mote y por las raciones de coca.

Fiel a la tradición, y en su afán por mantener contenta a sus mingas, Guaychao se deshacía en obsequiosas atenciones. Por este motivo, Intai Chiquican, su hacendosa mujer, no se cansaba de cocinar el mote en grandes ollas de barro, o bien de tostar el maíz, en una callana, con la ayuda de la caigüina o tostador.

Con bastante cuidado, Intai iba removiendo los granos de maíz. Así se tostaban parejos y no caían al suelo. Sin embargo, muchos granos salían disparados del tiesto reventando como cohetecillos, y caían en distintas direcciones, resultando un espectáculo muy divertido. Y daba lugar a la competencia de los niños, quienes corrían en pos de los granos tostados y forcejeaban para atraparlos.

Al final de la jornada, a Guaychao se le iluminaba el rostro de puro contento. Las grandes rumas de maíz en mazorca quedaban reducidos a guayungas y a simples montones de granos sueltos. Otro tanto sucedía con las tusas o corontas, que servían de leña. Las ishcupas y las que eran picadas por los Shiuris, formaban un solo montón.

Una vez más, el año había resultado bueno para los sembríos ¡Que duda podía caber!. Pese a ser chacras shihuas, la fertilidad de las tierras, con el indispensable auxilio de las lluvias, habían posibilitado una abundante cosecha.

Pensando en la proximidad de las precipitaciones pluviales el curtido chacarero estimó necesario y conveniente reforzar sus cercas de piedra. Eran éstas verdaderas murallas con las que se protegían las chacras del valle, sobre todo, de aquellas moles que se desprendían de las húmedas rocas, al falsearse el terreno, con las lluvias torrenciales. Necesitaba además ampliar sus cultivos de maíz, y por eso aprovechaba el tiempo en el desempedrado de algunas chacras, con cuyas piedras formaba grandes lugures o montones, en algunos puntos de sus sementeras, semejando pirámides de cono truncado. Los huaycos y derrumbes representaban, asimismo, un grave peligro para los cultivos.

Aquel año, Guaychao puso especial empeño y esmero en fortificar sus chacras. No obstante el tiempo transcurrido, quedaba en la memoria del pueblo, fresco aún, el recuerdo de una horrorosa tragedia. Galgadas de piedras, dando botes y rebotes, fueron a caer sobre el techo de una cabaña, en cuyo interior dormían sus ocupantes, Yonán Liclic y Sonche Shetálo. La muerte les había sorprendido en una noche oscura y lóbrega, con menudo aguacero y en medio del ruido intermitente y ensordecedor de los truenos, que tornaban inaudible los rugidos del puma. Las luces cegadoras de los relámpagos y los rayos, iluminaban fugazmente el valle, en cuyo cielo los rayos describían caprichosos gringos o zig-zig.

Cierta mañana en que Guaychao daba inicio a sus labores, recibió una extraña visita. De improviso se le presentó un anciano nunca antes visto en la comarca. Lucía una cushma a rayas. Ceñíase la entrecana y lacia cabellera con una vincha de lana; a la altura de su frente, remataba en dos blanquinegras plumas de ave. Para caminar se apoyaba en un rústico bastón de lloque. Plantándose frente a él le habló en tono profético:

- Soy Saracámac. He venido a premiar tu laboriosidad, esa gran virtud, esa gran joya, que adorna tu frente como diadema. También tu pueblo goza de tal virtud. Hizo una pausa y acotó:

- Este año tendrás varias cosechas de maíz, de caiguas, de frijoles, de zapallos y de chiclayos. En consecuencia, date por bien servido y satisfecho. No pasarán hambre en los años de sequía. Al decir esto, el misterioso Saracámac desapareció de su vista como una fugaz visión.Sin darle mayor importancia a tal encuentro, Guaychao retornó al pueblo de Uchucmarca, después que había concluído con sus ocupaciones de campo. Tras un período de duro e intenso trabajo sólo anhelaba tomarse un buen descanso. Al cabo de un mes, de haber concluído con las faenas agrícolas, tuvo un sueño muy extraño y revelador. Soñó que Saracámac volvía a visitarlo y le ordenaba:

- "Guaychao, baja a cosechar tu maíz y demás frutos". Al decir esto, Saracámac de nuevo desapareció- y como seguía soñando se vió en efecto cosechando dichos productos.Cuando despertó, la curiosidad y la duda se habían apoderado de su ser. El sueño había resultado bastante elocuente y persuasivo. Con la duda que corroía sus entrañas se preguntaba: "¿Será posible que eso ocurra en la vida real?" Quiso desengañarse. Como apenas rayó el día se levantó de la cama y luego de tomar un frugal desayuno, enrrumbó hacia el valle de Amet. Con gran sorpresa constató que en verdad una nueva y abundante cosecha le aguardaba. Era de ver y no creer. En las grandes sementeras, pujantes de fertilidad, los maizales, mostraban el tono plomizo de sus hojas secas. Desde lo más bajo de la nudosa caña hasta lo más alto del tallo, llenas y apiñadas, grandes y hermosas, se exhibían las mazorcas.

Guaychao, feliz de la vida, y convencido de que no se trataba de un sueño únicamente, convocó a sus mingas, quienes tipina en mano, dieron inicio a una nueva cosecha. A ella sucedieron otras más, de tal suerte que las pirúas y las colcas, los depósitos del pueblo, quedaron repletos, pletóricos. En sus chacras también depositó el resto de las cosechas; las fue amontonando en grandes y piramidales yulos. Guaychao y sus mingas experimentaban una sorpresa tras otra. Cuando les parecía estar realizando la última cosecha, de los rastrojos que iban quedando, surgían como por arte de magia y de encanto los tallos del maíz con sus mazorcas llenas, graneadas. Igual cosa sucedía con las demás mieses. Cansados de tanto cosechar y acarrear, decidieron tomar un descanso. Retornaron a la llacta de Uchucmarca, donde la noticia del raro prodigio corrió de boca en boca como un río de aguas torrentosas.

Las milagrosas cosechas, entre la gente del pueblo, causó inicialmente asombro, sorpresa, y después preocupación y alarma!. Pronto la superstición y la envidia tomaron forma. Se comenzó a decir que tales cosechas eran señales inequívocas de los malos tiempos que se avecinaban. Que el extraño fenómeno llamaba a la sequía, a la hambruna, y que era necesario conjurar esas amenazas dejándolas simplemente abandonadas en las mismas chacras para abono y alimento de los animales, principalmente de los pájaros.

Atemorizados por tales pronósticos, Guaychao resolvió acabar con la inusual bonanza. Con ese fin llegó una madrugada al valle de Amet. Y sin dárselo a saber a nadie por supuesto. Había llevado, colgando del hombro, una artística chuspa, con figuras de llamas y cóndores. De ella extrajo un puñado de yesca y dos pedernales. Después de entrechocarlas, de frotarlas entre sí, varias veces con trémulas manos, obtuvo el fuego requerido; lo transportó en una antorcha por diferentes puntos de sus chacras con el deliberado propósito de incendiarlas. Entonces, las llamaradas de candela, avivadas por el viento, surgieron en varios sitios del valle, voraces y abrazadoras. Desde una distancia prudencial, puesto a buen recaudo, el indio Guaychao contemplaba el siniestro con los ojos aterrados. Minutos después, el fuego avanzaba rugiendo por todas las chacras.

Las ígneas lenguas, enormes, agigantadas, que se alzaban hasta el cielo, provocaban un clamoroso crepitar de los maíces, de los frijoles, de los zapallos y chiclayos y en sus gemidos parecían implorar del cielo, del Janan Pacha, un severo y ejemplar castigo para el autor de aquella criminal y execrable acción. El cielo, de ordinario azul, se encapotó de humo. De la catastrófica vorágine que, en toda la extensión y amplitud de las sementeras, causaba la desolación y la muerte, una guayunga de maíz y una vaina de frijol, se elevaron por los aires, buscando salvación. Guaychao las vió con mayúsculo asombro.

Tras remontar rápidamente las alturas, quedaron flotando por algunos instantes sobre las siniestradas chacras. Luego se desplazaron con dirección al cerro Ollapampa. Al llegar allí quedaron prendidas del techo de una roca.

Un buen rato el atribulado chacarero recorrió con la mirada todas sus chacras, cuyos maizales habían quedado reducidos a humo y cenizas. La tierra calcinada presentaba una tonalidad negro pardusca. El valle de Amet se mostraba desolado y triste. El aire era trágico y fúnebre. Los pájaros dejaron de trinar y los grillos de chillar. Sólo el sempiterno río Chibani dejaba oír el murmullo de sus aguas.

Arrepentido y conmovido por tan fatal determinación, sintió desfallecer. Se dejó caer pesadamente sobre una piedra. Con mucha amargura y desconsuelo hundió su rostro broncíneo entre las manos callosas para prorrumpir en un histérico y patético llanto. En esos instantes, Saracámac, el enigmático personaje, hizo de nuevo su aparición. Visiblemente enojado y colérico le increpó su conducta:

- Guaychao, mientras vivas, éstas tus chacras de Amet, ya no producirán maíz, frijol, caiguas, zapallos y chiclayos. ¡No producirán alimento alguno! Tuviste el corazón endurecido como la piedra. Te despojaste de todo sentimiento de humanidad, piedad y compasión!.Saracámac temblaba de cólera. Sus ojillos, negros como los choloques, fulguraban y parecían despedir fogatas. Al cabo de algunos momentos retomó la palabra:

- Te digo una vez más que estas chacras no volverán a producir -Saracámac extendió el brazo derecho hacia las sementeras, señalándolas- Ese será tu castigo!. Así lo hemos acordado la Pachamama y Yo!.Aquella divinidad creadora y protectora del maíz, desapareció. A partir de entonces, el valle de Amet se cubrió de abrojos y cascajos. Dejó de producir maíz y toda clase de plantas alimenticias.

Con el correr de los años, la guayunga y la vaina de frijol se transformaron en pétricas estalacticas y sirven de mudos testigos de aquella tragedia. Son visibles para los pasajeros que transitan por aquella senda, larga y ondulante; comprendida entre las ásperas laderas del cerro Ollapampa y el valle de Amet. Esta ha tomado el nombre de "La Guayunga", para su permanente recuerdo.

VOCABULARIO REGIONAL

AMET.- Nombre de un valle en el distrito de Uchucmarca, donde transcurren las acciones del relato.

CAIGÜINA.- Palitroque, instrumento que sirve para tostar el maíz (cancha).

CALEAR.- Acción de sazonar el bolo de coca con la cal.

COLCAS.- Depósitos, graneros, silos.

COCA.- Arbusto peruano cuyas hojas son masticadas. "Es un excelente recurso natural antifatigante, euforizante, antidepresivo, calmante del hambre y la sed, elevador de la glucosa, ayuda inapreciable para adaptarse a las grandes alturas, alivio de dolor y sensación del frío", según César Guardia Mayorga, autor del Diccionario "Kechua castellano".

CONDORES.- Aves rapaces diurnas que habitan en los Andes peruanos y americanos.

CORONTAS.- Carozos o partes leñosas de las mazorcas de maíz. Sinónimo: tusas.

CUSHMA.- Especie de camisón, desprovisto de mangas que utilizan los indios del Perú. s. túnicas.

CHACCHAR.- Masticar la coca. s. coquear.

CHACRAS.- Huertos, sementeras, tierras de cultivo.

CHICLAYOS.- Calabazas.

CHICOTE.- Látigo, rebenque.

CHICHA DE JORA.- Bebida rubia de maíz fermentado, llamado jora.

CHOLOQUES.- Arbol silvestre de climas cálidos, cuyo fruto posee una cáscara negra muy compacta y resistente. Está cubierta por una capa gelatinosa que segrega una sustancia que sirve para lavar ropa (sapingos saponaria).

CHUSPA.- Bolso que utilizan los indios y que llevan colgado del hombro o adherido a la muñeca de la mano.

GALGADAS.- Pedrones que ruedan por las laderas de los cerros.

GOBALIN.- Nombre de un valle, ubicado al pie del pueblo y distrito de Uchucmarca.

GUAYUNGA.- Mazorcas de maíz, asidas entre sí de sus pancas, formando racimos y que cuelgan de las varandas, o canes de los techos.

GUAYCO.- Avalancha, alud // quebrada.

ISHCUPAS.- Granos de maíz podridos.

ISHCUPURO.- Poro calero / pequeño recipiente de calabaza que sirve para guardar la cal.

JALCAS.- Zonas de clima frígido.

LAPAS.- Depósitos y recipientes grandes y achatados hechos de calabaza, la cual es cortada por la mitad.

LUGURES.- Montes de piedra en las chacras.

LLACTA.- Pueblo, caserío, etc.

LLAMAS.- Camélidos andinos domésticos de la civilización andina.

LLOQUE.- Adj. Izquierdo // s. arbusto de la familia de las bixácias, cuya madera dura y nudosa se emplea en la chakitaclla, etc. y su corteza sirve para teñir. Abunda en la región de la sierra.

MINGAS.- Grupo de personas que realizan una tarea en común // Sistema de trabajo colectivo del incanato.

MOTE.- Maíz cocido.

OLLAPAMPA.- Nombre de un peñasco en el distrito de Uchucmarca.

Procede de las voces quechuas: Ullas = Gavilán, calvicie; pampa= llanura o terreno descubiero. Es decir terreno desnudo o terreno desnudo o terreno del gavilán. Ambas traducciones concuerdan con dicho lugar.

OLLATE.- Nombre de un lugar en el pueblo y distrito de Uchucmarca.

PACHAMAMA.- Diosa tutelar del Incanato representada por la madre tierra.

PANCAS.- Hoja que envuelve a la mazorca de maíz.

PEDERNALES.- Piedras que frotadas con otras o golpeadas con el eslabón y la yesca producen el fuego.

PIRCAS.- Paredes de piedra.

PIRUAS.- Graneros, silos.

PUMA.- León andino americano.

QUICHUAS.- Zonas de clima templado.

RUNAS.- Personas, gentes del pueblo.

SARACAMAC.- Divinidad protectora del maíz de las culturas andinas.

SHELAPE.- Pequeña meseta ubicada cerca al pueblo de Uchucmarca.

SHIGUAS.- Chacras, sementeras, tierras de cultivo, que han producido por muchos años.

SHINGO.- Cuervo, ave de rapiña.

SHIURIS.- Gusanos que se alimentan de maíz verde, llamado choclo.

TEMPLES.- Zonas de clima cálido.

TIPINA.- Instrumento delgado y puntiagudo de madera dura o de hueso que sirven para rasgar las pancas que cubren las mazorcas / s. tipidora.

TU.- Nombre de una quebrada en el pueblo y distrito de Uchucmarca.YULOS.- Montones, promontorios en forma de círculo.YESCA.- Médula de maguey que por su condición seca, fofa y ligera permite que las chispas de candela, ocasionadas por el pedernal y el eslabón, prendan en él y se haga fácilmente la lumbre o candela.(ramirosn@yahoo.es(

Nota.- Cabeza Clava al estilo de la cultura Chavin,encontrada en el sector de Shuenden,comprensión del Distrito de Uchucmarca,Provincia de Bolivar,República del Perú.Foto de John Servayge.

La Guerra de los Chachas.Relatos prehispánicos

La Guerra de los Chachas.Relatos prehispánicos

 Autor: Ramiro Sánchez Navarro

La noche discurre clara y serena, iluminada por millares de estrellas que tachonan aquel cielo misterioso, en donde el disco rojizo de la luna hállase aprisionado por dos grandes círculos de arco iris.El Curaca Chuquillaja siente un vivo estremecimiento al contemplar aquel inusual espectáculo, pues cree que malos tiempos se están avecinando. Intrigado y desconcertado ingresa a su dormitorio, del cual ha salido minutos antes impulsado por ver el estado de la noche, que le dirá sí el día siguiente ha de ser bueno y promisorio, sin la presencia repentina de los aguaceros, que mojan los accidentados caminos convirtiéndolos en resbaladizos jabones.

 

El curaca sube al camastro, pero no puede conciliar el sueño. Le preocupa haber visto a la luna manchada de un rojo sanguinolento. Su cuerpo sufre un ligero estremecimiento al pensar en las posibles desgracias que le podrían sobrevenir a su pueblo. Y no es para menos, pues tantas cosas raras han ocurrido por aquellos días. El aullido monótono y dramático de los perros durante las noches pasadas, el furioso ulular de los vientos, los halcones cayéndose a tierra, luces misteriosas en el cielo y ahora la luna ensangrentada, son claros indicios de que algo malo, muy malo ha de suceder.

 

Se atormenta el Curaca Chuquillaja al tratar de identificar el posible mal que pudiera sobrevenir. Pues ¿qué mal podría ser aquel que no pudiera ser conjurado? Lluvias torrenciales o sequías que sólo traerían hambruna, pero que no le causan mayores zozobras, ya que en tales situaciones, la selva colindante les proveería del alimento indispensable. Además, la gente escarmentada con estos flagelos de la naturaleza toma sus precauciones y almacena alimentos para afrontar una amenaza como ésta. ¿Y si fueran epidemias? Se pregunta. Entonces él y su pueblo buscarían salvarse dispersándose por entre los montes. Las enfermedades son de temer, porque no siempre dan con la cura y por eso las gentes mueren. Si no son pestes, a lo mejor son temblores. ¿Qué otras cosas podría ser? ¿Tal vez guerra con los vecinos? No representan mayores amenazas para el pueblo y por lo tanto el Curaca puede librarse de las preocupaciones.

 

A medida que los días van pasando, deja de lado sus temores. La situación sigue normal. Más, de pronto, durante dos noches seguidas es asaltado por las pesadillas. En la primera noche aparece ante él una enorme serpiente, cuya hipnótica mirada lo deja alelado. Ante tales visiones, el curaca se siente impotente y atemorizado. Y aunque la serpiente es una deidad venerada por todos los moradores de su pueblo, la quiere matar, sabiendo del peligro que representa para su vida. Com mano trémula le arroja varias pedradas, pero ninguna de ellas la golpea. El enorme ofidio súbitamente desaparece tragado por la tierra y Chuquillaja queda preso de convulsiones epilépticas. Al día siguiente despierta cabizbajo y pensativo. Sin cruzar palabra con nadie se va a su chacra y allí pasa el resto del día ocupado en barbecharla con la ayuda de la chaquitaclla. En sus momentos de descanso chaccha su coca, sin poder apartar de su mente aquellas horribles visiones de la última noche.

 

La noche siguiente sueña que por el sector de Huampatén, una bandada de buitres aparece en raudo vuelo y luego de sobrevolar las numerosas aldeas, enrumban a Pirca Pirca, donde está la sede de su gobierno. Allí intentan aterrizar, sin dejar de graznar y aletear. Inicialmente intentan atacar a sus gentes. Luego, una lluvia de palos y piedras, lanzadas por su moradores, los obligan a huir por el sector de Llamactambo. El curaca no quiere contar a nadie de sus horribles sueños. Estas deidades de su pueblo, las plumíferas rapaces y las reptadoras serpientes, despiertan en él la curiosidad por saber el por qué se muestran tan enojadas y amenazadoras. Ha consultado su caso a una anciana vidente llamada Sagua Chuquichin. Ella le dice:

-      Seguro que en tus sueños se está revelando la guerra que están librado los chimúes con los orejones del Cuzco, quienes se hacen llamar Incas. Los que vienen del otro lado del Marañón, cuentan que esa gente, que es muy belicosa y numerosa, le viene ganado la guerra a nuestros vecinos.

 

Aunque las explicaciones de la anciana no dejan de ser alarmantes, de todos modos, el curaca cree que no hay motivo suficiente para preocuparse hasta la obsesión. Para él, esa guerra está distante y no significa amenaza alguna para su pueblo. De vez en cuando, a su comarca han llegado algunos mercaderes, trayendo como noticias que los sureños han sometido pacíficamente a los huamachucos, no habiendo sucedido lo mismo con los casamarcas con quienes han librado una guerra cruel. Cuando el curaca oye hablar de estos últimos, de sus fieras y encarnizadas luchas, luego de sus derrotas ante los llamados incas, se pone intranquilo y piensa en la suerte que pueden correr los suyos.

No cabe duda que hay una amenaza latente y ésta viene del otro lado del Marañón. Del pueblo de Balzas, arriba un mensajero, quien le asegura haber visto a unos indios extraños. Los foráneos, después de cruzar el río en embarcaciones, han seguido la ruta hacia el pueblo de Raimipampa, llevándose en forma sigilosa a varios lugareños.

 

El sometimiento de los casamarcas ha causado no poco estupor entre los pueblos chachapuyas. Esta mala noticia, cual reguero de pólvora, se extiende de un confín a otro. Los curacas sintiendo que el peligro se avecina, convocan a sus respectivos pueblos a sesiones de urgencia, a fin de tomar medidas de precaución. Sin embargo, cuando se tiene noticias que el ejército incaico, en su mayor parte, ha retornado al Cuzco, la calma retorna y se sienten aliviados.

 

Tiempo después, en un nuevo escenario de la conquista incaica, el día amanece radiante bajo un cielo azulino. Por entre los rijosos peñascos, el astro del día tímidamente hace su aparición. Atrás ha quedado el crudo invierno con sus lluvias torrenciales, sus densas neblinas a flor de tierra, sus negros nubarrones que por largos meses ha oscurecido el cielo de aquella comarca, áspera y brava, plagada de todo tipo de alimañas.

 

Algunos  rayos rubios, de aquel sol madrugador, se han filtrado por las pétricas ventanas y la puerta de la suntuosa mansión que al inca sirve de cuartel general.

Está compuesta por espaciosas salas de cantería muy pulida, cuyo techo y cornisas extensas lucen un llamativo barniz rojo. Las azoteas y escaleras, hechas con buen gusto, también son de la mejor cantería. Las puertas, de aquel magnífico palacete, atestadas de celosos guardianes y diligentes camayos, están cubiertas con pieles de animales raros y cortinajes de finísimo cumpi. Por dentro, de sus pétricas paredes han sido decoradas con mullidos tapetes confeccionados con alas de murciélago; con mantas policromadas, hechas con fibra de vicuña y con dibujos de grecas, rollos y aspas. En los bordes de estas primorosas telas están pintados los caciques y los combatientes.

 

Braseros dorados saturan el ambiente con el agradable olor de las hierbas quemantes, de las gomas y resinas extraídas de las selvas vírgenes. Complementan el ornamento pequeños espejos de bruñida plata, hermosas y refulgentes tinajas, esmaltadas y caladas; aúreos copones y vajillas, cuyas formas desmesuradas y fantásticas, representan figuras de niños, de llamas y cóndores.

 

En los espaciosos compartimientos, muy cerca de las pétricas paredes, exhíbense resplandecientes taburetes y bancos bajos, de cóncavos espaldares, que imitan colas de aves o de monstruos marinos. Aúreas planchas portátiles con incrustación de pedrerías, figuras humanas en relieve, dragones, árboles y animales mitológicos, cubren los muros internos. Afuera, en los anchos corredores, hállanse agolpados los dignatarios, los auquis, los huamincas, los apus, los sinchis, los aucamayos y los curacas. Los edificios aledaños sirven de recámara a la servidumbre particular del soberano. Más allá, sobre una altipampa, erígense grandes almacenes y de allí para adelante, continúan las tropas, que se extienden dos leguas de largo a través del sinuoso valle huacrachuquino, pues desde allí proviene la amenaza sobre el reino chacha.

El inca, esbozando una alegre sonrisa, llena de satisfacción y orgullo, sale a saludar al astro del día. El intipchuri, ya en el espacioso patio, extiende sus brazos hercúleos y con una inclinación reverente lo saluda. Uno de los vasallos le alcanza dos vasos queros, de puro oro, conteniendo la rica chicha de maíz.

 

-                 Padre Sol, brindo contigo, porque esta campaña sea tan exitosa como las anteriores. Con tu ayuda ganaremos mayor número de súbditos, quienes serán adoradores tuyos. De unos cuantos sorbos apura el contenido del vaso que tiene en la diestra. Luego haciendo ademán de un segundo brindis, alza con la zurda el otro vaso destinado al Sol, cuyo contenido derrama en una botija de barro. Ingresa a su aposento. Allí están los miembros de su consejo, los generales y tíos suyos: Tilca Yupanqui, Auqui Yupanqui y Túpac Cápac.

-                 Mi padre el Sol me manda proseguir con la campaña. Ha comenzado el verano y la gente de socorro ya la tenemos. Considero que esta campaña no debe ser tan prolongada como las pasadas. A los 40 mil combatientes que vosotros yayas mandáis, se sumarán otros veinte mil más de nuestra plaza fuerte de Huánuco. Si los chachas no aceptan un sometimiento pacífico, lo conseguiremos mediante la fuerza de nuestras armas.

-                 Mucho me temo que esta campaña no ha de ser tan fácil, sino todo lo contrario. Allí tenemos el ejemplo de estos huacrachucos, a quienes con mucho esfuerzo y grandes sacrificios hemos conquistado. Estas pobres gentes son tan obstinadas y no entienden que nosotros venimos a sacarlos de sus bestialidades – Dijo con enfado Túpac Cápac.

La guerra librada entre los incas y los huacrachucos causó mucha alarma entre los chachapuyas, cuyos dilatados territorios se extendían de un confín a otro, abarcando los actuales departamentos de Amazonas, San Martín, así como las provincias de Patáz y Bolívar del departamento de La Libertad. El reino carecía de un gobierno centralizado en todo su ámbito, correspondiéndole a los curacas regir sus propios ayllus.

 

Desde mucho tiempo atrás, tanto el pueblo como sus autoridades estaban conscientes de la amenaza que significaba la expansión de los orejones cuzqueños, la cual se hizo patente, cuando sus vecinos los casamarcas, los chimúes y los huamachucos, no obstante ser pueblos pujantes, cayeron bajo su férula. Aún cuando una eventual guerra con los incas la consideraban distante en el tiempo y en el espacio, de todos modos se preocuparon por levantar muchas fortalezas en lugares de poca accesibilidad. Bloquearon los caminos en sus pasos estrechos. Acostumbrados como estaban a vivir arriba en los cerros y sus laderas, les pareció que mejores defensas no podían encontrar, porque desde lo alto era posible columbrar en cualquier dirección y en caso de guerra, oportunamente podían advertir la presencia del enemigo. Ellos lo sabían, mejor que nadie. Sus vidas hasta ese entonces, habían discurrido entre la paz y la esporádica guerra con sus vecinos debido a problemas de linderos, usurpación de tierras, robo de ganado auquénido y de productos de pan llevar, rapto de mujeres y de niños, entre otras causas.

 

-                  Señores – dijo el curaca Chuquipiondo de la llacta de Cunturmarca – los he convocado de urgencia, a todos ustedes para comunicarles que la guerra ha tocado ya nuestras  puertas. Si, señores, esa guerra que muchos de nosotros la veíamos lejana. Los llamados incas, se aproximan a nuestra frontera sur. - Luego de una pausa prosiguió: – los huacrachucos han sido totalmente derrotados. Y nosotros que, durante todo el tiempo que duró esa guerra, hemos permanecido de simples espectadores, ahora no tenemos otro socorro, otra ayuda que nuestras propias fuerzas y nuestro propio valor. En toda nuestra Nación se están llevando a cabo reuniones de urgencia para analizar la gravedad de la situación. Esta mala noticia es ya de dominio de todos los pueblos de nuestro reino gracias a nuestros esforzados mensajeros, quienes en sus idas y venidas traen el sentimiento unánime de luchar contra los invasores para conservar siempre nuestra libertad y nuestros territorios. Nosotros queremos vivir y morir con nuestras creencias, nuestras costumbres y modos de ser, como vivieron y murieron nuestros mayores.

-                  Si los incas quieren la guerra, pues ¡la tendrán! nosotros, los chachapuyas, estamos preparados para defender lo nuestro. Pelearemos por nuestra libertad, por nuestras tierras. Nadie nos despojará de nuestras heredades, tampoco nos harán sus vasallos. Muera el Inca y su gente – acotó Mallap gritando a voz en cuello.

-                  ¡Mueeraannn...! – Resonó el grito unánime de los congregados. La reunión concluyó tras varias horas de debate sobre la forma de preparar las defensas y de asumir responsabilidades en las mismas. Ya vieron los chachapuyas que la amenaza que se cernía sobre ellos era muy grande y por ello, sus rostros expresaban esa preocupación.

 

Una semana después Túpac Inca Yupanqui y sus 60 mil hombres, ubicados en las fronteras septentrionales de Huacrachuco, levantaban sus toldos blancos de campaña y vadeaban el Marañón por el sector de Calemar. El ejército incaico, con sus exploradores a la cabeza, ha incursionado en el territorio de los chachapuyas en forma sorpresiva y al comienzo, sin encontrar resistencia alguna de los lugareños. El servicio de centinela avanzada, de poco les ha servido; pues, los chachas se ven de pronto invadidos por una legión de guerreros Orejones.

En este ejército multinacional, van marchando en silencio y ordenada fila los canchis, cuyas frentes están ceñidas con listas rojas y negras; los canas y collas, con monteras de lona; los cuntis, chancas, charcas, tucmas y chilis, que exhiben gorros diversos y van premunidos de largas picas, banderas y grandes escudos y uniformes de colores; los huancas, llevan los cabellos trenzados y se calan gorros sujetados con cintas debajo del mentón; los antis y chunchos tienen los rostros pintados y las flechas envenenadas; los chinchas y los yungas, van premunidos de waracas, jubones y rodelas de algodón, mantas como rebozos y máscaras extravagantes, los huacrachucos con sus gorros rematados en cuerno de venado.

Casi a la retaguardia va el monarca, rodeado de aquello que constituye el núcleo de su ejército imperial, los hombres de su linaje, llamados incas Orejones, con sus clásicos llautos, cual anchos turbantes, redondos y embutidos zarcillos de oro, cascos y mazas de cobre, y sandalias muy adornadas. Ellos portan la efigie del dios Punchau y la piedra sagrada del cerro Huanacauri. Contra ellos ahora pelearán los chachas, quienes, cogidos de sorpresa y como un desesperado recurso defensivo, ante tan formidable amenaza optan por la huida. Todos los hombres y las mujeres, en edad viril, van subiendo de prisa a las montañas más altas, a los altos cerros, para luego atrincherarse en las fortalezas, que se yerguen solitarias y enhiestas, con sus cúpulas mirando al cielo azul, convertido en símbolo de una libertad sin límites.

En el pueblo fronterizo de Pías quedan únicamente algunos viejos y viejas acompañados de muchos niños. La guerra ha comenzado cruelmente por ambas partes:

 

-                  Um! Ya lo suponía... La cosa se está poniendo bastante fea. Esta gente nos está dando mucho trabajo. Han huido hacia sitios más fuertes y qué poco les importa los suyos, esos viejos, esas viejas y esos niños. Este pueblo de Pías ha quedado en el desamparo – Dijo el Inca a sus generales. Luego agregó: – quiero que traten con mucha clemencia a esta pobre gente. Les daremos de comer, de vestir y cuando quieran reunirse con los suyos les dejaremos ir.

 

En efecto así fue. Desde lo alto de las fortalezas y de las cumbres enhiestas, los atrincherados advierten el penoso ascenso de sus padres y demás parientes ancianos llevando a cuestas a los niños.

-                  ¡Caray! Esto si que se pone muy gracioso. Nuestros adversarios se han mostrado muy benévolos con los nuestros.

Sólo que esa generosidad nos acarreará problemas. Nuestras raciones ahora durarán menos y no hay manera alguna de proveernos de más víveres y pertrechos. Estamos rodeados. ¡Seguramente quieren que nos rindamos por hambre y por sed! Quieren que nuestros corazones se ablanden ante el llanto de nuestros hijos y de nuestros padres ¡Maldición! Estamos fregados. Nos quedan dos caminos: o salimos a pelear o simplemente nos rendimos? – Concluyó de hablar, inquiriendo a los suyos Daichap Chuilila, tras una reflexiva perorata. Las opiniones se dividieron.

-                  ¡Quisiera morir peleando y ahora mismo bajaré y los atacaré con mi honda y con mi lanza! - Exclamó, lleno de exaltación, el guerrero Tsuím Panchuy. De pronto él y un grupo de jóvenes guerreros, impulsados por el bélico ardor de la batalla, dejan la sitiada fortaleza y armados con sus lanzas y sus hondas corren a campo traviesa en busca del enemigo, que se halla parapetado y oculto entre los pajonales de aquella puna soledosa. Los gritos de uno y otro bando, amplificado por los ecos, se deja oír a varios metros a la redonda. Los pájaros Cargacha ante el ruido estridente huyen desesperadamente de sus escondrijos, dejando oír sus gritos característicos.

Las llamas, los guanacos y los venados huyen también a la desbandada, tomando direcciones diferentes. Por los aires cruzan raudas las piedras y las flechas y luego los hombres provistos de puntiagudas lanzas se acometen con furia. Tras el grito desaforado, la soledad y el silencio vuelven a apoderarse de la inmensidad de la puna, donde los verdes pajonales, agitados constantemente por el viento, emiten sonidos lúgubres y extraños.

-                  Nos quedan pocas provisiones – Exclama Cueta Choc, con una expresión de angustia y de dolor – Pronto ya no tendremos que comer. Moriremos irremediablemente si no nos rendimos. Nuestros hijos enferman y nuestros padres sufren lo indecible. Esta guerra es simplemente para nosotros un suicidio. Debemos hacer algo. Creo que es hora de pedirle clemencia al Inca. Sé que respetará nuestras vidas.

Mientras este tipo de propuestas surge en las sitiadas fortalezas, arriba en el despejado cielo, de opalino tul, un grupo de buitres revolotean los aires, describiendo círculos imaginarios y luego descienden a disputarse los despojos de los soldados muertos. Convencidos de su derrota, los rebeldes chachapuyas, de aquel lugar, toman el camino de la rendición. Y sin embargo, la situación sigue crítica para el ejército del Inca, porque si bien el verano ya ha comenzado, las altas montañas siguen pinceladas de blanca y refulgente nieve, que con el calor solar se van descongelando, produciendo sordas avalanchas de muerte y destrucción. Sobre aquellas enhiestas cumbres el viento impetuoso sopla con rabia, azotando el rostro curtido de los exploradores del Inca, quienes en su afán por descubrir y explorar el terreno, en número de 300 son sepultados sorpresivamente por aquellos aludes de nieve y lodo. Así, la naturaleza aparece como aliada de los regnícolas, obligando de paso a paralizar la acción del ejército invasor por varios días. En Condormarca, el curaca principal Chuquipiondo, manda publicar por bando dentro y fuera de su jurisdicción la noticia que el Inca ha huido ante el valor de sus hombres. La gente, con una mezcla de incredulidad y desconcierto, da finalmente por cierta la retirada del Inca.

Los días van transcurriendo sin prisa pero sin pausa y a medida que el tiempo va pasando la guerra deja de ser asunto de interés y todos se reincorporan a sus actividades habituales. En forma sorpresiva, el propio curaca Chuquipiondo vuelve a enviar mensajeros a los diferentes pueblos del interior comunicándoles que la amenaza sigue latente y que todos deben estar preparados para la lucha. Desde Pías, donde el Inca tiene su cuartel general, el ejército avanza en medio de grandes dificultades dado el carácter agreste de la geografía de la zona y de los ataques repentinos en los pasos estrechos y obligados perpetrados por los hombres del curaca Chuquipiondo. Galgas de piedras de pronto ruedan desde la cima de los cerros sembrando el pánico y la muerte entre los soldados del ejército imperial. Gritos de espanto y de dolor saturan el ambiente por algunos instantes y pese a ello el Inca continúa la marcha con la firme determinación de no volver atrás. Una determinación parecida hay igualmente  en el bando contrario, que están dispuestos a defender con sus vidas aquello que para ellos es vital, sus amadas libertades y sus tierras.

 

-                  Los Orejones de aquí no pasarán. Aquí morirán. Pagarán caro su osadía – Les promete a su gente Chumap Tupnimol, el jefe militar que comanda aquel sector del invadido territorio chachapuya y que ya ha dado muestras de gran valor, de gran táctico y estratega en pasadas guerras contra tribus vecinas de la selva colindante.

En efecto, Chumap y sus hombres entretienen la guerra durante varios días y tras varias escaramuzas, decide lanzar a todos sus hombres al campo de batalla. Es tal el ímpetu con que acometen que logran momentáneamente hacer retroceder a los contrarios. Temeroso el Inca de que el pánico se apodere de sus huestes ordena que todo el ejército, con sus reservas, salgan a combatir. La superioridad numérica, con sus reiteradas cargas y arremetidas logra doblegar la heroica resistencia de sus adversarios. Atravesado por una lanza enemiga, yace Chumap al igual que sus demás compañeros de armas.

 

Unas horas antes, previos al combate, cruzado de brazos y de pie sobre la cima de un cerro, había observado el avance enemigo. Luego, seguido de sus partidarios, se fue desplazando con la rapidez del lluichu por entre los pliegues de la cordillera; ora bajando a las quebradas, ora cruzando los descampados, para luego aparecer en la falda de otro cerro, por donde precisamente debían pasar sus enemigos. Unos tras otros, sus hombres se habían mantenido formando una larga columna. Por sobre las alturas de un picacho, un buitre agorero ha volado, deteniéndose para contemplar la fragosa tierra, ahora tan colmada de gente que está dispuesta a vender cara su vida. En el fragor de la lucha el curaca Chuquipiondo es tomado prisionero y conducido ante la presencia del inca.

 

Algunos sobrevivientes tratan de escapar de aquel campo infernal, envueltos en las sombras oscuras de la noche. Valiéndose de sus naturales instintos se van alejando. Se les ve temblorosos, rengos, mutilados, baldados, ciegos, con sus carnes magulladas y abiertas como rosas.

Conocedores de la aplastante derrota los curacas Chuquimanco de Pampamarca y Chiguala, de Cajamarquilla, se preparan para asumir la defensa de sus comarcas respectivas. Estiman que el invasor, pese a su superioridad, no debe obtener una victoria fácil.

 

 

El curaca Chiguala habla así a sus hombres:

-                  Amigos y hermanos míos: tras una heroica resistencia que ha durado varios días, las defensas de Cunturmarca han sido barridas por el adversario. Ahora tiene el camino expedito para continuar su avance. La derrota de nuestros hermanos de Cunturmarca la consideramos como nuestra. Lamentamos la muerte de todos sus defensores. Cayeron como pumas, pero también el invasor, que ha hollado con sus plantas nuestro sagrado suelo, ha sido golpeado duramente; muchos de sus hombres yacen regados en los campos, junto a los nuestros. Es cierto que hemos perdido esta gran batalla, pero aún no se ha perdido la guerra. Yo espero de ustedes un comportamiento heroico, pues ha llegado la hora de defender nuestra libertad, tan preciada y con ella nuestras creencias y nuestra tierra, de la que pretende despojarnos ese intruso llamado Túpac Yupanqui – Voces de adherencia por la causa patriota se escucha de la multitud, quienes en actitud retadora alzan sus lanzas por encima de sus negras e hirsutas cabezas, cuyos rostros fieros, están pintados de rojo, con achote.

El curaca satisfecho por el eco que ha encontrado su palabra en aquella congregación, prosigue:

-                  El curaca Chuquimanco en estos momentos se dispone a defender la porción que le corresponde. Pelearemos hasta morir, si la suerte nos es adversa.

De nuevo la guerra continúa cruel e implacable. Los hombres de ambos bandos se acometen con bravura y con desesperación por varios días.

Los hombres de Chuquimanco se lanzan al combate y se desprenden de la cumbre más alta. Atacan con la fuerza de la tierra o de letales rayos salidos de arriba, del cielo. Al grito atronador, que comienza a retumbar por las quebradas, acometen las primeras columnas con espantoso vocerío que hace retroceder a sus adversarios en completa confusión y desorden. Pero el monarca, que se mantiene vigilante del desarrollo de aquella batalla reñida e indecisa, opta por inclinarla a su favor, temeroso de una derrota que pudiera acabar con sus sueños y afanes imperiales.

 

El Inca vuelve a lanzar a todos sus hombres a los campos de batalla con el objeto de no prolongar la guerra. Esta vez, de nuevo, la apabullante superioridad se impone sobre el coraje de los chachapuyas. Hasta allí el saldo ya resulta aterrador, ¡escalofriante! porque una guerra así implica la casi total destrucción de los lugareños y las bajas cuantiosas en las filas del ejército incaico. Tras evaluar la situación, el Inca convoca a su Consejo, a quienes con la preocupación propia de un estadista les da su parecer:

-                  Si la guerra sigue así como hasta hoy, va a resultar catastrófica para ambos bandos, para nosotros y para ellos. Debemos recordar que nos trae una elevada misión, como es ganar adeptos para mi padre el Sol. Queremos más vasallos. Por eso es necesario ser más pacientes y tratar de ganar esta guerra valiéndonos de otros medios. Entre las medidas de urgencia que estoy tomando están aprovisionarlos de víveres, de alimentos. He dispuesto que a los curacas se les obsequie la mejor ropa fina, hecha con fibra de vicuña, con la Compi y para la gente común estarán destinadas las Ahuasca. De Cassamarca y demás lugares vendrán los alimentos que tanta falta les está haciendo.

-                  Esas medidas me parecen bastante atinadas y oportunas. Estoy convencido que con ello nos perderán el temor a ser castigados por su pertinacia y rebeldía – opinó el yaya Tilca Yupanqui.

-                  He dispuesto además que nuestros ingenieros les enseñen a construir acequias, estanques y andenes, allanando esos cerros y esas laderas con los cuales la producción de alimentos se incrementará y así no habrá que temer a las periódicas hambrunas – Dijo el Inca entusiasmado, apuntando con el índice derecho a los cerros vecinos.

Túpac Yupanqui está de pie ante los miembros de su Consejo, quienes le prestan toda la atención debida, sin quitarle la mirada de encima. El Inca retomó nuevamente la palabra:

-                  Este reino tiene hermosas mujeres como contrapartida a su agreste geografía, política de mis mayores siempre fue establecer alianzas matrimoniales con mujeres de los reinos conquistados. Fiel a esta línea, he decidido tomar como concubina a una de las hijas del curaca Chiguala; la cual, aparte de cautivarme con su hermosura, afianzará los lazos políticos y sociales de este reino con todo nuestro imperio y de paso será un factor que contribuirá a la pacificación. Ustedes y todos nuestros soldados podrán hacer lo propio. Por desgracia, o por ventura, a causa de esta guerra han quedado muchas mujeres viudas, las que verán con buenos ojos este tipo de alianzas con nuestros hombres, que andan sedientos de amor y cariño.

Entre las medidas complementarias he dispuesto asimismo el establecimiento de colonias chimúes, huancas y collas, las que por su adicción a nuestra causa contribuirán a la tranquilidad, el orden y el progreso material de este lugar. Esta pacificación se hará efectiva cuando se tenga que desterrar de por vida a quienes persistan en su rebeldía. Muchos de ellos irán al Cuzco y a otros lugares del sur. Bien, yayas, es todo cuanto he querido manifestarles en esta mañana. Espero ahora el sabio y oportuno consejo de ustedes.

 

Los aludidos entonces se miran unos a otros con un gesto de interrogación. Hay, sin embargo, en todos ellos una tácita aprobación. Interpretando el pensamiento de los demás, el general Huaman Achachi dice:

-                  Hay conformidad en nosotros por todo cuanto has dicho.

Uno a uno van saliendo de la fortaleza, denominada Pakarishka, los hombres de su Consejo para luego entregarse a sus actividades. Asentada sobre un enorme y rocoso peñón, el formidable Pucara parece elevarse al cielo. Al pie de su bases y arriba en sus plataformas, centinelas de rostros broncíneos y graníticos mantiénense impertérritos, armados de lanzas, arcos y flechas, macanas, hachas y porras. Rodeado de aquellos cerros dentados, oscuros y sombríos, semejando crestas de furiosos cóndores está la altiplanicie de Cusipampa, en donde la gente del pueblo concurre, con su curaca a la cabeza, a pasar momentos alegres. Pues allí se celebran las fiestas del pueblo. Se estrenan danzas diversas como las del venado, del oso, del zorro, del puma, de la carachupa [armadillo] de la sierpe y del cóndor. Pues, ellos son grandes adoradores de culebras y de cóndores. Por eso gustan disfrazarse de tales animales.

 

El Inca decide tomar por concubina a la hija del curaca, a la que llama Chunca Palla; una gran muchedumbre se congrega a presenciar el magno suceso; lo cual resulta de su total agrado.

Pues con esta alianza espera ver pronto sometido a todos sus moradores. En la anchurosa altipampa, alfombrada de verdes gramíneas, hállase la princesa exhibiendo una vistosa indumentaria, que ha sido obsequiada por el soberano. Cúbrese el cuerpo con una hermosa saya sedosa, su grácil cintura cíñese con una artística faja. Numerosas ajorcas y sartas de cascabeles, caprichosos y apretados brazaletes, abultan sus brazos y sus piernas, y le sirven de adorno. Sus negras mejillas ahora están arreboladas con el llimpi. Una corona de turquesas y esmeraldas ciñen su frente. Aquel día aparece suntuosa y relumbrante como un ídolo de preciado metal ante los admirados ojos de la concurrencia. De su grácil cuerpo, flexible como un junco y recio como el lloque emanan fraganciosos perfumes. Su hermosura ha eclipsado a las que poseen las otras féminas y ha cautivado el corazón del monarca.

 

En aquel harem real, su figura resalta clara y marfilina. Pues la gran mayoría son cetrinas como el lúcumo, doradas como la amarilla flor del amancae, leonadas como la fibra de una vicuña.

En la altiplanicie ha surgido una nueva deidad: el Sol, representado en planchas de oro y que el Inca las ha mandado colocar en los cuatro costados de la alfombrada pampa. Mientras se efectúa la boda del Inca con aquella núbil doncella, de piel ambarina, largas y negras cabelleras, senos turgentes, que seguramente le han de provocar un deleite tras otro en el tálamo del amor; los demás pueblos, aún no sometidos, respiran una tensa calma y se aprestan a empuñar sus armas.

 

Testigo de cuanto le sucede a sus moradores es el nevado Cassamarquilla, que con su helada cabellera nívea enfría la atmósfera del lugar. Sobre su elevada cima, sobrevuelan los cóndores, disfrutando de una libertad que con seguridad los chachas envidian.

 

Alarmados por la cercana presencia del Inca y de su ejército, la gente de Papamarca y sus curacas se dan cita en la altiplanicie de Huampatén, adonde los mensajeros arriban con noticias alarmantes. El curaca Chuquillaja, adusto y grave, exhorta a su pueblo:

 

-                  Ya saben ustedes que los próximos en ser invadidos somos nosotros. Y aún cuando sabemos que el Inca viene haciendo las paces con quienes se le han sometido, nada nos garantiza que un sometimiento pacífico nuestro, ha de garantizar nuestros derechos. Así que, yo, por mi parte, estoy dispuesto a dar la pelea. Por fortuna, aunque viejo, todavía me quedan fuerzas para luchar; más aún, cuando de por medio está nuestra libertad y la libre posesión de estas tierras, que nos vieron nacer.

 

La figura del curaca aparece nítida en aquella multitud de guerreros que deliberan al aire libre. Sus pupilas negras como el carbón, adquieren un brillo especial cuando las fija en aquella muchedumbre de exaltados guerreros o en el azul del infinito. En sus amplias espaldas resaltan los músculos dorsales y trapeciales. De rato en rato levanta y agita los brazos, exhibiendo unos poderosos tríceps. Su mediana estatura irradia una fuerza subyugante; como aquella que, arrolladora, se desprende de la nieve del Kumullca o del Cashurco. Hay una firme determinación en su mirada, su frente cuadrada, enmarcada de negro y duro cabello, está ceñida con el arma distintiva de su pueblo: la waraka. Su nariz aguileña y sus pómulos ligeramente salientes le dan un atractivo especial.

 

Concluida la reunión, sube hacia la cumbre de un peñasco, desde donde contempla el medio circundante, con su larga hilera de cerros por donde presiente que de un momento a otro aparecerán sus adversarios. Luego, vuelve la mirada hacia los suyos; los ve con sus lanzas erizadas, con el grito unívoco que sale de sus gargantas y hace temblar la tierra. Algunos mueven pesadamente sus macanas de palo y otros tensan los arcos.

 

Los hombres de Papamarca, de la tierra de la papas, con vivas y aplausos aprueban la resolución del curaca. Al día siguiente, reciben la sorpresiva visita de un mensajero del Inca, quien les viene a pedir la paz o la guerra. Es el curaca Chuquillaja, quien hablando a título personal y a nombre de sus subordinados, le expresa categórico al ingrato visitante que él y su pueblo están dispuestos a luchar y si es preciso morir en defensa de sus libertades y de sus tierras, y que por nada del mundo están dispuestos a ser sus vasallos.

 

Oída la respuesta, por boca del chasqui, el Inca se lanza como una tromba a la conquista de Papamarca.

De la garganta del curaca Chuquillaja vuelve a surgir la voz de los discursos. Sus hombres lo escuchan atentamente, sus palabras son como un eco que se va repitiendo de oído en oído. Va tocando las fibras más sensibles de aquellos corazones enardecidos, mientras los ancianos ven con mucha simpatía el arrojo de los suyos y admiran el verbo elocuente del curaca. Hay un tenso compás de espera. Aquella multitud de guerreros chachas se sumergen en el canto y en la música épicos, que los alienta a la realización de memorables hazañas y son como una oración surgida del seno de la tierra y de la propia sangre. De rato en rato comen cancha y toman sendos potos de chicha, de aquella que parece quemar los estómagos y los predispone a la alegría y la acción.

De pronto, como paridos por la tierra, los soldados incaicos surgen por doquier. Por el largo sendero, plagado de vericuetos, que siempre se desliza por el lomo gris y amarillento de los cerros, aparecen en fila india miles de soldados invasores. En medio de la ensordecedora gritería de ambos bandos, los partidarios de Chuquillaja les salen al encuentro provistos de lanzas, de hondas y macanas y una vez más acometen con furor. Tras varias horas de porfiado combate y pese al innegable heroísmo de los lugareños, éstos van cediendo sus posiciones a los intrusos. Se cierra el cerco en torno a la fortaleza de Pirca-Pirca, en donde el propio curaca ha establecido su cuartel general. Chuquillaja insta a sus reservas a comenzar la lucha. Sobre la cima de su fortín se mantiene impertérrito, observando el arrollador avance del enemigo. Con gritos que sólo ellos entienden, les ordena atacar, a salir al encuentro del enemigo. Pasea su iracunda mirada por todo el campo y advierte que está ya cubierto de cuerpos destrozados y ensangrentados. Mas, entre esos cuerpos, ahora inmóviles, no sólo están los cadáveres de sus hombres, pues los enemigos están pagando caro su osadía.

Toda la pampa de Auchán, Cascapuy, Andul, Chilkahuayco, Huampatén, están regados de cuerpos destrozados, de sangre, de miembros mutilados. En este cuadro incomprensible, de lo dantesco y horrorífico yacen cabezas dislocadas de sus troncos, espaldas abiertas, piernas levantadas, cadáveres amontonados. Qué terrible hediondez se desatará dentro de muy poco en aquel lugar, si no los sepultan oportunamente.

 

Cuando advierte que casi todo está ya perdido y que con seguridad ha de ser hecho prisionero y hasta quizás muerto por su rebeldía, sale a campo abierto, armado con su chuqui. A través de un intérprete pide medir fuerzas y valor con el propio Inca, en duelo personal. Acompañado de sus ayudantes se dirige a las pampas de Auchán, donde cree ver al Inca, pero se equivoca, pues quienes están allí aguardándolo son los capitanes del soberano intruso. Dirigiéndose al de más edad vocifera:

-                  No tengo por qué ser vasallo tuyo. Amo demasiado mi libertad.

Tú no tienes más autoridad que yo. Por eso Ancohuallo no te ha reconocido más jerarquía y ha preferido huir a nuestras selvas en compañía de los suyos. Si eres tan valiente, te desafío a pelear conmigo – Hay un brillo raro en los ojos del curaca, cuyas manos temblorosas se aferran a la lanza.

-                  Te equivocas. No soy el Inca. Pero si quieres hablar con él, ahora mismo te llevamos a su presencia – Quien habla así es el capitán Cori Mayta. El curaca, trémulo de ira, pero emocionado de poder verse cara a cara con quien ha sometido a naciones más poderosas que la suya, se deja conducir ladera abajo y luego por un sinuoso sendero hacia la altipampa de Llámac, donde se erige el Tampu real de Túpac Inca Yupanqui. Allí, además se alzan hacia el cielo, ahora sombrío, tres casas de piedra. En una de ellas mora el Inca y su Estado Mayor General. Hasta allí es conducido el viejo curaca. Túpac Yupanqui está descansando de sus fatigas guerreras. Un centinela le comunica que el curaca Chuquillaja, que ha sido derrotado y está como prisionero, desea verlo:

-                  Que pase – Es la orden real. El inca da un bostezo, alarga los brazos y luego se incorpora en su litera. Ingresa Chuquillaja sin su lanza y custodiado por dos soldados enemigos. El Inca al verlo se pone de pie, dejando momentáneamente su trono. Con gesto amable lo recibe. Le da un abrazo. Luego le invita a tomar asiento en un banco de piedra tallado primorosamente.

-                  A qué has venido, hermano curaca? – Le inquiere el soberano cuzqueño, quien tiene a su lado a un intérprete.

-                  Vengo a pedirte que nos dejes en paz, y que para evitar mayores sufrimientos a los nuestros, nos batamos en duelo tú y yo. Veo que eres bastante joven y fuerte... No te será difícil acabar conmigo, pero si he de morir, quiero una muerte gloriosa.

-                  No, hermano curaca. Ya no tengo por qué pelear contigo. Ustedes han sido derrotados y a ti te perdono la vida. Me gusta tu valentía, viejo. Tu te quedarás a gobernar a tu pueblo, como siempre lo has hecho y cooperarás con mis ministros y demás funcionarios para un mejor gobierno de tu nación.

Esto que hago contigo, también lo hice con los otros curacas, a quienes no les he privado de sus libertades, tampoco les he arrebatado un palmo de tierras. Por el contrario, de hoy en adelante vestirás mejor. Te regalaré buena ropa, de la fina y a tu pueblo también le daré bastante ropa y alimentos.

Mandaré construir acequias y todos los cerros, con sus laderas, estarán provistos de andenes para que puedan sembrar más y vivir mejor. Tus creencias y buenas costumbres serán respetadas y más bien ahora tendrás la oportunidad de adorar a mi padre el sol, que tanto beneficio nos da. Aprenderás además nuestra lengua, que es tan dulce y melodiosa como la tuya y para que veas que me gusta tu nación me he desposado con la hija del curaca Chiguala.

A tu pueblo también le he tomado mucho cariño. Qué hermosas y grandes se dan por aquí las papas, cuyo nombre de Papamarca, lo tiene bien merecido.

El curaca escucha con atención la disertación del Inca. Su semblante, inicialmente adusto, se va tornando amable y sereno. El Inca le alcanza un vaso de chicha, al tiempo que le dice:

-                  Brindemos, hermano curaca, por tu salud, por la mía y por la de tu nación.

Hoy comienza una nueva etapa para la historia de tu pueblo y el gran Tahuantinsuyo. De hoy en adelante serás un gran curaca. Tendrás autoridad sobre más ayllus, sobre el Huno de Cochapampa y Raimipampa. Toda esta gran comarca estará bajo tu mando, y como tu autoridad y poder ha crecido, ahora me acompañarás hasta Raimipampa. Aquí estará la sede de tu gobierno. Pronto los demás curacas de esta zona reconocerán tu autoridad y tu reinarás sobre todos ellos. Te regalaré más criados y más mujeres. A cambio de tu lealtad tendrás un palacio en la capital de mi gran nación, el Cusco. Tus hijos estudiarán allá y tú irás igualmente a participar de nuestras magnas fiestas. No ves que a pesar de la guerra tu suerte ha cambiado y para bien?

 

Chuquillaja ha quedado absorto escuchando hablar al inca. Y al cabo de un buen rato, retorna a su mansión de Pirca-Pirca, libre y convertido en jatuncuraca, por obra y gracia de su adversario, el Inca. Doña Sagua Epiquén lo esperaba con mucha ansiedad, pues ha temido por su vida. Ahora ella quiere conocer en detalle de aquel encuentro:

-                  Mira, como son las cosas. Yo me voy a desafiarlo a un duelo y el Inca me sale eligiéndo gran curaca de toda esta comarca. Mi poder y mi autoridad han aumentado con la sujeción de nuevos ayllus. Ahora los demás curacas de esta región me obedecerán y yo gobernaré hasta Raimipampa. Aunque mi poder ya no es absoluto. Tu y yo nos hemos convertido en unos súbditos más. Aquí estará la sede de mi gobierno...

Una semana después, el monarca parte en compañía del curaca hacia el sector de Leymebamba. Es el mes de junio y allá en el Cusco se festeja con toda solemnidad y pompa la fiesta del Inti Raymi. El Inca recordando aquel notable acontecimiento decide celebrarlo en aquel valle por el cual le llama Raimipampa.

 

Con el amanecer de un nuevo día, el Ejército incaico ha levantado sus toldos y cual hormigas arrieras van transitando el sendero que, de aquella fortaleza de Pirca-Pirca parte en diagonal por la ladera cubierta de ichus hacia el lomo de los cerros. Luego, el inca arrellanado en su litera, avanza con su séquito en lenta procesión. Al arribar al cuello del cerro Ulila se apea del anda y largo rato contempla el cielo infinito, cubierto de un tul azulino por donde las aves vuelan en distintas direcciones. Ante los ojos del monarca aparecen cerros y más cerros, valles estrechos y quebradas profundas, por las que discurren los ríos, de aguas cristalinas, con sus sordos rumores. Por el sector de Chíbul, Chuquibamba, Pomio y otros lugares, surgen densas humaredas, que en volutas espiraladas suben al cielo, donde se esfuman. El ruido monocorde de tambores, de caracolas y trompetas se comienza a oír, en una clara señal de que la guerra, con todas sus crueldades, está presente. Sin duda alguna, las avanzadas del numeroso y bien nutrido ejército incaico están  sostenido recios combates con los lugareños.

Y esas señales de humo son los anuncios de que en aquellos puntos, donde se alzan las humaredas, hay cruentos combates. Toda una gama de voces humanas se esparcen por todo el ámbito, confundidos con el sordo rumor de los ríos y chorreras.

Tras la hilera de cerros lontanos, en el pueblo de La Jalca, Chuquizuta, otro de los poderosos curacas del reino chacha, se apresta a defender su heredad. Después de reñidos combates es derrotado y hecho prisionero. Un cuantioso botín cae en poder de los invasores. Desde aquel reducto chacha, los chasquis se encargan de transmitirle la buena nueva al inca, quien exclama visiblemente preocupado:

-                  ¡La guerra, siempre la guerra! Y dirigiéndose a Chuquillaja: - Nosotros quisiéramos que ya no hubieran más muertes. Por eso he dado instrucciones a mis soldados para que traten con clemencia a los rendidos. Queremos brazos para el trabajo, para hacer de esta región, próspera y rica.

Chuquillaja, comprendiendo los propósitos del Inca, manda sus mensajeros, pidiendo la rendición de los demás pueblos para evitar inútiles derramamientos de sangre, que más van en desmedro de su nación, que el Inca les prometió respetar sus costumbres, sus tierras y libertades. Y por lo tanto no hay razón para seguir peleando hasta morir. Que no hay de dónde pedir socorro, porque todas las naciones que circundan a su reino están sometidas al Inca, que hasta el momento nada habían perdido y que por el contrario han mejorado en mucho.

 

El mensaje del curaca Chuquillaja es oído en los demás pueblos y aunque muchos no se resignan a la rendición, ya no pelean con la obstinación de quienes lo habían hecho en Pías, Condormarca, Bambamarca, Cajamarquilla y Papamarca. Cuando la guerra cesa por completo, el curaca deja de ver en sus sueños el enorme oficio y los buitres. Aquellas visiones oníricas y macabras, mensajeras de la muerte y la fatalidad, se han trocado por otras visiones gratas. Ahora sueña casi siempre con el cerro Churguanay, donde él ha hecho un alto en su viaje a Raimipampa, en compañía del Inca y su numerosa comitiva. En dicho cerro se ve casi siempre apostado, contemplando el paisaje circundante y el valle de Uchucmarca. De pronto, tras el escarpado cerro Cashurco se le aparece un sol rutilante, que le baña todo el cuerpo con su luz aún dorada y entonces él, convertido en nuevo Inca, saluda al astro diurno abriendo los brazos y postrándose. Otras veces se ve con ese mismo sol y en el mismo lugar bebiendo chicha de jora en los queros que el monarca le ha regalado.

Posteriormente, en nuevos sueños, muéstranse la luna, las estrellas. Algunas veces la luna surge ante él convertida en cuerno de plata sobre el cerro Colpacucho la ve salir y por último ve asombrado al Inca Túpac Yupanqui, como una gigantesca estatua, unas veces de pie sobre el cerro Cumullca y otras sobre el Cashurco.

Desde aquellas cimas, el soberano, convertido en un ser gigantesco, inclina su regia cabeza para verlo. Entonces el curaca levanta la suya hacia él, devolviéndole la mirada y el saludo. Algunas veces, el Inca le sonríe cariñosamente y en otras le da de palmadas sobre los hombros. Ese mismo Inca abre cuando quiere las compuertas de los torrentes de aguas cristalinas, que luego descienden raudas desde las enhiestas cumbres. Como estos sueños le acompañan casi siempre, hace traer hasta su palacete de Pirca-Pirca al brujo Chimal Valqui, famoso en toda la región por sus acertados vaticinios. Este le dice:

-                  Si tu ya no sueñas a la culebra y al buitre es porque han dejado de ser nuestras deidades. También significa que ya no tendremos guerra como la pasada. El sol que tu siempre ves en tus sueños, es nuestra nueva deidad, al que todos ahora le rendimos pleitesía. Nuestras deidades son también la luna y las estrellas. Y en cuanto al Inca, a quien tu vez como un gigante posado sobre el Cumullca y el Cashurco, eso nos quiere decir que es un ser muy poderoso, como en realidad lo es. Pues, ahora sus dominios son tan grandes que aunque te pares sobre el Cashurco y mires al horizonte más infinito, éstos van más allá. Si el Inca te sonríe y te da de palmadas, es porque te aprecia y te ha dispensado su amistad y confianza, a las que tu debes retribuir del mismo modo. Ahora él es dueño absoluto de las aguas y de las tierras y de todo cuanto existe. Todo lo tiene bajo su control y los da con generosidad para que nuestra nación disfrute de la prosperidad con los nuevos adelantos que nos ha traído.

El curaca ha quedado largo rato contemplado los cerros lontanos, por donde semanas atrás ha transitado en su viaje a Raimipampa.

    Cierra los ojos y se queda dormido sobre el camastro, quizás soñando con aquellas buenas visiones. En su atormentado cerebro aún resuenan las palabras del brujo.(ramirosn@yahoo.es) Nota.- La foto de John Servayge corresponde a un sector del distrito de Uchucmarca,provincia de Bolivar, Departamento de La Libertad,República del Perú.El sector en mención es Las Quinuas de Ulila,donde habitaron los antiguos habitantes de nuestra región.

Historia del toro bravo,color barroso

Historia del toro bravo,color barroso

Por:Florencio Llaja Portal 

     Recuerdo, una vez tuve unas conversaciones con el señor José Gil Villanueva para que me vendiera algunas cabezas de ganado vacuno, en su fundo “El Nochapio”, quedando para una fecha fija y sin permitir tregua alguna, en la fecha señalada, me conducí a su domicilio en Chilcahuayco. Llegué por la tarde. Me quedé en su casa. Fui bien atendido. Llegó la noche. En esas alturas el frío es intenso. Pero nada me fue extraño. Para dormir me protegieron buenos colchones de pura piel de carnero, colocados en forma yuxtapuesta, mil veces mejor que “comodoy”. De igual manera las frazadas, unas sobre otras, mas complicadas que una biblioteca, de manera que el frío desapareció y se alejó por tras las montañas de “Cumullca”.

 Por la mañana bien temprano yo me puse de pie, demostrando un semblante varonil. Aunque los dueños de casa insistieron, que no me levantara todavía, que era muy temprano, yo les contestaba con toda broma. En fin, ya la señora Tomasa Rivera junto a su fogón, preparaba el desayuno, Ardían las llamas que producían las leñas de paja hualte, moduladamente trenzadas a mano y secadas con el rigor del templado sol.

 A medida que aprovechábamos el sabroso desayuno, de ricas papitas nuevas sancochadas, con sus cascaritas reventadas en forma de un capullo de rosas, abiertas de par en par y nos íbamos tomando un caldazo de carne de res, bien gorda, al cual se agregaba las hojitas de cebolla, ruda, paico, perejil bien molido, más su ajicito...

 Por otro lado, ya estaba preparando el buen fiambre: un charqui de carne, hecho picadillo, bien doradito en pura grasa de vacuno. Al momento de la partida al potrero, yo me encargué de echar al hombre una buena lapilla, asegurado en precioso mantel; lo puse en mi alforjita de viaje, más ni “laciadera” enrollada. Nos despedimos de la señora Tomasa. Don José tomó la delantera. Toda la travesía hasta llegar a la rinconera de Auchán la marcha fue normal, pero al principiar el alpinismo, la subida, hacia la fila de Nochapio, este ganadero comenzó a correr una maratón; yo pensé que lo hacía de broma; bueno, yo tenía que seguirlo. Al cabo de una larga distancia volteó la mirada para verme donde me encontraba y como yo estaba aún distante, él se sentó para dar unas cuantas chacchadas de coca, que guardaba en una guayaquita de lana de oveja y lo llevaba bien asegurada en el brazo izquierdo.

Cuando yo llegué a su lado, me di cuenta que él había corrido a propósito. Después de unos cinco minutos de descanso, se levantó y me dijo: ¡Vamos! Comenzó nuevamente a correr, a velocidad y así, a este paso, tuve que seguir la jornada del viaje. De trecho en trecho volteaba la mirada  para ver si yo me retrasaba. Entonces pude advertir cómo el sudor ya se dejaba notar en él y por su rostro se deslizaba, secándolo pronto con una esquina de su poncho, el cual cubría su cuerpo. Se sentaba un breve tiempo para chacchar. Yo, desesperado, también me sentaba ha descansar, porque la respiración me faltaba. Me sentía todo cansado, pero jamás podía sentir un solo grado de calor, pues el aire allí es muy duro y frío para alguien nuevo, que se atreve a cruzar esas alturas, siendo asimismo sumamente complicado.

 Después de tanto sacrificio para mí, al fin llegamos a la cumbre. Sonriente, el ganadero me admiró y me aseguró que yo era el único que pude seguirlo en esa escalinata, en esa clase de caminata. Otros compradores de ganado habían fracasado.

 Caminando jadeantes y sudorosos coronamos la altura y luego comenzamos a bajar una entrada llana y pantanosa, rodeada de una cadena de montañas, sereñas, embiestas y rocallosas, las que dan origen a muchas quebradas. Por algunas de ellas, se deslizaban corrientes de aguas puras y cristalinas. Todo este sector lo encontramos cubierto de neblina, la cual se desplazaba empujada por los vientos iracundos de la jalca, que rompían igualmente las nubes en capullos. Cuando esta fuerza del aire chocaba entre las rocas producía sonidos estruendosos, más potentes que los mugidos de un conjunto de toros rivales, que se acometen.

 Cuando llegamos a la pampa nos sentamos a descansar y comer el fiambre. En esos instantes don José Gil sacó su largavista para ubicar su ganado, el cual reconoció cerca de laguna verde. Me pidió que me quedara donde estaba, descansando, mientras él se fue con su perro a bajar el ganado.

 Después de descansar un momento, me levanté y me dirigí a una alturita para observarla como eran esos terrenos. Cuando retorné hacia donde me encontraba, me di con la sorpresa de que un famosos toro bravo me esperaba. Era el rey de ese potrero. Estaba echado frente a mí. En cuanto me vió se levantó con un nasal mugido. Dio dos rascadas al terreno y embaló hacia mí. Yo que estaba con mi poncho en el hombro, con toda agilidad lo convertí en capa y me puse a torearlo. El toro pasó como un relámpago por mi lado, dejando a su paso una fuerte regada de aire que azotó todo mi cuerpo. Su irrefrenable velocidad lo llevó hasta  un puquial, donde el toro bravo se hundió hasta las costillas, pero desde allí con su furiosa mirada parecía devorarme. Aquel manantial  fue mi providencial aliado y aunque el astado animal hubiera querido matarme, con su maldad a cuestas estaba aprisionado allí hasta la muerte.

 Mi ponchito, que me sirviera de capa, era nuevo y estaba bien perchadito y riveteado a mí agrado. Pensé que el toro con el asta lo había roto, o que se hubiera llevado alguna franja, pero felizmente estaba conforme, perfecto. También observé cuidadosamente mis costillas y me di cuenta que todas estaban ilesas y perfectamente en su lugar. Créanme, amigos lectores, que yo también era ganadero como don José Gil pero nunca fue capaz de torear ni siquiera un becerro. En esta oportunidad me hice torero para salvaguardar mi vida.

 Dios me favoreció. Cuando llegó a mi lado don José Gil, que había presenciado aquel peligro, me felicitó muy de verdad y me dijo con sinceridad que podía llegar a ser un torero de gran prestigio. Me confesó que él lo había observado todo, como digo, inclusive me había llamado avisándome que allí estaba el toro bravo, pero yo no había escuchado sus advertencias por la fuerza del viento. Don José Gil fue a su domicilio y retornó con su escopeta. Le dio un tiro de gracia y el toro acabó con sus padecimientos. “Ahí quédate! Tantos hay para tu reemplazo.... – exclamó don José Gil mientras se alejaba con el arma asido y dejando en el puquial al toro muerto. Luego nos pusimos a separar el ganado que me había vendido, con los que emprendimos el retorno. Cuando estábamos a media subida volvimos la mirada y vimos que un sin número de rapaces buitres y gallinazos daban buena cuenta del toro.

 Confieso que para mí ese momento inesperado fue un profundo espasmo, pero pasado el peligro, y al recordarlo en otros instantes de mi vida es un jolgorio. Aun sigo recordando cómo miraba el toro, cómo revisaba mi ponchito y cómo palpaba mis costillas... pues son actos imprevistos de la vida. Al recordar estos trances que me parecen fantásticos y lúgubres de mi pasado me ocasionan tanta alegría, semejantes a ciertas gotas de rocío cuando caen en un desierto o bien cuando caen sobre los pétalos adorables de una flor moribunda para hacerlo revivir y prolongar su vida. Así fue la historia del toro bravo, color barroso.

 

Lima, 1° de mayo de 1999

Recuerdos de Uchucmarca y Puémbol

Recuerdos de Uchucmarca y Puémbol

Por: Florencio Llaja Portal

Uchucmarca está situado en la parte central de un pequeño altiplano, a 3050 metros de altura. El pueblo está apoyado sólidamente sobre el macizo de Shotóbal, que según una antigua leyenda del lugar, está sostenido por un par de pilares de oro. Hacia el sur lo rodea el cerro San Bartolo (Bartolomé); al este, la loma de Linguima; al oeste, Trigopampa y al norte, el Cashurco, hermoso peñón centinela. En Trigopampa se encuentra el gran cementerio, casa materna, siempre con las puertas abiertas para dar pase y cabida a todo ser humano que se despide de este mundo.

 Cuando yo iba o venía de Puémbol, donde he vivido, solía hacer un alto en la conga de Saucha. Ante mis ojos, de hombre enamorado de aquella naturaleza sin par, aparecía el paisaje como una maravilla. Paseaba mi inquieta mirada sobre los cerros que circundan al pueblo de Uchucmarca, cuyo nítido perfil, me permitía ver además las rinconeras del sector de las Quinuas de Ulila, donde yace una laguna de igual nombre. Es la más grande de aquel lugar, aunque volteando al otro lado de la montaña, la laguna de Guayabamba, que ya pertenece a San Martín.

 Por estar en la jalca, las aguas de estas lagunas son frías y parecen hervir al soplo del viento. Son de tranquilas olas, semejantes al alma de quien está lejos del calor humano. Son lagunas plateadas y aquellas que se sitúan al piel del cerro, se notan de un color oscuro, por el reflejo grisáceo de las peñasNuestros antepasados contaban que en la laguna de Las Quínuas dejó su anda el Inca Túpac Yupanqui, cuando vino de Cajamarquilla con rumbo a la selva. Se afirma que el anda real se encantó y por mucho tiempo se dejó ver en noches de luna verdad (nueva). A la luz plateada de la luna el anda dorada también se tornaba brillante. Hacia el norte, por la cordillera de Ulila, se yergue el Cashurco, famoso picacho, cuyas tonalidades negre-azuladas le dan un semblante molesto y a la vez intrépido, sobre todo en invierno, en cuya época nos esquiva y niega de completo su amistad. En dicho recorrido se encadena con el salitre Manchay y Pomio, donde un abra, a modo de un claro túnel nos permite ver otros horizontes. Luego sigue Pueblo Viejo, el antiguo pueblo de Chibul. Hacia el sector de llamactambo, que sirvió de aposento a Túpac Yupanqui. Es una hermosa meseta, de ambiente acogedor, aunque frígido, especialmente en verano. Allí el sol recién sale a las ocho de la mañana, con sus pálidos rayos, de un color moribundo. Luego se extiende lentamente sobre esta pampa y poco a poco sus rayos se van tornando más caloríficos.

 A comienzos de 1960, don Juan Quevedo tuvo  la inquietud de realizar gestiones ante las autoridades del pueblo de Uchucmarca para ser declarado un nuevo caserío del distrito. Esta gestión demoró 7 años hasta que por fin consiguió dicha titulación y la creación de una escuela primaria. Al sur este están las ruinas de Pirca-pirca, presumiblemente incaicas, y que son la admiración de propios y extraños. Debió ser en su tiempo una simpática y opulenta ciudadela. Quizás ellos fueron los primeros habitantes de Uchucmarca. Cuando uno se encuentra en la cúspide de esta fortaleza repentinamente nos sobrecoge un vago temor de que un fuerte viento nos haga aparecer en otro sitio. Al fondo de esta antigua reliquia arquitectónica, se advierte una gran concavidad, donde las aguas de la misteriosa laguna de Michimal yacen tranquilas. En las noches de luna, ésta refleja sus pálidos rayos sobre las espejeantes aguas, cuyo blanco fulgor es devuelto al astro nocturno.

 Esta lumbrera de la noche induce al engaño, pues las aves despiertan pensando que ya llegó la aurora del nuevo día y todas se levantan en vuelo paralelo, cuyos plumajes son como selectos uniformes de gala. Los patos como las huachuas, abriendo alborozados sus alas, en aquel rincón, nos permiten imaginar que así debió ser el estandarte de aquel pueblo legendario, tal como lo hizo San Martín que se inspiró asimismo en aves para la creación del bicolor, allá en la bahía de Paracas.

 Avanzando hacia el sur, hacia las alturas de Nochapio, se divisa una gran llanura encajonada, de Quchán, con sus hierbas a flor de tierra y múltiples pajonales, agitados siempre por los vientos. Allí se ve por doquier vertientes de agua que confluyen a los puquiales o riachuelos. Por estas pampas siempre se encontraba la señora Viviana Navarro pastando su ganado lanar. Entretando hilaba un copito de lana blanca atado en el extremo de la rueca y asegurada a la cintura. Cerca de las ovejas están siempre los adiestrados perros mitayos, que se entienden perfectamente con el rebaño medían ladridos y balidos, respectivamente. Al fin regresamos siguiendo la ruta de Chibane, Cascapuy Hatun Rumi, Chilcahuaico, Andul, Shushambo, Mesa Pata Chica y Mesa Pata Grande. Todos los habitantes de estas alturas son robustos y fuertes, porque sus alimentos son sanos y respiran el aire puro de las montañas, aunque para quienes no somos del lugar nos resulta complicado. En verano, todas estas alturas amanecen cubierto de hielo, de nieve. Allí el sol aparece pronto, pero sus rayos son como el reflejo de un espejo, pues da luces sin calorías. En invierno, en todas estas cumbres el viento silba y la lluvia cae congelada. Sin embargo, los habitantes de estos sitios son muy tenaces, pues se levantan a las cinco de la mañana protegidos con sus ponchos de lana, sus buenos “peruanitos” (llanques), otros con sus botas de jebe. Ellos llaman a sus perros por sus nombres o con silbos. Se pasan silbando y cantando sus yaravíes y huaynos. También cantan con orgullo nuestra música criolla. Ellos escalan y voltean hacia el otro lado las alturas en auxilio de sus animales, de sus burros, vacas, caballos y hasta ovejas. La aurora del nuevo día es testiga de estas andanzas. En estas alturas los becerros recién nacidos son generalmente víctimas de los cóndores y de los buitres, encargándose los shingos (gallinazos) de dar buena cuenta de las sobras.

 Para la gente de la altura los agentes atmosféricos son un deporte. En tiempo de verano allí el frío llega a los cero grados y en invierno el tiempo se presenta más complicado, pues no solamente corre el viento helado, sino el cielo descarga fuertes tempestades, con acompañamiento de truenos y relámpagos. Estos últimos son centelleos de fuego, que iluminan los cielos y la tierra. Cae asimismo desde lo alto del cielo el granizo, que son como perdigones que caen sobre uno y parecen como un castigo del cielo. Este granizo es como almidón o como una mortaja blanca que se va acumulando sobre el cuerpo.

 El habitante de estos lugares es tan valiente que es capaz de dominar todas las bravuras andinas, al igual que el majestuoso cóndor, todo un señor de las alturas, que en plena frialdad pasea su vuelo con toda gallardía. Vuela tan alto, con sus alas tendidas, que ya parece tocar las estrellas. Las plumas de sus alas producen un agudo silbido cuando vuela y su cuello vibratil y genuflexo parece cubierto por una chalina roja. Su mirada aguda y fascinante es como la de un conquistador de América. Así revolotea el espacio por una y otras partes, siempre en busca de presa, de víctimas...

 Toda la gente de mi pueblo son de carácter empeñoso en sus quehaceres. Cultivan con dedicación, con amor sus chacras, que están alrededor del centro urbano. Estas chacras son como un mapa bien dibujado, bien trazado, pues se deja ver claramente. Quizás sin pensar, de una manera misteriosa, algún ciudadano, de nobles sentimientos, lo llegó a ubicar, a descubrir. Fue una feliz idea fundar el pueblo en este lugar, que es tan despejado y está al centro de una cadena de montañas, las que atraen en forma constante y vibrante el sonido del recuerdo. Este pueblo nos prestigia y nos atrae como un sueño incesante.

 En realidad, qué linda es mi tierra! Quien no quisiera estar siguiera guarecido por un momento bajo el azul de este cielo uchucmarquino.

 

Recuerdo de Puémbol

 

Lima, 1° de Enero de 1998

Señor Agente Municipal del Pueblo de Puémbol.

 De mi especial consideración:

     Al terminar este año del 98 pláceme remitir mis cordiales saludos a usted por medio de la presente, que espero llegue a usted por medio de la presente, que espero llegue a su poder. Cómo quisiera que esta misiva mía fuera de su mayor agrado, ya que en ella van mis mejores deseos por su perfecta salud y la de su familia, así como del pueblo en general. Mi mayor anhelo es ver a mi pueblo siempre unido, en un solo abrazo, como en aquellos tiempos en que los dejé.

 

     Quien les saluda desde aquí queda regular, con el único anhelo de que todos por allá lo pasen bien. Les deseo un próspero año nuevo y que nuestro querido Puémbol siga progresa

 Cuánto quisiera estar cerca de ustedes, más que todo para entablar un ameno diálogo con aquella gente de mis tiempos, que son como troncos añosos (añejos y carcomidos, cimientos del destino, cuyo eco de sus voces han quedado grabadas en mi mente y en mi corazón. Al evocarlas, me parece escuchar aquellas conversaciones como si fuera detrás de una pared. Mis ojos parecen ver a ese grupo de ciudadanos con quienes me reunía para realizar los trabajos comunales, los que terminábamos con una fiesta familiar. Allí saboreábamos nuestras ricas viandas, preparadas por las diestras manos de nuestras selectas socias. Ellas las preparaban en forma mancomunada y con los infaltables barriles de chicha, hecha de legítima jora y chancaca. Todo a nuestro gusto y humor!

 ¡Qué linda gente de aquel entonces!

 Nadie conocía la pereza, la venganza, el robo. Cada quien respetaba las cosas ajenas.

  Todo era una completa armonía. Por esta razón Puémbol se encontraba cruzando las cumbres más elevadas del ejemplo social. Y como un dulce embelese los hijos de Puémbol se esmeraron siempre por conservar un alma virtuosa. En aquellos tiempos de mi estancia en él, éste parecía descansar sobre un inmenso mar de buena conciencia, que me parecía tan pura e impoluta, como la nieve inmaculada. En esa forma hemos vivido. Por eso cuando se trató de gestionar la creación de la escuela, todos, como un solo hombre, nos aunamos para realizarla. Con orgullo afrontábamos nuestras obligaciones, dando así cumplimiento a un estricto deber patriótico, como corresponde a todo buen ciudadano. Por esta razón, para mí fue fácil lograr el fruto de mis aspiraciones, que sin pensarlas las había soñado. Nadie más que yo debo agradecer a esta linda gente. Ruego a Dios que las bendiga, así como a esas buenas almas que en paz descansan. Pido a Dios igualmente que les colme de felicidades a quienes viven todavía, que van caminando en el corazón de nuestro añorado Puémbol. Aunque reconozco que para mi pueblo ya soy como un ajeno pasajero por mi dilatada ausencia. Pues, en cumplimiento del destino, me alejé. Son 25 años cumplidos en que mis ojos no alcanzan a ver las fronteras puembolinas. Pero sus recuerdos permanecen inalterables en mi mente y en mi noble corazón, que aún late dentro de mi pecho.

 Para llegar a ese lugar de mis dorados sueños, que imaginariamente me parece que ya estoy pasando por Chechumbuy Loma, por las puertas de un paderón en ruinas, que fue construída por mis abuelos don Fabián Llaja y doña Juliana Palacios. En forma rústica allí se construyó un humilde hogar con piedra y barro. Estaba junto a una acequia, de remoto origen y a la sombra de una hermosa planta de chirimoya.

 Esa humilde casa fue la cuna de mi nacimiento. Allí vine al mundo un 20 de junio de 1927.Continuando con mi viaje imaginario, ahora me veo en la travesía de Sillaconga Chica, listo para escalar el serpenteante camino hacia Sillaconga Grande, cuyas curvas, unas saludan a la chorrera de la quebrada, que baja por “Lejía huayco”, al pie de Shel; y otras que miran a la quebrada de Las Lucmas, que baja por Llihuín. Luego de una fatigosa subida, hago un alto para descansar en la pampa de Sillaconga Grande; desde donde, en forma obligada, como digo, se descansa. Desde allí se mira la altura del Churo Grande, el cual en su recorrido deja notar una disimulada ondulación.

 En estos momentos, en que escribo, recuerdo con estupor y como un ensueño, aquella mañana de febrero, cuando sacaba de esos paraderos a mi toro Huarango; en plena quebrada fui sorprendido por una galgada de piedras, las que se desprendieron de uno de esos “balcones”, aflojados por las lluvias de esa época. Gracias a Dios, me protegió. Pues con gran agilidad las pude esquivar. Me convertí en una “ficción” para no hacerme daño.

 Del recuerdo de aquellos momentos trágicos para mi vida pasaré a otros más entretenidos. Recuerdo, en esos arrabales una vez tuve la suerte de atrapar un puma sanguinario. Cayó en la trampa hecha de la cadena de mi burro mancarrón. Ese puma trataba de acabar con todo los animales del vecindario. Me entró una pica y juré matarlo cuando cazó a mi potranca manchada, de año y medio, cría de una yegua blanca fina. Fue una gran novedad para todo el vecindario el haber atrapado a esa fiera peligrosa, a la que conducimos al peso, una vez muerta, sobre los fornidos hombros de los cargadores, acompañados de un buen grupo de vecinos.

 En la plaza de Puémbol fue exhibido un breve tiempo. Allí se congregó todo el vecindario alegre y contento. La muerte del puma lo celebramos con una gran fiesta.

 Otro día, cuando en un viaje real, yo iba por el camino, tuve la ocurrencia de quitarle sus crías a una osa, como me trabé con ella en una contienda atacándola con palos y piedras, el olor de su resuello se impregnó en todo mi cuerpo, que perduró por espacio de muchos días.

 Bueno, ahora retornando mi viaje imaginario, y, siguiendo la ruta, ya se cruza “Shimishpucro”, para finalmente verse en la plazuela de Puémbol, descansando junto a un ojito de aguas cristalinas, aunque es poquita, es noble y sincera. Ella es alma, vida y corazón de Puémbol. Sobre la parte superior se divisa las faldas de Chapcaloma. En tiempo de invierno allí primero se acumulan las nubes. En este lugar flotan como copos de algodón o vellones de lana de oveja. Al sur de Chapcaloma también hay agüitas detenidas permanentemente. Son como gotas de lágrimas colocadas en unas mejillas dormidas.

 Más abajo, donde cruza el camino real, para Uchucmarca, tenemos la famosa pampita de “Purpurloma”. En este sitio, es de costumbre, que todo pasajero, después de una larga jornada, sosiegue su cansancio. De este sitio también se observa gustosamente cuando el sol, astro gigante, retira sus rayos caniculares al atardecer del día. Mirando al frente, se observa el famoso “Ondolep”, vestido de modestos pajonales su gigantesca mole y en donde siempre aparecen los venados. Esta altura nos da la impresión de que se tratara de un gigante cuya obligación incansable fuera la de levantar  con sus manos el astro solar, para privilegiar a todo aquel sector con su gran potencia luminaria, con el que da comienzo al despertar de una nueva aurora.

     Esta altura es misteriosa. Parece que en tiempos lejanos, el sol, convertido en gigante enigmático tuvo la inquietud de querer arrullar y poner a todo el panorama bajo el calor de sus rayos. Al pie de este cerro, discurren las aguas del gran riachelo de Lanchihuayco, que nace en un “pucro” y termina en “airiaco”, cuya voz rumorosa aumenta su sonido al tropezar con algunas cataratas. En todo su recorrido no se deja ver debido a la tupida vegetación, de árboles frondosos y verdes follajes, con huicundos multicolores, que dan la apariencia de un altar. En realidad es un altar de la naturaleza, a cuya sombra se conglomeran bandadas de aves, de diferentes proles, cada cual eleva sus oraciones al cielo, con su propio trinar. En cada amanecer o atardecer del día no falta este tipo de conciertos. El pasajero, cuando escucha este ritmo de canciones, se detiene por un momento, considerándola como una orquesta bien calificada.

 Por esta y otras tantas razones, que conmueven a mi conciencia, aprovecho este poquito de descanso para trasmontarme en alas del recuerdo, de aquellas épocas lejanas y grabar estas letras con mis propias manos, que estrechaban las vuestras, las de mis coterráneos.Lima, 12 de enero de 1999.Florencio Llaja.

 Nota.- Puémbol es un caserio del distrito de Uchucmarca, en la Provincia de Bolivar,Departamento de La Libertad,República del Perú.

 

Aves sin nido, una novela de corte indigenista.

Aves sin nido, una novela  de corte indigenista.

Aves sin nido” (Birds without a nest) es una novela  enmarcada en la corriente literaria del realismo indigenista, cuya autora es Clorinda Matto de Turner , una escritora peruana, nacida en el Cuzco (1854-1909)-El tema de esta novela es el amor, el cual resulta imposible, si lo vemos desde el punto de vista moral , porque busca unir en matrimonio a una pareja de jóvenes enamorados como son Margarita y Manuel, quienes descubren ser hermanos e hijos de un cura libidinoso. Esta temática servirá además para que la novela nos presente un escenario de contienda entre campesinos humildes y abusivos hacendados o gamonales, que tienen como aliados a malos sacerdotes y jueces corruptos.

La obra utiliza como argumento la servidumbre económica y el reparto adelantado  de las lanas, debido a que los campesinos alpaqueros, que viven de la crianza de la alpaca y de la explotación de la fibra de este camélido, están obligados a vender las lanas por precios irrisorios y cuando no aceptan el dinero y huyen de sus chozas para no ver a los abusivos comerciantes, que lucran con la venta de este producto, éstos van  y dejan el dinero en sus viviendas y si no aceptan serán sometidos a tratos infamantes y torturas degradantes. El pobre  criador de alpacas no tendrá otra alternativa que aceptar contra su voluntad aquel mísero dinero, que no compensa sus esfuerzos y con el que nunca saldrá de su pobreza.

En la obra se presentan las siguientes situaciones de conflicto:

1.- La individualización del conflicto.-la novelista nos presenta una deprimente realidad, donde  el indio Juan Yupanqui y su esposa Marcela, victimas de los prepotentes gamonales que se aprestan a efectuar el cobro del llamado “reparto adelantado” de las lanas, buscan el apoyo de la familia Marín, quienes les darán su apoyo en bien de la educación y la liberación tributaria de los campesinos expoliados y de los sirvientes igualmente indígenas.

2.- Contradicciones de clase.- La ayuda prestada por Fernando y Lucía  Marín al matrimonio Yupanqui no resulta casual. Pues en la novela , Fernando Marín es gerente y propietario de la mina “Casablanca”, que explota la plata y se ha instalado en el mítico pueblo de Killac. Fernando Marín y su esposa Lucía representan los intereses de la burguesía liberal, de fines del siglo XIX, que están confrontados con el feudalismo conformada por los gamonales, los comerciantes y la gran tríada opresora como son el cura Pascual Vargas , el gobernador Sebastián  Pancorbo y el juez de Paz Hilarión Verdejos  y sus partidarios, como el joven Estéfano Benites, que se habían complotado para explotar y estafar a los indios.

3.-Los esposos Marín se confrontan con el cura y el gobernador al abogar por los Yupanqui, quienes estaban endeudados con el cura por misas oficiadas en memoria de la Natividad, madre del indio Juan Yupanqui. También debía al gobernador, quien secuestra a la hija menor, de nombre Rosalía. El señor Marín se comprometerá mediante escrito  a saldar la deuda de los Yupanqui, la que no se hace efectivo.

4.-En represalia el cura y el gobernador deciden escarmentar con un castigo al indio  Juan Yupanqui y a sus protectores, los Marín, quienes son objetos de un asalto en su domicilio y del cual los notables culpan al indio Isidro Champi. La esposa de Juan Yupanqui, Marcela, fallece  dos días después del asalto y sus hijas  Margarita y Rosalía vivirán bajo el amparo de  los Marín

5.- El nuevo subprefecto, coronel Bruno Paredes, no  hará nada para combatir la injusticia, el abuso y el atropello. Por este motivo, los esposos Marín se ven obligados a abandonar el pueblo y radicar en la capital del departamento, es decir en la ciudad del Cuzco.

6.- El cura Pascual  Vargas muere victima de  tifoidea, luego de haber participado en la comida de despedida de los esposos Marín. El gobernador y el juez de paz son apresados como sospechosos. Ante la inminente partida de  los Marín el joven Manuel, estudiante de Derecho e hijo de doña Petronila Hinojosa e hijastro del gobernador, pide en matrimonio a Margarita, sosteniendo que no era hijo de Sebastián Pancorbo sino de un antiguo cura de Killac, Pedro Miranda. Ante tal revelación, don Fernando Marín descubre que Margarita también era hija del mismo cura. La autora de esta novela postuló la necesidad del matrimonio de los curas como una exigencia social para evitar que se siguieran cometiendo este tipo de aberraciones, que un cura engendre hijos en todas las mujeres de la comunidad y del mismo modo planteó la necesidad de una mayor fiscalización de las autoridades en los pueblos apartados del  Perú.

 

San Juan de Uchucmarca,sinónimo de olvido y pobreza

San Juan de Uchucmarca,sinónimo de olvido y pobreza

 Autor : Edwin Navarro Vega

He visto y leído en algunos mapas y papeles del INC que el nombre de este pueblo a sido mal escrito, no se si es por la evolución de la escritura o la desnaturalización de ella. Lo correcto es como menciono en el título de mi escrito y no Uchumarca omitiendo la c intermedia dentro del nombre y quitando lo demás (San Juan de Uchucmarca). Esto me hace recordar a la mutilación original del nombre Villa de Truxillo por Truxilio, Trux, Trujilio, etc; hasta llegar a lo que ahora es Trujillo. San Juan de Uchucmarca, con C, que significa "Pueblo pequeño" (uchuc=pequeño;marca=pueblo) y no " sitio de ají".La supresión de la letra C ha modificado su significado original y lo ha convertido en "pueblo del aji",lo que no se condice con la realidad,ya que uchu=aji y marca=pueblo . En Uchucmarca no se produce el aji,que es una fruto de clima  cálido y sólo se producen rocotos.Se ubica en los Andes Centrales del Norte Peruano. Tiene una altitud aproximada de 3,800 m. sobre el nivel del mar, con una temperatura de 14 ºC. Es un distrito de la provincia de Bolívar de la región La Libertad que formó parte de la etnia y cultura de los Chachapoyas; etnia constituida por Ayllus autónomos, cacicazgos integrados en una llacta principal y en aldeas secundarias. Cada cacicazgo se gobernaba por un jefe que reunía en su persona el poder militar, religioso y civil. Eran cacicazgos abiertos al diálogo y a la alianza militar, para defender su libertad, territorio y cultura. Las llactas que poblaron las zonas antes de la invasión Inca fueron: Cajamarquilla, Cunturmarca, Pampamarca, Llamachibán, Uchucmarca, Michimal, Chibul, Llamac, que fueron conquistados por el Inca Túpac Yupanqui en el año 1475. Este distrito con mayor población que el distrito de Bolívar cuenta con sus caseríos de Púsac, Chibul, San Francisco (La Quichua), Las Quinuas, Llamactambo, Chivane, Cascapuy, Chilcahuayco, Andul, Quinahuayco. Dentro del corazón de este pueblo, está el complejo preinca de Pirka Pirka, descubierto y estudiado por el arqueólogo Peruano Abel Vega Ocampo y dentro de sus trabajos a inventariado los restos de este complejo arqueológico como Pueblo Viejo(Chibul Viejo), El Lirio, Los Estribos, Inticancha, Walchum, Hondolep, El Churo, Shuenden, La Grada, Huayabamba, Púsac, en la circunscripción de esta comunidad. Pacariska, Ino, Opayén, Pururo, Maylora, Mallaka, La Laguna, Seventualla, Salompuy en Bolivar. Los Tambos que une a esta cultura como Ñamín, El Lirio, Callangate, Cujibamba(Cusipampa), Bolívar, Llamactambo, Atuén, Tambillo, San Miguel, Lucmillas, Chillo, Zázcar, Molino pampa, Pucaladrillo y Bagazán. Pasaron por esta comunidad el ex mandatario Belaúnde y Fujimori; además otros candidatos políticos con su listado de promesas electorales que nunca resucitaron la palabra empeñada a sus electores. Es así como está en su letargo y olvido de las autoridades; San Juan de Uchucmarca pasa desapercibido y con profunda lejanía al desarrollo. Tanto es que en estas últimas actividades políticas ya ni siquiera se tomaron la molestia de ir a saber cuáles son las necesidades que tienen sus habitantes. El gobierno regional no ha sido de mucha cooperación en los presupuestos asignados para obras como la construcción de la carretera Púsac- San Juan de Uchucmarca, de mejorar la educación de sus escuelas y colegios porque no hay bibliotecas dentro de estos centros educativos ni siquiera una biblioteca municipal, la construcción de algún Instituto Superior con carreras afines al lugar, de equipar la posta medica no sólo con medicamentos si no con especialistas profesionales, de construir un hospital. Ahí impera la medicina folklórica. No existen servicios públicos, la tecnología no llega a ese rincón liberteño. La criminalidad y los abigeos avanza y los efectivos policiales están preocupados en sus juegos a los naipes y borracheras dejando pasar impune los delitos. Los jueces sin preparación están más en sus actividades del campo (agricultura) que resolviendo litigios.

La cultura Chachapoyas

La cultura Chachapoyas

La cultura Chachapoyas no se circunscribió unicamente a lo que ahora es el departamento de Amazonas,sino que abarcaba territorios contiguos,pertenecientes a los departamentos de San Martin y La Libertad.Aparte de Kuélap,en el territorio de los Chachapoyas existen importantes complejos arqueológicos como la ciudadela de Cochabamba,que necesita con suma urgencia de una reconstrucción y declararlo Patrimonio Cultural del Perú y de la Humanidad.El Instituto de Cultura de Amazonas no ha hecho absolutamente nada por restaurar estos monumentos,pues las piedras labradas están esparcidas por los suelos.Cochabamba fue la capital del llamado reino chachapuya,bajo la dominación incaica.Esta ciudadela,en su máximo esplendor y apogeo,albergaba más de tres mil habitantes.Hay otros complejos arqueológicos.En Uchucmarca tenemos la ciudadela de Vira Vira,que nos da una idea cabal de como eran las ciudades amuralladas de los chachapoyas.Tenemos igualmente la fortaleza de Pirka Pirca, de más de 11 metros de altura y construida estrategicamente al borde de un precipicio.Ha sido estudiado principalmente por el arqueólogo ,natural del pueblo de Uchucmarca ,Abel Vega Ocampo.En Uchucmarca está asimismo Inticancha,donde se produjo el milagro de la pacificación incruenta,cuando Huayna Cápac,al frente de un ejército de 50 mil hombres marchaba sobre Cajamarquilla,hoy Villa Bolívar,para arrasar con dicho pueblo,debido a que los chachapoyas de dicho lugar habian matado a los ministros del inca y esclavizado a los soldados cusqueños,tal como lo refiere Inca Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales .Una matrona de dicho pueblo,que habia sido concubina de Túpac Yupanqui,lo salvó de una destrucción segura,cuando ella y un grupo de mujeres de toda edad,salieron a dar el encuentro a Huayna Cápac,que se aproximaba con su ejército.Fue en la altiplanicie de Huampatén,en el lugar de nombre Inticancha,que significa patio del sol,ellugar del encuentro.No es como se dice en Cujibamba,como se pretende distorsionar la historia regional,ya que el inca ingresó hacia la región de los Chachapoyas por Cajamarca,Celendín,Balsas,pasando el Marañón o Hatunmayo,arribó a la llacta de Cochabamba,de donde siguió a Cajamarquilla,pasando por Huampatén,que está a dos leguas,11 kilómteros de distancia,con respecto a Bolivar o Cajamarquilla.La pacificación ,sin derramamiento de sangre, fue atribuido a un milagro del dios sol.En el distrito de Bolivar se encuentran otras fortalezas como Ino,Maylora,Mallaka,etc.y el fortin incaico,de nombre Pacarisca (amanecer).Pues se dice que Túpac Yupanqui,la mandó construir durante la noche.Al amanecer del nuevo dia ya estaba la fortaleza.En el distrito de Uchucmarca está igualmente la llamada "Grada del Inca",construido en una peña viva y por donde el inca transitó en sus viajes de conquista,al frente de sus guerreros y gente de servicio.También está el pueblo de Uchucmarca,destruido casi en su totalidad en 1547 por un terremoto y el consiguiente hundimiento de un cerro,según lo refiere Fernando de Montesinos en sus crónicas y repoblado en 1572,cuando el virrey Francisco de Toledo ordenó las reducciones de indios para la catequización y mejor cobro de los tributos.El antiguo pueblo de Uchucmarca fue una llacta incaica,de nombre Puyumarca,y que los españoles en su deficiente castellano,lo llamaban Buehumarca.Este ´pueblo, de Uchucmarca, fue la sede principal de los principales curacas rebeldes,que tantos dolores de cabeza dieron a los incas,como Chuillxa (Chuquillaja) Tumacllacza(Tomallaja),Guayna Tumacllaza,el curaca Huaman,naturalde Chibul y cuya descendencia aún vive en la zona quichua de Uchucmarca.Por cierto, la rebeldia de los curacas chachapoyas,que pertenecian a lo que hoy es el distrito de Uchucmarca,se pagó muy caro.Casi todos habian muerto a consecuencia de las guerras y de las expulsiones en masa hacia otros puntos del Tahuantinsuyo.A este sector,convergieron por lo menos dos expediciones punitivas de Huayna Cápac y anteriormente,las de su padre Túpac Yupanqui,que castigó al hatuncuraca Chuquillaja con la destitución del cargo.Lo mismo haria Huayna Cápac con Guayna Chuquillacaza por acaudillar la rebelión.De jatuncuraca pasó a ser un simple curaca,de tercera categoria.El soberano cusqueño colocó como jatuncuraca a un sirviente de Guayna Chuquillacza,de nombre Chuquimis,que se dice le causó mucha cólera y tristeza verlo en tan alto cargo y él,que habia sido su jefe,ahora era su súbdito,lo cual le produjo la muerte. 

Kuélap,formidable fortin incaico

Kuélap,formidable fortin incaico

Cierto es que los chachapoyas solian amurallar sus ciudades por razones de carácter defensivo,pero en la mayoria de los casos la piedra no era tallada.El caso de Kuélap es que se trata de murallas de piedra tallada,que es el estilo inca.Pedro Cieza de León sostiene que en las dos incursiones de Huayna Cápac a la región de los Chachapoyas,encontró una gran resistencia y por dos veces el soberano cusqueño fue obligado a emprender la retirada y refugiarse en las fortalezas que para su defensa se estaban construyendo.La guerra contra el curaca Chuquillaja,hatuncuraca del Huno de Cochapampa y Raimipampa,fue terrible,al punto que el curaca fue destituido de su cargo y en su lugar colocado Chuquipiondo,curaca que era del Huno de Cunturmarca y el Collai.Se dice que numerosos chachapoyas fueron llevados al Cuzco y al Ecuador y asi la llacta de Chuquillaja,que era Chibul,en la comprensión del distrito de Uchucmarca,provincia de Bolivar,departamento de La Libertad,se convirtió en pueblo fantasma.En el Ecuador existe el pueblo chibuleo,que con seguridad son descendientes de los chachapoyas rebeldes que fueron sacados de su pueblo de Chibul para ir a poblar a otras zonas del Tahuantinsuyo.Todo el sector de Uchucmarca quedó destruido por la guerra.Se encuentran aún en cuevas,montones de cadáveres con los cráneos rotos a consecuencia de los golpes de porra,que les perforaban.
Muchos dicen que Kuélap es de manufactura chacha,pero todo parece indicar que fue un fortin incaico,ya que ellos solian igualmente amurallar las ciudades.Otro ejemplo tipico es Marca Huamachuco,que es igualmente un fortin amurallado,al igual que Viracocha Pampa.Las murallas son gruesos muros de metro y medio de ancho,en cuyo interior se ha colocado tierra.Este tipo de muros de Kuélap son similares en su construcción a los de Marca Huamachuco y Viracocha Pampa.Este último era la residencia del Inca Túpac Yupanqui.
La fortaleza de Kuélap iba a ser reacondicionada para que sirviera de eventual refugio a Manco Inca que en i536 se habia sublevado contra los españoles.El reacondicionamiento consistia en levantar murallas para cerrar el fortin,ya que una parte de esta ciudadela de Kuélap carece de murallas.